Calzada de la Virreina tenía un luminoso
bullicio de pregones, guitarros, faroles y
gallardetes. Santa Fe se regocijaba con un
vértigo encendido, con una calentura de luz y
tinieblas: El aguardiente y el facón del indio, la
baraja y el baile lleno de lujurias, encadenaban
una sucesión de imágenes violentas y
tumultuosas. Sentíase la oscura y desolada
palpitación de la vida sobre la fosa abierta.
Santa Fe, con una furia trágica y devoradora
del tiempo, escapaba del terrorífico sopor
cotidiano, con el grito de sus ferias, tumultuoso
como un grito bélico. En la lumbrada del ocaso,
sobre la loma de granados y palmas, encendía
los azulejos de sus redondas cúpulas coloniales
San Martín de los Mostenses.