V


Y ¿qué tiene que ver esto con lo otro, con el casticismo? Mucho; este es el desquite del viejo espíritu histórico nacional que reacciona contra la europeización. Es la obra de la inquisición latente. Los caracteres que en otra época pudieron darnos primacía nos tienen decaídos. La Inquisición fué un instrumento de aislamiento, de proteccionismo casticista, de excluyente individuación de la casta. Impidió que brotara aquí la riquísima floración de los países reformados donde brotaban y rebrotaban sectas y más sectas, diferenciándose en opulentísima multiformidad. Así es que levanta hoy aquí su cabeza calva y seca la vieja encina podada.
A despecho de aduanas de toda clase, fué cumpliéndose la europeización de España, siglo tras siglo, pero muy trabajosamente y muy de superficie y cáscara. En este siglo, después de la francesada tuvimos la labor interna y fecunda de nuestras contiendas civiles; llegó luego el esfuerzo del 68 al 74, y pasado él, hemos caído rendidos, en pleno colapso. En tanto reaparece la Inquisición íntima, nunca domada, á despecho de la libertad oficial. Recobran fuerza nuestros vicios nacionales y castizos todos, la falta de lo que los ingleses llaman sympathy, la incapacidad de comprender y sentir al prójimo como es, y rige nuestras relaciones de bandería, de güelfos y gibelinos, aquel absurdo de qui non et mecum, contra me est. Vive cada uno solo entre los demás en un arenal yermo y desnudo, donde se revuelven pobres espíritus encerrados en dérmatoesqueletos anémicos.
Con el sentido del ideal se ha apagado el sentido religioso de las cosas, que acaso dormita en el fondo del pueblo. ¡Qué bien se comprimió aquel ideal religioso que desbordaba en la mística, que de las honduras del alma castiza sacaba soplo de libertad cuando la casta reventaba de vida! Aún hay hoy menos libertad íntima que en la época de nuestro fanatismo proverbial; definidores y familiares del Santo Oficio se escandalizarían de la barbarie de nuestros obispos de levita y censores laicos. Hacen melindres y se tapan los ojos con los dedos abiertos, gritando: ¡profanación! gentes que en su vida han sentido en el alma una chispa de fervor religioso. ¡Ah! es que en aquella edad de expansión é irradiación vivía nuestra vieja casta abierta á todos los vientos, asentando por todo el mundo sus tiendas.
Fué grande el alma castellana cuando se abrió á los cuatro vientos y se derramó por el mundo; luego cerró sus valvas y aún no hemos despertado. Mientras fué la casta fecunda no se conoció corno tal en sus diferencias, su ruina empezó el día en que gritando: « mi yo, que me arrancan mi yo » se quiso encerrar en sí.
¿Está todo moribundo? No, el porvenir de la sociedad española espera dentro de nuestra sociedad histórica, en la intra-historia, en el pueblo desconocido, y no surgirá potente hasta que le despierten vientos ó ventarrones del ambiente europeo.
Eso del pueblo que calla, ora y paga es un tropo insustancial para los que más le usan y pasa cual verdad inconcusa entre los que bullen en el vacío de nuestra vida histórica que el pueblo es atrozmente bruto é inepto.
España está por descubrir, Y sólo la descubrirán españoles europeizados. Se ignora el paisaje (3), y el paisanaje y la vida toda de nuestro pueblo. Se ignora hasta la existencia de una literatura plebeya, y nadie para su atención en las coplas de ciegos, en los pliegos de cordel y en los novelones de á cuartillo de real entrega, que sirven de pasto aun á los que no saben leer y los oyen. Nadie pregunta qué libros se enmugrecen en los fogones de las alquerías y se deletrean en los corrillos de labriegos. Y mientras unos importan bizantinismos de cascarilla y otros cultivan casticismos librescos, alimenta el pueblo su fantasía con las viejas leyendas europeas de los ciclos bretón y carolingio, con héroes que han corrido el mundo entero, y mezcla á las hazañas de los doce Pares, de Valdovinos ó Tirante el Blanco, guapezas de José María y heroicidades de nuestras guerras civiles.
En esa muchedumbre que no ha oído hablar de nuestros literatos de cartel hay una vida difusa y rica, un alma inconciente en ese pueblo zafio al que se desprecia sin conocerle.
Cuando se afirma que en el espíritu colectivo de un pueblo, en el Volkgeist, hay algo más que la suma de los caracteres comunes á los espíritus individuales que le integran, lo que se afirma es que viven en él de un modo ó de otro los caracteres todos de todos sus componentes; se afirma la existencia de un nimbo colectivo, de una hondura del alma común en que viven y obran todos los sentimientos, deseos y aspiraciones que no concuerdan en forma definida, que no hay pensamiento alguno individual que no repercuta en todos los demás, aun en sus contrarios, que hay una verdadera subconciencia popular. El espíritu colectivo, si es vivo, lo es por inclusión de todo el contenido anímico de relación de cada uno de sus miembros.
Cuando un hombre se encierra en sí resistiendo cuanto puede al ambiente y empieza á vivir de sus recuerdos, de su historia, á hurgarse en exámenes introspectivos la conciencia acaba ésta por hipertrofiarse sobre el fondo subconciente. Este en cambio, se enriquece y aviva á la frescura del ambiente como después de una excursión de campo volvemos á casa sin traer apenas un recuerdo definido, pero llena el alma de voces de su naturaleza íntima, despierta al contacto de la Naturaleza su madre. Y así sucede á los pueblos que en sus encerronas y aislamientos hipertrofian en su espíritu colectivo la conciencia histórica á expensas de la vida difusa intra-histórica que languidece por falta de ventilación; el pensamiento naciona , trabajando hacia sí, acalla el rumor inarticulado de la vida que bajo él se extiende. Hay pueblos que en puro mirarse al ombligo nacional caen en sueño hipnótico y contemplan la nada.
Me siento impotente para expresar cual quisiera esta idea que flota en mi mente sin contornos definidos, renuncio á amontonar metáforas para llevar al espíritu del lector este concepto de que la vida honda y difusa de la intra-historia de un pueblo se marchita cuando las clases históricas le encierran en sí, y se vigoriza para rejuvenecer, revivir y refrescar al pueblo todo al contacto del ambiente exterior. Quisiera sugerir con toda fuerza al lector la idea de que el despertar de la vida de la muchedumbre difusa y de las regiones tiene que ir de par y enlazado con el abrir de par en par las ventanas al campo europeo para que se oree la patria. Tenemos que europeizarnos y chapuzarmos en pueblo. El pueblo, el hondo pueblo, el que vive bajo la historia es la masa común á todas las castas, es su materia protoplasmática; lo diferenciante y excluyente son las clases é instituciones históricas. Y éstas sólo se remozan zambulléndose en aquél.
¡Fe, fe en la espontaneidad propia, fe en que siempre seremos nosotros, y venga la inundación de fuera, la ducha!

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