El Congal de Cucarachita encendía farolillos de colores en el azoguejo, y luces de difuntos en la Recámara Verde. Son consorcios que aparejan las ferias. Lupita la Romántica, con bata de lazos y el moño colgante, suspiraba caída en el sueño magnético, bajo la mirada y los pases del Doctor Polaco: Alentaba rendida y vencida, con suspiros de erótico tránsito:
—¡Ay!
—Responda la Señorita Médium.
—¡Ay! Alumbrándose sube por una escalera muy grande... No puedo. Ya no está...
Se me ha desvanecido.
—Siga usted hasta encontrarle, Señorita.
—Entra por una puerta donde hay un centinela.
¿Habla con él?
—Sí. Ahora no puedo verle. No puedo...
¡Ay!—Procure situarse, Señorita Médium.
—No puedo.
—Yo lo mando.
—¡Ay!
—Sitúese. ¿Qué ve en torno suyo?
—¡Ay! Las estrellas grandes como lunas
pasan corriendo por el cielo.
—¿Ha dejado el plano terrestre?
—No sé.
—Sí, lo sabe. Responda. ¿Dónde se sitúa?
—¡Estoy muerta!
—Voy a resucitarla, Señorita Médium. El farandul le puso en la frente la piedra de un anillo. Después fueron los pases de manos y el soplar sobre los párpados de la daifa durmiente:
—Señorita Médium, va usted a despertarse contenta y sin dolor de cabeza. Muy despejada, y contenta, sin ninguna impresión dolorosa.
Hablaba de rutina, con el murmullo apacible del clérigo que reza su misa diaria. Gritaba en el corredor la Madrota, y en el azoguejo, donde era el mitote de danza, aguardiente y parcheo, metía bulla del Coronelito Domiciano de la Gándara.