III

Este hombre formó familia y sociedad civil. Formaba familia, dentro de la cual guardaba á su mujer. Las de Tirso superan al hombre en decisión y malicia, y en el museo de Lope hallamos esgrimiendo la espada á La Varona castellana, defendiendo con panal su honra La Moza de cántaro, y junto á, ellas, entre otras, La Villana de Getafe y La Serrana del Tormes.
Entre esta mujer y su hombre los amores son naturales, con pocos intrincamientos eróticos. Nuestra castiza lírica amorosa será sutil, mas poco efusiva, y raros en nuestra literatura los acentos de pasión de amor absorbente puro de otro sentimiento.
No es el amor ardiente y atormentado de Abelardo, ni el de los trovadores provenzales, pues si bien entró en Castilla la casuística erótica de éstos por los trovadores gallegos, catalanes y valencianos, no fué castiza y de genuina cepa. Ni el gallego Macias el Enamorado ni el valenciano Ausias March son almas castellanas.
Los Amantes de Teruel, de Tirso, son sobrios en ternezas y blanduras, si bien se mueren de amor, con muerte fulminante y repentina. La Jimena de Las Mocedades del Cid expresa sentimiento tan poco erótico y femenino, como es el de estimar más el ver estimar su amor que su hermosura, tomándolo por pundonor. Y esta misma Jimena admira en aquel Rodrigo que le corteja, salpicándole el brial con la sangre de sus palomicas, que luce en él gallardamente, entre lo hermoso, lo fiero. El hombre y el oso, cuanto más feo más hermoso. Y aun cuanto más bruto, pues Celia, en El condenado por desconfiado, quería á Enrico que la saqueaba y maltrataba por valiente, como se rinde á su chulo la barbiana de rompe y rasga.
En esto del amor aparece también el espíritu disociativo, porque es, ó grosero, más que sensual, ó austero y de deber más que sentimental, ó la pasajera satisfacción del apetito ó el débito del hogar.

Y en tratando casamiento

verás que mi amor le agrada,

que esto es el último intento

de toda mujer casada.

Y una vez casada, niega Isabel de Segura un simple abrazo á Diego de Marsilla.

« Ya es mi esposo, Marsilla, Don Gonzalo

perdóname si el gusto que me pides

no te lo puedo dar corno quisiera,

que no le he de ofender por ningún modo. »

Doña Blanca, la mujer de « García del Castañar » cree que

« ..... bien ó mal nacido,

el más indigno marido

excede al mejor galán. »

No es castiza en España la casuística del adulterio, ni se ha elevado á institución á la amiga. Fuera del matrimonio, los amores son de gallo, de Tenorio, no de Werther.
El realismo castellano es más sensitivo que sensual, sin refinamientos imaginativos y con fondo casto. Huele á bodegón más que á lenocinio, y cuando cae en extremo, más tira, aun en la obscenidad, á lo grosero que á lo libidinoso. Sirvan de ejemplo típico la novatada del buscón Don Pablos, la aventurca del bálsamo de Fierabrás y la de los batanes. La misma Celestina escolastiza el amor (14) cuando no cae en lo brutal.
No son castizos el sentimentalismo obsceno, ni los aderezos artificiosos del onanismo imaginativo del amor baboso. No sale de esta casta un marqués de Sade, que en su vejez venerable suelta con voz dulce una ordure « avec une admirable politesse » (15). Nuestras mozas de partido no son de la casta de las Manon Lescaut y Margarita Gautier, rosas de estercolero.
Los celos en el teatro calderoniano son de honor ofendido, y los celosos matan sin besar como Otelo, sin amor, por conclusión de silogismos y en frío, y las veces por meras sospechas, y aun sabiendo inocente á la mujer « sólo por razón de estado » como « el labrador más honrado », García del Castañar:

« A muerte te ha condenado mi honor, cuando no mis celos, porque á costa de tu vida de una infamia me preservo. »

Amor sin refino y en el matrimonio gravo y sobrio. La mujer, 1a madre, está en nuestro teatro castizo « oculta en el sancta sanctorum del hogar ». (M. y P.)
Es el amor natural, base de la familia, fuertemente individuada ésta en la sociedad, la familia una y constante, cuyos miembros se acuerdan en el espacio, y en el tiempo se unen con los pasados por los sufragios á las benditas ánimas del purgatorio. Cosa castiza el purgatorio.
Son los hijos guardadores del nombre de sus padres y vengadores de su honra. Diego Láinez, afrentado, llama á los suyos, desprecia por infames á los que se quejan cuando les aprieta la mano y desenójale el enojo de Rodrigo, que le amenaza con que, á no ser su padre, le sacara las entrañas, y al presentarle éste la cabeza del ofensor...

