La ventana enrejada y abierta daba sobre un fondo de arcadas lunarias. Las sombras de los murciélagos agitaban con su triángulo negro la blancura nocturna de la ruina. El Coronel-Licenciado, lentamente, con esa seriedad jovial que matiza los juegos de manos, se sacaba de los diversos bolsillos joyas, retratos y cartas, poniéndolo todo en hilera, sobre la mesa, a canto del Tirano:
—Las cartas son especialmente interesantes. Un caso patológico.
—Una sinvergüenzada. Señor Coronel, todo eso se archiva. La Madre Patria merece mi mayor predilección, y por ese motivo tengo un interés especial en que no se difame al Barón de Benicarlés: Usted va a proceder diligente para que recobre su libertad el guarango. El Señor Ministro de España, muy conveniente que conozca la ocurrencia. Pudiera suceder que con sólo eso cayese en la cuenta del ridículo que hace tocando un pífano en la mojiganga del Ministro Inglés. ¿Qué noticias tiene usted referentes a la reunión del Cuerpo Diplomático?
—Que ha sido aplazada.
—Sentiría que se comprometiese demasiado el Señor Ministro de España.
—Ya rectificará, cuando el pollo le ponga al corriente.
Tirano Banderas movió la cabeza, asintiendo: Tenía un reflejo de la lámpara sobre el marfil de la calavera y en los vidrios redondos de las antiparras: Miró su reloj, una cebolla de plata, y le dio cuerda con dos llaves:
—Don Celes nos iluminará en lo referente a la actitud del Señor Ministro. ¿Sabe usted si ha podido entrevistarle?
—Merito me platicaba del caso.
—Señor Coronel, si no tiene cosa de mayor urgencia que comunicarme, aplazaremos el despacho. Será bien conocer el particular de lo que nos trae Don Celestino Galindo. Así tenga a bien decirle que pase, y usted permanezca.