3 Griegos contra turcos

En los tiempos prehistóricos, cuando la corteza sólida del globo iba tomando forma poco a poco bajo la acción de fuerzas interiores, neptunianas o plutonianas, surgió Grecia. Un cataclismo empujó este pedazo extremo de tierra por encima del nivel de las aguas, al tiempo que engullía, en la zona del Archipiélago, una parte del continente, de la cual sólo quedan las cimas más altas en forma de islas. Grecia se asienta, efectivamente, sobre la línea volcánica que va de Chipre a la Toscana11[11].

Se diría que los helenos sacan del suelo inestable de su país el instinto de esa agitación físi11[11] Desde la época en la que tiene lugar esta historia, la isla Santorin ha sido víctima de los fuegos subterráneos.

Vostitsa en 1661, Tebas en 1661 y Santa Maura han sido devastadas por sendos terremotos.

ca y moral que, en las empresas heroicas, puede llevarlos a los mayores excesos. Bien es verdad, sin embargo, que gracias a sus cualidades naturales, valor indomable, sentido del patriotismo, amor a la libertad, han conseguido hacer de estas provincias, sometidas durante tantos siglos a la dominación otomana, un Estado independiente.

Pelásgica en los tiempos más remotos, es decir, poblada por tribus de Asia; helénica del siglo XVI al XIV antes de la era cristiana, con la aparición de los helenos, una de cuyas tribus, la de los grayas, había de darle su nombre, en los tiempos casi mitológicos de los argonautas, los heráclidas y la guerra de Troya; totalmente griega, en fin, desde Licurgo, con Milcíades, Temístocles, Arístides, Leónidas, Esquilo, Sófocles, Aristófanes, Herodoto, Tucídides, Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles, Hipócrates, Fidias, Pericles, Alcibíades, Pelópidas, Epaminondas y Demóstenes, y después macedonia con Filipo y Alejandro, Grecia terminó siendo romana con el nombre de Acaya, ciento cuarenta y seis años antes de Cristo y por un período de cuatro siglos.

Desde esa época, invadido sucesivamente por visigodos, vándalos, ostrogodos, búlgaros, eslavos, árabes, normandos y sicilianos, conquistado por los cruzados a principios del siglo XIII y dividido en un gran número de feudos durante el XV, este país, sometido a tantas pruebas tanto en la antigua como en la nueva era, cayó final mente en manos de los turcos y quedó bajo la dominación musulmana.

Puede decirse que, durante cerca de doscientos años, la vida política de Grecia fue completamente aniquilada. El despotismo de los funcionarios otomanos, que representaban allí la autoridad, rebasaba todos los límites. Los griegos no eran ni un pueblo anexionado, ni conquistado, ni siquiera vencido: eran esclavos, doblegados bajo el bastón del bajá, con el imán o sacerdote a su derecha y el djellah o verdugo a su izquierda.

Pero la vida no había abandonado todavía este país que agonizaba. Por el contrario, bajo aquel extremo padecimiento, iba a volver a palpitar. Los montenegrinos del Epiro en 1766, los mainotas en 1769 y los suliotas de Albania se sublevaron por fin y proclamaron su independencia; pero en 1804 todas aquellas tentativas de rebelión fueron definitivamente sofocadas por Alí Tebelen, bajá de Janina.

Si las potencias europeas no querían asistir al total aniquilamiento de Grecia, era el momento de intervenir. Reducida a sus solas fuerzas, sólo podía morir en el intento de recobrar su independencia.

En 1821, Alí Tebelen, que se había sublevado a su vez contra el sultán Mahmud, acababa de pedir ayuda a los griegos, prometiéndoles la libertad, y éstos se levantaron en masa. Los filohelenos acudieron en su auxilio desde todos los puntos de Europa. Italianos, polacos, alemanes y, sobre todo, franceses se alistaron para luchar contra los opresores. Los nombres de Guy de Sainte-Héléne, Gaillard, Chauvassaigne, los capitanes Baleste y Jourdain, el coronel Fabvier, el jefe de escuadrón Regnaud de SaintJean-d'Angély y el general Maison, a los que hay que añadir los de tres ingleses, lord Cochrane, lord Byron y el coronel Hastings, han dejado un recuerdo imperecedero en este país por el cual vinieron a batirse y morir.

