IV

Cada uno de estos individuos se afirma frente á los otros, y para hacer respetar su derecho, su individualidad, busca ser temidos. Preocúpase de la opinión pública, preocupación que es el fondo del honor, y cuida conservar el buen nombre y la nobleza. La bárbara ley del honor no es otra cosa que la necesidad de hacerse respetar, llevada á punto de sacrificar á ella la vida. « ¡Muera yo, viva mi fama! » exclamó Rodrigo Arias al ser herido mortalmente por D. Diego Ordóñez de Lara.
Como apenas se han socializado estos individuos ni se ha convertido en jugo de su querer la ley de comunidad, se afirman con altivez, porque el que cede es vencido; hacen todos del árbol caído leña, y ayúdate, que Dios te ayudará, que al que se muere le entierran.
Nada de componendas ni de medias tintas, ni de pasteleo, nada de nimbo moral, justicia seca ó razón de estado. No saben « andar torciendo, ni opiniones, ni caminos ». En el hermoso diálogo de la primera parte de Las Mocedades del Cid confiesa el conde Lozano á Peranzules que fué locura su acto; pero como tiene mucho que perder y condición de honrado, no la quiere enmendar, que antes se perderá Castilla que él. Ni dará ni recibirá satisfacción, que el que la da pierde honor y nada cobra el que la recibe,

« el remitir á la espada

los agravios es mejor.

……………. que en rigor

pondré un remidiendo en su honor

quitando un jirón al mío:

y en habiendo sucedido,

habremos los dos quedado,

él con honor remendado

y yo con honor rompido. »

Y encierra su opinión honrada en esta cuarteta, quinta-esencia de la ley del honor:

«Procure siempre acertarla

el honrado y principal;

pero si la acierta mal,

defenderla, y no enmendarla. »

¡Antes mártir que confesor! ¡Tesón, tesón hasta morir y morir como D. Rodrigo en la horca!
No hay que flaquear, y si se flaquea, que no lo sepan. Sobre todo, esto; que no lo sepan ¡por Dios!, que no lo sepan. Como « el prender al delincuente es publicar el agravio », manda el rey se tenga secreta la ofensa del conde Lozano á Diego Láinez, lo cual parece á Peranzules « notable razón de estado ! » Secreto, ante todo; « á secreto agravio, secreta venganza »; « que no dirá la venganza lo que no dijo la afrenta ». ¡Secreto, secreto, sobre todo secreto! (17).
El honor se defiende á estocada limpia: « en ti, valiente espada, ha de fundarse mi honor », ese honor que en el pecho « toca fuego, al arma toca », el que se lava con sangre. Con la de la herida del conde Lozano se frota Diego Láinez la mejilla, « adonde la mancha estaba » (18). « De lengua al agraviado caballero ha de servir la espada », « lengua de la mano » que

« …………………….. es falta de valor

sobrar tanto la paciencia,

que es dañoso el discurrir;

pues nunca acierta á matar

quien teme que ha de morir. »

« El perro muerto, ni muerde ni ladra », decía aquel francote de Rodrigo Orgóñez, el amigo del pobre Adelantado Almagro.

¡Cuánto cuesta someterse á ley no hecha carne, categórica y externa! « Cuánto cuesta el ser noble y cuanto el honor cuesta! », exclama Jimena. ¡Honor, « vil ley del mundo, loca, bárbara, ley tan terrible del honor »!

« Que un hombre que por sí hizo

cuanto pudo para honrado

no sepa si está ofendido! »

Son de oír en A secreto agravio secreta venganza (escena 6ª de la jornada III), los desahogos de D. Lope de Almeida contra esa ley. Es la tal ley un sino fatal, es la sociedad imponiéndose al individuo, disociado de ella en espíritu, no diluido en el nimbo colectivo; es ley externa la que engendra el conceptismo dilemático del pundonor. Es anarquismo moral bajo el peso de absolutismo social.
Esta ley y este sentimiento del honor tuvieron su vida, y no es muy hacedero raspar de ellos el barniz caballeresco francés para discernir qué cualidades castizas y peculiares acompañan al honor castellano. La sitematización del honor, la caballería, es, como tantas sistematizaciones y pulimentos, de origen francés. ¡Cuánto más caballeresca la Chanson de Roland que nuestro viejo y sobrio Cantar de myo Cid, no libre, sin embargo, de influjo francés! En aquella aparece la loi de chevalier, y Sancho debajo del Cid, que en su querella con los infantes de Carrión se cuida mucho de los haberes que le han llevado, porque « esso me puede pesar con la otra desonor » (verso 2913).
Estaban los nuestros muy ocupados con los moros para esas caballerías, mas al desembarazarse de ellos derramáronse por esos mundos de Dios (19), y á la postre entró el caballerismo en España, y tomó fuerte arraigo. Nuestros caballeros metieron las manos hasta los codos en aquello que llamaban aventuras. Fué aquí exagerado al punto de los Amadises y demás de su linaje, y en la vida real al de Suero de Quiñones, y al de los desafíos de Barleta. San Ignacio veló las armas y se hizo caballero á lo divino. El caballerismo dió nuevo barniz al Cid, á Bernardo del Carpio y á otros héroes legendarios. Los franceses nos dieron Rolando, como nosotros á ellos Gil Blas.
Mas siempre fué aquí el honor más macizo y brutal, más natural y plebeyo, más sutil que delicado al querer refinarse. Pué siempre aquí cada cual más hijo de sus obras y padre de su honor (20), debido éste más á naturaleza que á gracia, al brazo que al rey; honor menos de relumbrón y parada, más positivo, más apegado á sus raíces. En la francesada, no era el fin de los españoles - decía G. Pecho - la gloria, sino la independencia, que á haberse batido por el honor habríase acabado la guerra en la batalla de Tudela. Y á Stendhal le parecía el único, le seul, pueblo que supo resistir á Napoleón absolutamente puro de honor estúpido, bête, de lo que hay de estúpido en el honor. (De l‘Amour, cap. XLVII) No hay aquello de « tirez les premiers, messieurs les anglais », porque sabemos bien que el que da primero da dos veces, aunque no quite lo cortés á lo valiente. Son nuestros caballeros más brutales y menos amadamados, monos tiernos (21) en derretimientos, más fastuosos y guapos que elegantes y finos; menos dados también la sensiblería ginecolátrica. « Dios, Patria y Rey », es la divisa de los nuestros, más bien que « Dieu, l’honneur el les dames ». Cuando más la dama, no les dames; el fondo de Amadís es su casta fidelidad á Oriana, virtud que brilla también en Don Quijote. ¡Desgraciada la mujer cuando la hacen ídolo!
En el fondo del caballerismo francés aparecen barones feudales, aquí reconquistadores del suelo patrio.

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