VI.

Para que el recuerdo se haga quietud y vision interior, olvidemos los caminos por donde nos llega, como cuando la nave llega al puerto olvida el oficio de la vela y del remo, que amaba decir miguel de olinos.

ESTOS MIS OJOS de tierra están tristes de mirar y de amar. Yo, sin embargo, cuando evoco las imágenes desvanecidas á lo largo del camino, siempre procuro olvidarme de que son los ojos que han visto. La conciencia, como ha depurado mis intuiciones, me ayuda para este logro, y todas las imágenes que estuvieron un momento en los ojos se me aparecen desintegradas de sus cristales, á modo de creaciones innatas. Recuerdo que en aquellos comienzos de mi adoctrinamiento estético, cuando aun caminaba por caminos de pecado, fué tan vivo mi ardor por alcanzar la intuición quietista del mundo, que caí en la tentación de practicar las ciencias ocultas para llegar á desencarnar el alma y llevar el don de la aseidad á su mirada. Y esta quimera ha sido el cimiento de mi estética, aun cuando no hallé en las artes mágicas el filtro con que hacerme invisible y volar en los aires, como aquella Sor María del Valle y de la Cerda. Teofastro Paracelso, sin embargo, me enseñó que la mirada mortal es algo tan efímero que puede comparársela con el punto que vuela, como decía de la línea recta el divino Platón.

Son de tierra los ojos, y son menguadas sus certezas. Cada mirada apenas tiende un camino de conocimiento á través de la esfera que se cierra en torno de todas las cosas, y que en infinitos círculos guarda la posibilidad de las infinitas conciencias. La unidad del mundo se quiebra en los ojos, como la unidad de la luz en el prisma triangular de cristal. Es preciso haber contemplado emotivamente la misma imagen desde parajes diversos, para que alumbre en la memoria la ideal mirada fuera de posición geométrica y fuera de posición en el Tiempo. Las pupilas ciegas de los dioses en los mármoles griegos, simbolizan esta suprema visión que aprisiona en un círculo todo cuanto mira. Es la gracia plural y matinal que tienen los viejos poemas y las viejas piedras de la arquitectura. ¡Gracia plural, gracia religiosa, comunión con la eterna substancial

La expresión estética llena de luz como una estrella, centro de amor y de conocimiento, sólo puede nacer de la visión cíclica. La expresión estética es un divino cristal, los viejos poemas y las viejas piedras de la arquitectura tienen la claridad del día, parecen creaciones eternas alumbradas bajo la gran turquesa azul, en la pauta de los números solares rimadores de toda vida. Su palpitación oceánica y profunda está inundada de amor y de sangre, tiene la armonía y la plenitud generosa del apolíneo sol en conjunción con la tierra madre, paridora y devoradora de carne humana. Los pueblos son círculos de almas con la mirada ciega de los dioses, la mirada eternamente quieta, llena de símbolo. Dentro de este karma esotérico y fatal, el poeta abre el karma suyo como otro círculo. El Padre Homero es la voz de las islas doradas, en sus exámetros canta la lujuria solar de dioses y bestias. Aun no se han borrado las huellas del celeste toro en la orilla del mar azul, aun suenan en pastoriles flautas alegres dianas, y al obscurecer de la tarde, cuando vuelan de las ruinas de mármol los pájaros de largas alas, resucita el viento entre los últimos laureles, el reposado murmullo de los diálogos socráticos, estelar filosofía transmigrada de mitos y fábulas.

Y tú, alma mía, abre las alas gnósticas para volar, para entender. Sólo la mirada extática puede hacerte centro de amor y de conocimiento. Pero en tanto mires las cosas con codicia de buena pro, estás ciega. Sal del silo de barro, ama y desea con el corazón del mundo, crea en ti la voluntad de estar en todo, transmigra á través de vidas y formas, sé el ansia de cada una y las infinitas ansias. Mira al árbol como lo mira el labrador cuando recoge el fruto, y el peregrino que busca la sombra, y el pájaro en los aires para hacer el nido, y la oruga enroscada en la hoja verde. Se para el árbol Universo. Míralo con los ojos de todas las criaturas, ámalo con todas sus codicias, limpia de lucros, olvidada de ti y de tus fines mundanos. Trueca en eucarístico don la mirada egoísta del labrador, la del peregrino, la del pájaro, la de la oruga, purifica en tus ojos la voluntad tiránica y desenamorada del mundo.

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