A estos nombres, ennoblecidos por todo el heroísmo que la entrega a la causa de los oprimidos puede engendrar, Grecia iba a responder con otros tomados de sus más encumbradas familias: tres hidriotas, Tombasis, Tsamados, Miaulis, y también Colocotronis, Marco Botsaris, Mavrocordato, Mavromichalis, Constantino Canaris, Negris, Constantino y Demetrius Hypsilantí, Ulises y tantos otros. Desde el principio, el levantamiento se convirtió en una guerra a muerte, ojo por ojo, diente por diente, que provocó las más horribles represalias por parte de uno y otro bando.

En 1821, los suliotas y la Maina se sublevan.

En Patrás, el obispo Germanos lanza, con la cruz en la mano, el primer grito de guerra. Morea, Moldavia y el Archipiélago se alinean bajo el estandarte de la independencia. Los helenos, victoriosos en el mar, consiguen apoderarse de Trípolis. A estos primeros triunfos de los griegos responden los turcos con la matanza de aquellos compatriotas suyos que se encontraban en Constantinopla.

En 1822, Alí Tebelen, sitiado en su fortaleza de Janina, es cobardemente asesinado en mitad de una conferencia que le había propuesto el general turco Kourdid. Poco tiempo después, Mavrocordato y los filohelenos son aplastados en la batalla de Arta; pero recuperan la iniciativa en el primer asedio de Misolonghi, obligando al ejército de Omer-Vrione a levantar el bloqueo, no sin pérdidas considerables.

En 1823, las potencias extranjeras comienzan a intervenir más eficazmente. Proponen al sultán una mediación. El sultán la rechaza y para apoyar su negativa desembarca diez mil soldados asiáticos en Eubea. Después entrega el mando del ejército turco a su vasallo Mehmet-Alí, bajá de Egipto.

Durante las luchas de ese año sucumbió Marco Botsaris, aquel patriota del cual se ha dicho: «Vivió como Arístides y murió como Leónidas.» El 24 de enero de 1824, año de grandes reveses para la causa de la independencia, lord Byron desembarcó en Misolonghi y el día de Pascua moría frente a Lepanto, sin haber visto realizado su sueño. Los ipsariotas eran masacrados por los turcos y la ciudad de Candía, en Creta, se entregaba a los soldados de MehmetAlí. Únicamente las victorias marítimas pudieron consolar a los griegos de tantos desastres.

En 1825, Ibrahim-Bajá, hijo de Mehmet-Alí, desembarca en Modón, Morea, con once mil hombres. Se apodera de Navarino y derrota a Colocotronis en Trípolis. Fue entonces cuando el gobierno helénico confió un cuerpo de tropas regulares a dos franceses, Fabvier y Regnaud de Saint-Jean-d'Angély; pero antes de que estas tropas se encontraran en disposición de ofrecerle resistencia, Ibrahim devastaba Mesenia y la Maina. Y si abandonó sus operaciones fue para tomar parte en el segundo asedio a Misolonghi, de la cual no conseguía apoderarse el general Kioutagi, a pesar de haberle dicho el sultán: «¡O Misolonghi o tu cabeza!» En 1826, el 5 de enero, después de haber incendiado Pirgos, Ibrahim llegaba a Misolonghi.

Durante tres días, del 25 al 28, arrojó sobre la ciudad ocho mil bombas y balas de cañón, sin conseguir entrar, ni siquiera después de un triple asalto, por más que no tenía que habérselas sino con dos mil quinientos combatientes, ya debilitados por el hambre. Sin embargo, había de salir victorioso, sobre todo una vez que Miaulis y su escuadra, que llevaban refuerzos a los sitiados, fueron rechazados. El 23 de abril, después de un asedio que había costado la vida a mil novecientos de sus defensores, Misolonghi caía en poder de Ibrahim, y sus soldados acuchillaron a hombres, mujeres y niños, prácticamente todo lo que había quedado de los nueve mil habitantes de la ciudad.

