II

Al llegar á este punto ruego al lector paciente recorra en su memoria la historia que de España le enseñaron, y se fije en ella en las causas que produjeron el predominio de Castilla en la Península ibérica. Bueno será, no obstante, que le indique los puntos que deseo tenga más presentes, todos ellos conocidísimos para cualquier bachiller en letras.
Ocupada gran parte de España por la morisma durante la Edad Media, y fraccionado el resto en multitud de estadillos, fué en ella acentuándose la corriente central á medida que se acercaba á la edad moderna, y preparándose á la ingente labor de la forja de las grandes nacionalidades, labor que constituye el proceso histórico de la edad llamada moderna, y labor que, como la crisis de la ha traído á extenuaciones de paz armada, y de aduanas y de pseudocasticismos, engendrando el malestar de que empieza á resurgir potente el ideal humano, por ambos extremos, por el sentimiento individual y por el de solidaridad universal humana. La necesidad mayor era la de constituir una unidad de la península española, una unidad frente á las otras grandes unidades que iban formándose. Al entrar cada pueblo en concierto con los demás (á lo que condujeron, entre otros movimientos, las Cruzadas), como elemento de una futura unidad suprema, en informísima formación todavía hoy, al entrar en ese concierto tenían que acentuar su unidad externa como todo compuesto algo difuso y disuelto se espesa y unifica al entrar como componente de un grupo superior á él.
De la labor que, poniendo en relaciones más estrechas á los pueblos, originó la individuación creciente do éstos, brotaron las monarquías más ó menos absolutas. Y éstas sacaron su primera fuerza unificadora, como es corriente, de la oposición del estado llano á la nobleza feudal. Los reyes con los pueblos ahogaron el feudalismo paleontológico. Lugar común éste, más ó menos exacto en sus partes todas, pero que corre sin vida ni fecundidad á menudo, por no observar que no de la muerta diferenciación feudal y aristocrática, sino del fondo continuo del pueblo llano, de la masa, de lo que tenían de común los pueblos todos, brotaron las energías de las individuaciones nacionales.
En España llevó á cabo la unificación Castilla, que ocupa el centro de la Península, la región en que se cruzaban las comunicaciones de sus distintos pueblos, centro de más valor que ahora entonces, que en la crisis de la pubertad nacional las funciones de nutrición predominaban sobre las de relación (si bien, y no olvide esto el lector, la función nutritiva es una verdadera función de relación). Entonces, cuando todavía no había llevado la vida, á las costas el descubrimiento de América, ni llegaban del Far West americano trigos al puerto de Barcelona, Castilla era un emporio del comercio español de granos y verdadero centro natural de España.
Castilla ocupaba el centro, y el espíritu castellano era el más centralizador á la par que el más expansivo, el que para imponer su ideal de unidad se salió de sí mismo. Porque conviene fijarse en que el más hondo egoísmo no es el del que pelea por imponer á otros su modo de ser ó de pensar, sino el de que, metido en su concha, se derrite de amor al prójimo y deja correr la bola. El fuerte, el radicalmente fuerte, no puede ser egoísta: el que tiene fuerza de sobra la saca para darla.
Cuando lo que hacía falta era una fuerte unidad central, tenía que predominar el más unitario; cuando se necesitaba una vigorosa acción hacia el exterior, el de instinto más conquistador é imperativo. Castilla, en su exclusivismo, era menos exclusiva que los pueblos que, encerrados en si, se dedicaban á su fomento interior; fué uno de los pueblos más universales, el que se echó á salvar almas por esos mundos de Dios, y á saquear América para los flamencos (2).
Seria labor industriosa y útil la de desenmarañar hasta qué punto hicieron las circunstancias, el medio ambiente que hoy se dice, al espíritu castellano, y hasta qué punto éste se valió de aquéllas. La obra de la reconquista, el descubrimiento del Nuevo Mundo y el haber ocupado el trono de Castilla un emperador de Alemania, determinaron la marcha ulterior de la política castellana; pero si las circunstancias hacen al espíritu, es modificadas por este mismo y recibidas en él según él es (3).
