III.

Sólo buscando la suprema inmovilidad de las cosas puede leerse en ellas el enigma bello de su eternidad.

LAS ALMAS MENORES son eternas enamoradas de lo perecedero, el movimiento las llama y pone en vela porque siempre es más advertido que la quietud. Así sucede con la estrella fugaz que pasa por el cielo y desaparece, en tanto que la estrella fija permanece perdida en la inmensidad y en el número. La relación efímera de las conciencias con el mundo es como el polvo de los caminos cuando pasan los rebaños, y el arte que engendra tampoco vale más que una ráfaga de polvo. Y acontece en este sutil adoctrinamiento estético, que lo efímero no sea lo que vuela más ligero en las horas, sino aquello que aun pasando tardo apenas labra surco en la memoria. La chispa luce fugaz en el pedernal, y, sin embargo, lo define mejor que la forma, porque va unida á todas las mudanzas y en todas las horas puede brotar. La chispa revela la íntima substancia.

Descubrir en el vértigo del movimiento la suprema aspiración á la quietud es el secreto de la estética. Amamos la vida porque sabemos que al final del camino está la muerte, y somos como las sombras de una tragedia que sólo alcanzan plenitud de belleza en aquel gesto que presagia su Destino. Entonces la ráfaga de violencias adquiere la significación de la quietud, porque un instante basta á revelar el sentido inmutable de la órbita. Decía Leornardo que el movimiento sólo es bello cuando recuerda su origen y define su término, y lo comparaba con la línea de la vida en los horóscopos. El quietismo estético tiene esta fuerza alucinadora. Inicia una visión más sutil de las cosas, y al mismo tiempo nubla su conocimiento porque presiente en ellas el misterio. Es la revelación del sentido oculto que duerme en todo lo creado, y que al ser advertido nos llena de perplejidad. Cuando los ojos quieren mirar fuera de la caverna obscura quedan ciegos de luz, divina cáligo de cuantos alcanzan una comprensión del mundo más allá de la enseñanza temporal y mortal de los sentidos.

Como Ireneo Alejandrino, el iniciado no mira el vuelo de la flecha porque penetra en la conciencia del arquero. Sabedor de los destinos, es sabedor de los caminos, sin ser ellos desenvueltos. Y el camino de la flecha estuvo antes en el ojo y en la mente del arquero.

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