Ese mismo año, los turcos, conducidos por Kioutagi, después de haber asolado Fócida y Beocia, llegaban a Tebas, el 10 de julio, entraban en el Ática, cercaban Atenas, se establecían allí y sitiaban la acrópolis, defendida por mil quinientos griegos. En auxilio de esta ciudadela, la llave de Grecia, el nuevo gobierno envió a Caraiscakis, uno de los combatientes de Misolonghi, y al coronel Fabvier con su cuerpo de regulares. En la batalla que libraron en Chaidari fueron derrotados y Kioutagi continuó sitiando la acrópolis. Entretanto, Caraiscakis emprendía el camino a través de los desfiladeros del Parnaso, vencía a los turcos en Arachova, el 5 de diciembre, y elevaba sobre el campo de batalla un trofeo de trescientas cabezas cortadas. El norte de Grecia había vuelto a ser libre casi totalmente.

Por desgracia, al amparo de estas luchas, el Archipiélago se encontraba abierto a las incursiones de los más temibles corsarios que hubiesen jamás devastado aquellos mares. Y entre éstos se citaba, como uno de los más sanguinarios, el más audaz quizá, al pirata Sacratif, cuyo solo nombre causaba pavor en todos los puertos de Levante.

No obstante, siete meses antes de la época en que empieza esta historia, los turcos se habían visto obligados a refugiarse en algunas de las plazas fuertes de la Grecia septentrional. En el mes de febrero de 1827, los griegos habían reconquistado su independencia desde el golfo de Ambracia hasta los confines del Ática. El pabellón turco sólo ondeaba ya en Misolonghi, Vonitsa y Naupacta12[12]. El 31 de marzo, bajo la influencia de lord Cochrane, los griegos del norte y los griegos del Peloponeso, renunciando a sus disputas internas, iban a reunir a los representantes de la nación en una asamblea 12[12] Lepanto.

única, en Trezenas, y a concentrar los poderes en una sola mano, la de un extranjero, Capo d'Istria, un diplomático ruso, griego de nacimiento, y oriundo de Corfú.

Pero Atenas estaba en poder de los turcos.

Su ciudadela había capitulado el 5 de junio. El norte de Grecia se vio entonces apremiado a someterse completamente. El 6 de julio, sin embargo, Francia, Inglaterra, Rusia y Austria firmaban una convención que, aun admitiendo la soberanía de la Puerta13[13], reconoocía la existencia de una nación griega. Además, por un artículo secreto, las potencias firmantes se comprometían a unirse contra el sultán si éste rehusaba aceptar un arreglo pacífico.

Tales son los hechos generales de esta guerra sangrienta, unos hechos que el lector debe guardar en la memoria, pues van ligados estrechamente a todo lo que seguirá.

13[13] Nombre que se daba al Estado y gobierno turcos en tiempos de los sultanes He aquí ahora los hechos particulares en los cuales están directamente implicados los personajes de esta dramática historia, tanto los que ya conocemos como los que vamos a conocer.

Entre los primeros debemos citar a Andronika, la viuda del patriota Starkos.

Aquella lucha para conquistar la independencia de su país no había engendrado tan sólo héroes, sino también heroínas, cuyos nombres van unidos gloriosamente a los acontecimientos de esta época.

Así vemos aparecer el nombre de Bobolina, nacida en una pequeña isla a la entrada del golfo de Nauplia. En 1812, su marido es hecho prisionero, llevado a Constantinopla y empalado por orden del sultán. El primer grito de la guerra de la Independencia ha sido proferido.

