IX.

el padre homero pudo llamar a sus versos con un nombre de flor: heliotropos.

SON LAS PALABRAS espejos mágicos donde se evocan tedas las imágenes del mundo. Matrices cristalinas en ellas se aprisiona el recuerdo de lo que otros vieron, y nosotros ya no podemos ver, por nuestra limitación mortal, aun cuando todas las imágenes y todos los verbos sean eternidades en el seno de la luz, como explicaba el mago Apolonio de Tyana. Para el iniciado que todas las cosas crea y ninguna recibe en herencia, la luz es numen del Verbo. Las palabras en su boca vuelven á nacer puras como en el amanecer del primer día, y el poeta es un taumaturgo que transporta á los círculos musicales la creación luminosa del mundo. En los números pitagóricos aprisiona las Ideas de Platón. Pero las imágenes, eternidades en la luz, sólo dejan en la palabra la eternidad de su sombra, un rastro cronológico de aquello que los ojos contemplaron y aprendieron de una vez. El pensamiento humano es como el fruto sagrado del Sol. Así en todas las lenguas madres se revela la condición expresa de un paisaje, y así la armonía de la lengua griega es fragancia de las islas doradas. Los mitos helénicos nacen en las cristalinas cuevas de los montes, en el verdoso seno de las frondas, en la azul ribera del mar. Si el eremita ama su yermo, es porque su pensamiento se reposa fuera del mundo, y para mantenerlo en quietud huye las solicitaciones de la naturaleza. Toda llanura es yermo espiritual. En la llanura sólo florecen los cardos del quietismo. El criollo de las pampas debe á la vastedad de la llanura su alma embalsamada de silenció, y si alguna emoción despiertan en ella los ritmos paganos, es por la mirra que quema en el sol latino, la lengua de España. En la llanura las imágenes son tristes y menguadas, se suceden con medida monótona y tarda, como sombras arrastradas en los pasos de un lento caminar. Allí la emoción para los ojos está en lo largo de los caminos y en lo largo del tiempo para mudar la vista de las cosas. Aquel horizonte monótono y curvo, ante el cual los ojos se aduermen un día entero de jornada, aquieta y aniquila las almas. Es el desierto donde la fantasía muere de sed. Estas llanuras miliarias recorridas de un cabo al otro cabo por los pasos del hombre, son largas como una vida, y en ellas los ojos jamás gozan en un acto puro la emoción de ser centro, sino es mirando al cielo. ¡Ay, faltan las suaves y azules montañas que ofrecen desde sus cumbres, la visión integral de los valles, el conocimiento gozoso de la suma, la mística quietud del círculo y de la unidad! ¡Qué enorme y difusa entre dos mares, la Pampa Argentina! Allí los poetas tienen los ojos estériles, y su sentimiento clásico sólo se nutre en el seno cristalino de las palabras, que, como divinas ánforas, atesoran los mirajes de los países lejanos. Las imágenes verbales, á pesar de su esencia cronológica y de representar todas las cosas en teoría, son en aquella soledad más fecundas que las formas de la naturaleza. Están más llenas del secreto de vida que buscaba en la forma sensible el divino Platón. Todo el conocimiento délfico de los ojos, es allí convertido en ciencia de los oídos, y en sutil aprender de topos. Se siente el paso de las sombras clásicas, pero ninguno puede verlas llegar. Los pueblos de la pampa, cuando hayan levantado sus pirámides, y sepultado en ellas sus tesoros, habrán de hacerse místicos. Sus almas cerradas á la cultura helénica oirán entonces la voz profunda de la India Sagrada.

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