« Toca las blancas canas que me honraste,

llega la tierna boca la mejilla,

donde la mancha de mi honor quitaste. »

El anciano D. Mondo de Benavides, afrentado por Payo de Bivar, perdona á su hija Clara sus ilícitos amores con el rey Bermudo, puesto que á ellos debe el tener en Sancho un nieto vengador de su honra. (Los Benavides, de Lope.)
Para tales hay que educar á los hijos, como Arias Gonzalo, cuando, muertos en lid singular con D. Diego Ordóñez sus hijos Pedro y Diego, va á apadrinar á Rodrigo, á atizarle fuego en el honor.
La sociedad civil que formaron estos hombres tomó de ellos carácter y sobre el de ellos reobró. Formáronla sobre los restos de otra, bajo la presión de invasores de su suelo, comprimidos en un principio en montañas, donde originaron el sentimiento patrio.
Las necesidades de la Reconquista les dieron lealtad a caudillo ó igualdad entre los compañeros. Sin lealtad no cabe comunidad guerrera, « pues siempre de la cabeza baja el vigor á la mano ». Jamás olvida el Cid separar del botín el quinto para el rey Alfonso, que le airó, enviarle presentaias y humillarse ante él, « hincando en tierra los hinojos y las manos, tomando dientes las hierbas del campo y llorando de 1o ojos. » Y con el « castellano lea l» siente Guzmán el Bueno, y el señor de Buitrago, y tantos otros. Lealtad esta de combatiente á su caudillo más que de cortesano á su señor, lealtad no exenta de « pronunciamientos ».
Mas « del rey abajo ninguno » ¡fuera jerarquía! ruda igualdad y llaneza entre los demás. Llaneza, castizo término. Al extranjero que viaja por España le sorprende el fácil tramar conversación en los trenes, el ofrecerse viandas, el pedirse fuego en la calle, el ponerse «¡ á su disposición! »
Reinaba en nuestro castizo siglo una peculiar igualdad que se ha llamado democracia frailuna, en gran parte la de la holganza y la pobreza, la de la espórtula y la braveza., anarquista. La disfrutaban muchedumbre de caballeros pobres, frailes, hidalgüelos, soldados y tercios, menospreciadores del trabajo, amantes de la guerra y de la holganza. Y á este anarquismo íntimo acompañaba, como suelo, fuerte unificación monárquica al exterior; el absolutismo, ó mejor ordenancismo castellano, fué forma y dique de anarquía, fué el espíritu de individualismo excluyente transportado á ley exterior.
Siempre la firme fe en el libre albedrío lleva, tanto como el fatalismo, al sofoco de la libertad civil; que hay que imponer ley á quien apenas la lleva dentro (16), y consuélese el sometido con que su voluntad es libre é inviolable el santuario de su conciencia. ¡Gran Celestina la metafísica!
Era aquí la castiza monarquía cenobítica y austera, ordenancista, reflejo de la familia castellana. En España no juegan papel histórico sobresaliente queridas de reyes.

« Una grey y un pastor sólo en el suelo

un monarca, un imperio y una espada »,

cantaba Hernando de Acuña, el poeta de Carlos » V.
Era en aquella sociedad el sentimiento monárquico profundo, bien que un si es no es quisquilloso, con la sumisión del « se obedece, pero no se cumple ». El rey no es el Estado, sino el mejor alcalde; no quien crea nobleza y honra, sino quien las protege. Bien que sea fábula, es típico el « cada uno de nosotros vale tanto como vos, y todos juntos más que vos », y hondamente castizo el « e si no, no ».

« Al rey la hacienda y la vida se ha de dar; pero el honor es patrimonio del alma, y sólo se debe á Dios. »

Las voluntades se encabritaban, sí, pero para someterse al cabo, sentida su desnudez, á la autoridad venida de lo alto, y tenían fe en ella. Pocas cosas tan genuinamente castellanas como el ordenancismo, acompasado de pronunciamientos. Ordenancismo más que absolutismo á la francesa, ni despotismo oriental, ni tiranía italiana.

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