En 1821, Bobolina, con sus propios recursos, arma tres navíos y, tal como lo cuenta H. Belle, siguiendo el relato de un viejo klefta, después de haber enarbolado su pabellón, que lleva escritas estas palabras de las mujeres espartanas: «O encima o debajo», sale a corso hasta el litoral de Asia Menor, capturando e incendiando los navíos turcos con la intrepidez de un Tsamados o de un Canaris; luego, tras haber cedido generosamente la propiedad de sus barcos al nuevo gobierno, asiste al sitio de Trípolis, organiza en torno a Nauplia un bloqueo que dura catorce meses y, finalmente, obliga a la ciudadela a rendirse. Esta mujer, cuya vida es una leyenda, había de acabar asesinada por el puñal de su hermano, a causa de una simple disputa familiar.

Otra gran figura debe ser situada en el mismo rango que esta valiente hidriota. Siempre los mismos hechos que traen iguales consecuencias. Una orden del sultán hace que sea estrangulado en Constantinopla el padre de Modena Mavroeinis, mujer de alta cuna y singular belleza. Modena se lanza inmediatamente a la insurrección, llama a los habitantes de Mycona a la revuelta, arma buques a bordo de los cuales viaja ella misma, organiza compañías de guerrilla que dirige personalmente, detiene al ejército de Selim-Bajá en el fondo de las estrechas gargantas del Pelión, y se destaca brillantemente hasta el fin de la guerra, hostigando a los turcos en los desfiladeros de las montañas de Ftiótida.

También hay que hacer mención de Kaidos, que destruye mediante minas los muros de Villa y se bate con indomable coraje en el monasterio de Santa Veneranda; Moskos, su madre, que lucha al lado de su esposo y aplasta a los turcos con enormes trozos de roca; Despo, que para no caer en manos de los musulmanes, se hizo saltar por los aires con sus hijas, sus nueras y sus nietos. Y las mujeres suliotas, y las que protegieron al nuevo gobierno, instalado en Salamina, llevando hasta allí la flotilla que dirigían, y aquella Constancia Zacarías, que, después de haber dado la señal del levantamiento en las llanuras de Laconia, se lanzó sobre Leondari a la cabeza de quinientos campesinos, y tantas otras, en fin, cuya generosa sangre no se economizó en aquella guerra, durante la cual pudo verse de lo que eran capaces las descendientes de los helenos.

Lo mismo había hecho la viuda de Starkos.

Con el solo nombre de Andronika -pues no quiso ya usar el que su hijo deshonraba-, se dejó arrastrar a la acción, tanto por un irresistible instinto de represalia como por amor a la independencia. Como Bobolina, viuda de un esposo sacrificado por haber intentado defender su país, como Modena, como Zacarías, aun cuando no pudo correr con los gastos de armar buques y organizar compañías de voluntarios, se consagró a la lucha sin reparar en sacrificios en medio de los grandes dramas de aquella insurrección.

En 1821, Andronika se unió a los mainotas que Colocotronis, condenado a muerte y refugiado en las islas Jónicas, había reclutado cuando, el 18 de enero de aquel año, había desembarcado en Scardamula. Tomó parte en la primera batalla campal librada en Tesalia, cuando Colocotronis atacó a los habitantes de Fanari y a los de Caritena, que se habían unido a los turcos a orillas del Rufia. También estuvo en la batalla de Valtetsio, el 17 de mayo, que causó la derrota del ejército de Mustafá-Bey. Más señaladamente aún se distinguió en el sitio de Trípolis, donde los espartanos llamaban a los turcos «persas cobardes» y donde los turcos injuriaban a los griegos llamándoles «miserables liebres de Laconia». Pero aquella vez pudieron más las liebres. El 5 de octubre, la capital del Peloponeso, al no haber podido ser liberada del bloqueo por la flota turca, tuvo que capitular y, a pesar de la convención, fue incendiada y sus habitantes masacrados por espacio de tres días, lo que costó la vida, tanto fuera como dentro, a diez mil otomanos de todas las edades y de ambos sexos.

