Capítulo IV Donde el lector puede multiplicar hasta el infinito las exclamaciones e interrogaciones

POR qué en aquel momento mismo habíase modificado el horizonte de tan extraña y súbita manera, que el marino de vista más perspicaz y ejercitada no hubiera podido encontrar la línea circular en que el cielo y el agua debían confundirse?

¿Por qué las olas del mar se levantaban entonces a una altura que los sabios no habían admitido jamás?

¿Por qué entre los crujidos del suelo, que se desgarraba, se produjo un espantoso estrépito, compuesto de ruidos diversos, como si la armazón del globo se dislocase violentamente, como si las aguas se entrechocaran a una profundidad inmensa, como si las corrientes de aire aspirado silbaran en una especie de tromba?

¿Por qué brilló tan pronto, a través del espacio, aquel resplandor extraordinario, más intenso que la luz de una aurora boreal, invadiendo el firmamento y eclipsando la luz de las estrellas de todas magnitudes?

¿Por qué la cuenca entera del Mediterráneo, que parecía haberse vaciado por un instante, volvió a llenarse de una agua furiosamente embravecida?

¿Por qué el disco de la luna pareció aumentarse desmesuradamente, como si el astro de la noche se hubiera aproximado de súbito a diez mil leguas de la tierra, en vez de encontrarse a noventa y seis mil?

¿Por qué, en fin, apareció en el firmamento un nuevo esferoide, enorme, flamígero, completamente desconocido por los cosmógrafos, para desaparecer pronto detrás de espesas capas de nubes?

¿Qué extraño fenómeno había ocasionado aquel cataclismo que trastornó de manera tan profunda la tierra, el mar, el cielo y todo el espacio?

¿Quién lo podría decir? ¿Quedaba siquiera sobre el globo terráqueo un solo hombre que respondiera a estas preguntas?

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