IV

Donde no hay juventud tampoco hay verdadero espíritu de asociación que brota del desbordamiento de vida, del vigor que se sale de madre y trasvasa. Las sociedades nacen aquí osificadas y esto cuando nacen, porque la insociabilidad es uno de nuestros rasgos característicos. Dilatada á las relaciones sexuales, fomenta nuestra insociabilidad el brutalismo masculino, fuente de huraña grosería y de soeces desplantes, para acabar sometiendo á los hombres como polichinelas á caprichos é intrigüelas mujeriles.
Apena el ánimo la contemplación de los estragos de nuestra insociabilidad, de nuestro salvajismo enmascarado.
Asombra á los que vivimos sumergidos en este pantano el remolino de escuelas, sectas y agrupaciones que se hacen y deshacen en otros países, donde pululan conventículos, grupos, revistas, y donde entre fárrago de excentricidades borbota una vida potente. Aquí las gentes no se asocian sino oficialmente para dar dictámenes ó informes, publicar latas y cobrar dietas. Hay una asociación de escritores y artistas que lo mismo podría pasar por de peluqueros; es una cooperativa funeraria y de Terpsícore á la par; su oficio pagar el entierro á los que se mueren y hacer bailar á los vivos.
Es que para asociarse se precisa un principio asociante y un principio de asociación, y faltan uno y otro donde la lucha por los garbanzos produce el atomismo, y la presbitocracia el estancamiento.
Todo es aquí cerrado y estrecho, de lo que nos ofrece típico ejemplo la prensa periódica. Forman los chicos, los oficiales y los maestros de ella falange cerrada, sobre que extienden el testudo de sus rodelas, y nadie la rompe ni penetra en sus filas si antes no jura las ordenanzas y se viste el uniforme. Es esta prensa una verdadera balsa de agua encharcada, vive de sí misma; en cada redacción se tiene presente, no el público, sino las demás redacciones; los periodistas escriben unos para otros, no conocen al público ni creen en él. La literatura al por menor ha invadido la prensa y aun de los periodistas mismos los mejores no son sino más ó menos literatos de cosas leídas. La incapacidad indígena de ver directa é inmediatamente y en vivo el hecho vivo, el que pasa por la calle, se revela en la falta de verdaderos periodistas. A falta de otra cosa, el brillo enfático de barniz retórico ó la ingeniosidad de un batido delicuescente. El reporter es el pinche de la redacción. Estúdiese nuestra prensa periódica con sus flaquezas todas, y al verla fiel trasunto de nuestra sociedad no se puede por menos que exclamar al oír execrarla neciamente:

Arrojar la cara importa

que el espejo no hay por qué.

Espejo verdadero, espejo de nuestro achatamiento, de nuestra caza al destino, espejo de nuestra doblez, de nuestra rutina y ramplonería. No es más que nuestro ambiente espesado, concentrado, hecho conciencia. Sobre todo de una corrección desesperante.
¡Menos formalidad y corrección y más fundamentalidad y dirección! ¡Seriedad, y no gravedad! Y sobre todo, ¡libertad, libertad! pero la honda, no la oficial. Hace estragos el temor al ridículo y el miedo al público, á la bestia multifauce.
Hay un misoneísmo feroz á todo lo fresco y rozagante y razonable y vivo, y en cambio pasa lo absurdo si viene envuelto en gravedad esquemática, hacen libre carrera todos los matoidismos y, entre rechiflas vergonzantes, triunfan. Disértese de biología poliédrica, de patología algébrica, de fisiología esquemática, de cualquier clase de pentanomía pantanómica, hágase cualquier peralada, pero ¡ojo con hablar de la ley de vida de las colonias ó con poner peros á la fe en nuestro ingénito valor! ¡Cuidadito con tocar A la marina!
Pasamos, lo dijo D. Juan Valera, de lo basto á lo cursi. Y el mal parece que se agrava y cunde; es cada día mayor la ignorancia, y la peor de todas, la que se ignora á si misma, la de la semi-ciencia presumida. Y á todo esto, mucho denigrar la frivolidad francesa y poner por los suelos al utilísimo Larousse, fuente casi única de información de algunos de nuestros conspicuos. ¡Y gracias! porque los que los critican y zahieren no han pasado de Wanderer.
La presunción es tanta que impide se empiece por el principio, por aprender conocimientos elementales en cartillas científicas. El que quiere darse una tintura de ciencia comienza por el fin, se va á las maduras sin haber pasado por las duras, y caería en el dictado de dómine pedantón é inaguantable cualquier conferenciante que, conocedor de nuestros ilustrados públicos, empezara por exponerles el abece elemental de una disciplina. Sirve aquí el estado de los maestros de primeras letras para tema de declamaciones retóricas, pero en el fondo se desprecia hondamente, no ya sólo al maestro, á su función; desasnar muchachos es lo último (2).
Carecemos de la rica experiencia que sacaban los castizos aventureros de nuestra edad del oro de sus correrías por Flandes, Italia, América, y otras tierras, aquellos que vertían en sus producciones el fruto de una vida agitadísima de incesan tráfago, y no sustituimos esta experiencia con otra alguna. Hay abulia para el trabajo modesto y la investigación directa, lenta y sosegada. Los más laboriosos se convierten en receptáculo de ciencia hecha ó en escarabajos peloteros de lo último que sale por ahí fuera.
Se disputa quién se ha enterado antes de algo, no quién lo ha comprendido mejor, lo que viste es estar á lo último, recibir de París el libro con las hojas oliendo á tinta tipográfica.
En la vida común y en el comercio corriente de las gentes la extrema pobreza de ideas nos lleva á rellenar la conversación, como de ripio, de palabrotas torpes, disfrazando así la tartamudez mental, hija de aquella pobreza; y la tosquedad de ingenio, ayuno de sustancioso nutrimento, llévanos de la mano á recrearnos en el chiste tabernario y bajamente obsceno. Persiste la propensión á la basta ordinariez que señalé cual carácter de nuestro viejo realismo castizo.
Sobre esta miseria espiritual se extiende el pólipo politico y en esta anemia se congestionan los centros más ó menos parlamentarios. En una politiquilla al menudeo suplanta la ingeniosidad al saber sólido, y se hacen escaramuzas de guerrillas. La pequeñez de la política extiende su virus por todas las demás expansiones del alma nacional. Y aun el pólipo está en crisis. Los viejos partidos, amojamados en su ordenancismo de corteza, se arrastran desecados, y brota, como signo de los tiempos, el del buen tono escéptico y de la distinción elegante, el neo-conservatorismo diletantesco y aseñoritado con golpes plutocráticos. Por otra parte, sudan los más populares por organizar almas hueras de ideas, hacer formas donde no hay sustancia, cohesionar átomos incoherentes, cuando si hubiera rebullente germinación y savia de primavera brotaría de sí el organismo potente, la sustancia tomarla espontáneamente forma al brotar al ambiento.

Share on Twitter Share on Facebook