solamente cuando nos perdemos por los musicales senderos de la selva panida, podemos oir los pasos y evocar la sombra del desconocido que va con nosotros.
SOULINAKE es un polaco místico y visionario, que viene á sentarse bajo mi parra, por las tardes, cuando se pone el sol. En esa hora dice su eterno monólogo al viento del mar y de los pinos. Sobre la frente calva y dorada vuela su mano haciendo la señal de la cruz. Para Pedro Soulinake, el nihilismo en las ciudades rusas es una larva de los espíritus afrancesados, un círculo de turbulencias místicas donde todos muerden la manzana de París. Sentado bajo la parra de mi huerto, el viejo Soulinake de barbas apostólicas y claros ojos de mar, divaga. Para Soulinake los revolucionarios rusos son niños que aman la libertad al través de un melodrama, y la patria de los melodramas es Francia. Ningún pueblo despierta tantos ecos sentimentales. Francia, con las lágrimas y las efusiones de una mala literatura, ha echado á volar por el mundo la linda balada de Amor y Libertad. Francia tiene en sus agitaciones cantos alegres, mofas de la canalla, y por momentos una emoción estética, frenética y profunda. Esos momentos son las teas que encienden la revolución rusa. Para Soulinake, el espíritu galo está todo en los giros de su gramática, y el estudio de las declinaciones basta para llevar á las dormidas ciudades rusas, el eco de las Revoluciones de Francia. Cada lengua contiene el pasado de su gente, y la lengua francesa lleva en sí, con las notas de la Carmañola, los gritos de la agonía de un rey.