Al año siguiente, el 4 de marzo, durante un combate naval, Andronika, que había embarcado bajo las órdenes del almirante Miaulis, vio cómo después de una lucha de cinco horas los buques turcos huían y buscaban refugio en el puerto de Zante. ¡En uno de aquellos navíos reconoció a su hijo, que pilotaba la escuadra otomana a través del golfo de Patrás!... Aquel día, abrumada por la vergüenza, se lanzó a la lucha allí donde la refriega era más dura, buscando la muerte..., pero la muerte no quiso saber nada de ella.

Y, no obstante, Nicolas Starkos había de llegar aún más lejos en ese camino criminal. ¿Acaso no se unió, unas semanas más tarde, a KaraAlí, que estaba bombardeando la ciudad de Scio en la isla del mismo nombre? ¿No había participado en aquellas espantosas matanzas en las que perecieron más de veintitrés mil cristianos, sin contar los cuarenta y siete mil que fueron vendidos como esclavos en los mercados de Esmirna? ¿Y no estaba el hijo de Andronika al mando de uno de los buques que transportó a parte de aquellos desgraciados a las costas berberiscas? ¡Un griego que vendía a sus hermanos! En el siguiente período, durante el cual los helenos tuvieron que habérselas con los ejércitos combinados de los turcos y los egipcios, Andronika no dejó ni por un instante de imitar a aquellas heroicas mujeres cuyos nombres han sido citados más arriba.

Fue una época lamentable, sobre todo para Morea. Ibrahim acababa de lanzar sobre ella a sus temibles árabes, más feroces que los otomanos. Andronika estaba entre los sólo cuatro mil combatientes que Colocotronis, nombrado comandante en jefe de las tropas del Peloponeso, a duras penas había podido reunir bajo su mando. Pero Ibrahim, después de haber desembarcado once mil hombres en la costa mesenia, se había ocupado, en primer lugar, de levantar el bloqueo de Corón y Patrás; luego se había apoderado de Navarino, cuya ciudadela había de procurarle una base de operaciones y cuyo puerto le proporcionaría un abrigo seguro para su flota. Seguidamente incendió Argos y tomó posesión de Trípolis, lo cual le permitió, hasta la llegada del invierno, saquear las provincias vecinas. Mesenia, en particular, fue víctima de estas horribles devastaciones. Andronika tuvo que huir a menudo hasta lo más recóndito de la Maina para no caer en manos de los árabes. No obstante, ni por un momento pensó en abandonar la lucha. ¿Se puede descansar en una tierra oprimida? La volvemos a encontrar en las campañas de 1825 y 1826, en el combate de los desfiladeros de Verga, después del cual Ibrahim retrocedió hasta Polyaravos, donde los mainotas del norte consiguieron rechazarlo una vez más. Luego se reunió con las fuerzas regulares del coronel Fabvier, durante la batalla de Chaidari, en el mes de julio de 1826. Allí resultó gravemente herida y consiguió escapar de los implacables soldados de Kioutagi tan sólo gracias al coraje de un joven francés que luchaba bajo la bandera de los filohelenos.

Durante varios meses, la vida de Andronika corrió peligro. Su constitución robusta la salvó, pero el año 1826 terminó sin que hubiese recobrado las fuerzas necesarias para reincorporarse a la lucha.

En estas circunstancias, regresó a las provincias de la Maina, en el mes de agosto de 1827.

Quería volver a ver su casa de Vitylo. Un singular azar llevó hasta allí a su hijo el mismo día... Ya conocemos el resultado del encuentro entre Andronika y Nicolas Starkos y la maldición suprema que ella lanzó sobre él desde el umbral de la casa paterna.

Y ahora, no teniendo ya nada que la retuviese en el suelo natal, Andronika se disponía a continuar peleando mientras Grecia no hubiese recuperado su independencia.

Así estaban las cosas el día 10 de marzo de 1827, en el momento en que la viuda Starkos volvía a los caminos de la Maina para ir a reunirse con los griegos del Peloponeso que, paso a paso, iban disputando el terreno a los soldados de Ibrahim.

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