III

El Generalito acababa de llegar con algunos

batallones de indios, después de haber fusilado

a los insurrectos de Zamalpoa: Inmóvil y

taciturno, agaritado de perfil en una remota

ventana, atento al relevo de guardias en la

campa barcina del convento, parece una

calavera con antiparras negras y corbatín de

clérigo. En el Perú había hecho la guerra a los

españoles, y de aquellas campañas veníale la

costumbre de rumiar la coca, por donde en las

comisuras de los labios tenía siempre una

salivilla de verde veneno. Desde la remota

ventana, agaritado en una inmovilidad de

corneja sagrada, está mirando las escuadras de

indios, soturnos en la cruel indiferencia del

dolor y de la muerte. A lo largo de la formación

chinitas y soldaderas haldeaban corretonas,

huroneando entre las medallas y las migas del

faltriquero, la pitada de tabaco y los cobres

para el coime. Un globo de colores se quemaba en la turquesa celeste, sobre la campa invadida

por la sombra morada del convento. Algunos

soldados, indios comaltes de la selva,

levantaban los ojos. Santa Fe celebraba sus

famosas ferias de Santos y Difuntos. Tirano

Banderas, en la remota ventana, era siempre el

garabato de un lechuzo.

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