I

La Legación de España se albergó muchos

años en un caserón con portada de azulejos y

salomónicos miradores de madera, vecino al

recoleto estanque francés llamado por una

galante tradición Espejillo de la Virreina. El

Barón de Benicarlés, Ministro Plenipotenciario

de Su Majestad Católica, también proyectaba

un misterio galante y malsano, como aquella

virreina que se miraba en el espejo de su jardín,

con un ensueño de lujuria en la frente. El

Excelentísimo Señor Don Mariano Isabel

Cristino Queralt y Roca de Togores, Barón de

Benicarlés y Maestrante de Ronda, tenía la voz

de cotorrona y el pisar de bailarín. Lucio,

grandote, abobalicado, muy propicio al

cuchicheo y al chismorreo, rezumaba falsas

melosidades: Le hacían rollas las manos y el

papo: Hablaba con nasales francesas y mecía bajo sus carnosos párpados un frío ensueño de

literatura perversa: Era un desvaído figurón,

snob literario, gustador de los cenáculos

decadentes, con rito y santoral de métrica

francesa. La sombra de la ardiente virreina,

refugiada en el fondo del jardín, mirando la

fiesta de amor sin mujeres, lloró muchas veces,

incomprensiva, celosa, tapándose la cara.

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