Castilla, sea como fuere, se puso á la cabeza de la monarquía española, y dió tono y espíritu á toda ella; lo castellano es, en fin de cuenta, lo castizo.
El caso fué que Castilla paralizó los centros reguladores de los demás pueblos españoles, inhibióles la conciencia histórica en gran parte, les echó en ella su idea, la idea del unitarismo conquistador, de la catolización del mundo, y esta idea se desarrolló y siguió su trayectoria castellanizándolos. Y de los demás pueblos españoles brotaron espíritus hondamente castellanos, castizamente castellanos, de entre los cuales citaré corno ejemplo á Ignacio de Loyola, un vasco. En su obra alienta todavía por el mundo el espíritu de la vieja Castilla.
Esta vieja Castilla formó el núcleo de la nacionalidad española y le dió atmósfera: ella llevó á cabo la expulsión de los moros, á partir del país de los castillos levantados como atalayas y defensas, y clavó la cruz castellana en Granada; poco después descubrieron un Nuevo Mundo galeras castellana con dinero de Castilla, y se siguió todo lo que el lector conoce. Y siguiendo al espíritu de conquista se desarrolló natural y lógicamente el absolutismo dentro, el absolutismo de la que se ha llamado « democracia frailuna ».
Repase el lector en su memoria los caracteres de las dos principales potencias españolas, Castilla y Aragón, y la participación que cada una tomó en la forja de la nación española, la labor de Isabel y la de Fernando como rey de Aragón, y las consecuencias de una y de otra.
A partir de aquel culmen del proceso histórico de España, de aquel nodo en que convergieron los haces del pasado para diverger de allí, fué el destino apoderándose de la libertad del espíritu colectivo, y precipitándose grandezas tras grandezas, nos legaron los siglos sucesivos la damnosa hereditas de nuestras glorias castizas.
Carlos I continuó la obra de unificación; gracias en gran parte á aquella invasión de extranjeros que nos metió en casa, porque de más de una manera acelera la individuación de un cuerpo el que penetren en él elementos extraños, excitantes de cristalización. Carlos I continuó la obra de unificación metiendo á España en concierto europeo (4).
Recorra el lector en su memoria todo esto y llegue la vivaz expansión del espíritu castellano; que produjo tantos misioneros de la palabra y de la espada, cuando el sol no se ponía en sus dominios, cuando llevaba á todas partes su ideal de uniformidad católica, cuando brotó más potente á luz e casticisino castellano.
« España, que había expulsado á los judíos y que aún tenía el brazo teñido en sangre mora, se encontró á principios del siglo XVI enfrente de la Reforma, fiera recrudescencia de la barbarie septentrional; y por toda aquella centuria se convirtió en campeón de la unidad y de la ortodoxia. » Esto dice uno de los españoles que más y mejor ha penetrado en el espíritu castellano, que más y mejor ha llegado á su intra-historia, uno de los pocos que ha sentido el soplo de la vida de nuestros fósiles. Pues bien; á pesar de aquel campeonato alienta y vive la barbarie septentrional y aún tendremos que renovar nuestra vida á su contacto; lo sabe bien y lo comprende y siente el que escribía lo precitado. Alonso Quijano el Bueno se despojará al cabo de D. Quijote y morirá abomina ndo de las locuras de su campeonato, locuras grandes y heroicas, y morirá para renacer.
