IV

Don Celes Galindo, el ilustre gachupín, jugaba con el bastón y el sombrero mirando a la puerta de la recámara: Su redondez pavona, en el fondo mal alumbrado del vasto locutorio, tenía esa actitud petulante y preocupada del cómico que entre bastidores espera su salida a escena. Al Coronel-Licenciado, que asomaba y tendía la mirada, hizo reclamo, agitando bastón y sombrero. Presentía su hora, y la trascendencia del papelón le rebosaba. El Coronel-Licenciado levantó la voz, parando un ojo burlón y compadre sobre los otros asistentes:

—Mi señor Don Celeste, si tiene el beneplácito.

Entró Don Celeste y le acogió con su rancia ceremonia el Tirano:

—Lamento la espera y le ruego muy encarecido que acepte mis justificaciones. No me atribuya indiferencia por saber sus novedades: ¿Entrevistó al Ministro?

¿Platicaron?

Don Celes hizo un amplio gesto de contrariedad:

—He visto a Benicarlés: Hemos conferenciado sobre la política que debe seguir en estas Repúblicas la Madre Patria: Hemos quedado definitivamente distanciados.

Comentó ceremoniosa la momia:

—Siento el contratiempo, y mucho más si alguna culpa me afecta. Don Celes plegó el labio y entornó el párpado, significando que el suceso carecía de importancia:

—Para corroborar mis puntos de vista, he cambiado impresiones con algunas personalidades relevantes de la Colonia.

—Hábleme de su Excelencia el Señor Ministro de España. ¿Cuáles son sus compromisos diplomáticos? ¿Por qué su actuación contraría a los intereses españoles aquí radicados? ¿No comprende que la capacitación del indígena es la ruina del estanciero? El estanciero se verá aquí con los mismos problemas agrarios que deja planteados en el propio país, y que sus estadistas no saben resolver.

Don Celeste tuvo un gran gesto adulador y enfático:

—Benicarlés no es hombre para presentarse con esa claridad y esa trascendencia las cuestiones.

—¿En qué argumentación sostiene su criterio? Eso estimaría saber. —No argumenta.

—¿Cómo sustenta su opinión?

—No la sustenta.

—¿Algo dirá?

—Su criterio es no desviarse en su actuación de las vistas que adopte el Cuerpo Diplomático. Le hice toda suerte de objeciones, llegué a significarle que se exponía a un serio conflicto con la Colonia. Que acaso se jugaba la carrera. ¡Inútil! ¡Mis palabras han resbalado sobre su indiferencia! ¡Jugaba con el faldero! ¡Me ha indignado!

Tirano Banderas interrumpió con su falso y escandido hablar ceremonioso:

—Don Celes, venciendo su repugnancia, aún tendrá usted que entrevistarse con el Señor Ministro de España: Será conveniente que usted insista sobre los mismos tópicos, con algunas indicaciones muy especializadas. Acaso logre apartarle de la perniciosa influencia del Representante Británico. El Señor Inspector de Policía tiene noticia de que nuestras actuales dificultades obedecen a un complot de la Sociedad Evangélica de Londres. ¿No es así, Señor Inspector?

—¡Indudablemente! La Humanidad que invocan las milicias puritanas es un ente de razón, una logomaquia. El laborantismo inglés, para influenciar sobre los negocios de minas y finanzas, comienza introduciendo la Biblia.

Meció la cabeza Don Celes:

—Ya estoy al cabo.

La momia se inclinó con rígida mesura, sesgando la plática:

—Un español ameritado, no puede sustraer su actuación cuando se trata de las buenas relaciones entre la República y la Patria Española. Hay a más un feo enredo policiaco.

El Señor Inspector tiene la palabra.

El Señor Inspector, con aquel gesto de burla fúnebre, paró un ojo sobre Don Celes:

—Los principios humanitarios que invocan la Diplomacia, acaso tengan que supeditarse a las exigencias de la realidad palpitante. Rumió la momia:

—Y en última instancia, los intereses de los españoles aquí radicados están en contra de la Humanidad. ¡No hay que fregarla! Los españoles aquí radicados representan intereses contrarios. ¡Que lo entienda ese Señor Ministro! ¡Que se capacite! Si le ve muy renuente, manifiéstele que obra en los archivos policiacos un atestado por verdaderas orgías romanas, donde un invertido simula el parto. Tiene la palabra el Señor Inspector.

Se consternó Don Celes. Y puso su rejón el Coronel-Licenciado:

—En ese simulacro, parece haber sido comadrón el Señor Ministro de España.

Gemía Don Celes:

—¡Estoy consternado!

Tirano Banderas rasgó la boca con mueca desdeñosa:

—Por veces nos llegan puros atorrantes representando a la Madre Patria.

Suspiró Don Celes:

—Veré al Barón.

—Véale, y hágale entender que tenemos su crédito en las manos. El Señor Ministro recapacitará lo que hace. Hágale presente un saludo muy fino de Santos Banderas.

El Tirano se inclinó, con aquel ademán mesurado y rígido de la figura de palo:

—La Diplomacia gusta de los aplazamientos, y de esa primera reunión no saldrá nada. En fin, veremos lo que nos trae el día de mañana. La República puede perecer en una guerra, pero jamás se rendirá ante una imposición de las Potencias Extranjeras.

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