Después de la vigorosa acción vino el vigor del pensamiento, el rebotar los actos del exterior al espíritu que lo habla engendrado; el reflejo en el alma castellana de su propia obra, su edad de oro literaria. En aquella literatura se va á buscar el modelo de casticismo, es la literatura castellana eminentemente castiza, á la vez que es nuestra literatura clásica. En ella siguen viviendo ideas hoy moribundas, mientras en el fondo intra-histórico del pueblo español viven las fuerzas que encarnaron en aquellas ideas y que pueden encarnar en otras. Sí, pueden encarnar en otras sin romperse la continuidad de la vida; no puede asegurarse que caeremos siempre en los misinos errores y en los mismos vicios.
La vieja idea castellana castiza encarnó en una literatura y en otras obras no literarias, porque las de Ignacio de Loyola y Domingo de Guzmán, ¿no son acaso hijas del espíritu castellano casado con el catolicismo y universalizadas merced á éste?
La idea conciente de aquel pueblo encarnó en una literatura, así como el fondo de representaciones subconcientes en el pueblo de que aquella brotó, en una lengua. Y aun cuando olvidáramos la vieja literatura castiza, ¿no quedaríamos acaso con la fuerza viva de que brotó? Lo que hace la continuidad de un pueblo no es tanto la tradición histórica de una literatura cuanto la tradición intra-histórica de una lengua; aun rota aquella, vuelve á renacer merced á ésta. Toda serie discontinua persiste y se mantiene merced á un proceso continuo de que arranca: esta es una forma más de la verdad de que el tiempo es forma de la eternidad.
Nuestra literatura clásica castiza brotó cuando se había iniciado la decadencia de la casa de Austria, al recogerse la idea castellana, fatigada de luchar y derrotada en parte, al recogerse en sí y conocerse, como nos conocemos todos, por lo que había hecho, en el espejo de sus obras; al volver a sí del choque con la realidad externa que la había rechazado después de recibir señal y efecto de ella. Y así la vemos que después de haber intentado en vano ahogar « la barbarie septentrional » y el renacer de otros espíritus, torna á sí con la austera gravedad de la madurez, se percata de que la vida es sueño, piensa reportarse por si despierta un día y se dice:
Soñemos, alma, soñemos
Otra vez, pero ha de ser
Con atención y consejo
De que hemos de despertar
Deste gusto al mejor tiempo.
Sí, su vida fué sueño espléndido en que se desató con generosa braveza, atropelló cuanto se le puso delante, arrojó por el balcón á quienes no le daban gusto, y se vió luego otra vez en la caverna.
De todas las figuras sensibles en que se nos revela aquel pueblo, con su grandeza y su locura, donde más grande le vemos, donde se nos aparece más solemne y augusto, más profundo y sublime su apocalipsis, es en aquel relato divino del último capitulo de las aventuras de Don Quijote, en aquel relato eterno, en que, despojado del héroe, muere Alonso Quijano el Bueno en el esplendor inmortal de su bondad. Este Alonso Quijano, que por sus virtudes y á pesar de sus locuras mereció el dictado de el Bueno, es el fondo eterno y permanente de los héroes de Calderón, que son los que mejor revelan la manifestación histórica, la meramente histórica de aquel pueblo.
La idea castellana, que de encarnar en la acción pasó á revelarse en el verbo literario, engendró nuestra literatura castiza clásica, decimos. Castiza y clásica, con fondo histórico fondo intra-histórico, el uno temporal y pasajero, eterno y permanente el otro. Y está tan ligado lo uno á lo otro, de tal modo se enlazan y confunden que es tarea difícil siempre distinguir lo castizo de lo clásico y marcar sus conjunciones, y aquello en que se confunden, y aquello en que se separan, y como lo uno brota de lo otro y lo determina y limita y acaba por ahogarlo pocas veces.
El casticismo castellano es lo que tenemos que examinar, lo que en España se llama castizo, flor del espíritu de Castilla. Examinar digo, y mejor diría dejar que examine el lector presentándole indicaciones y puntos de vista para que saque de ellos consecuencias, sean las que fuesen. Y ahora, después de breve descanso, á nuevo campo. Poco á poco irá surgiendo el hilo central de estas divagaciones.

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