XIV

Y AÚN NO TENÍA NUEVE AÑOS

PASADO aquel gran día, la granja volvió a los trabajos del campo.

Seguramente Pat no notó que había venido en busca de descanso. Con tal ardor ayudaba a su padre y hermanos. Estos marinos son verdaderamente rudos trabajando hasta fuera de su oficio.

Pat llegó en lo más fuerte de la siega, que fue seguida de la recolección de legumbres. Él trabajaba como un gaviero de mesana, expresión de la que se servía y que fue preciso explicar a Hormiguita. Siempre había que explicarle el por qué de las cosas. No se alejaba de Pat que había hecho amistad con él, una amistad de marinero por su aprendiz. Cuando la jornada se había acabado, cuando todo el mundo estaba a la mesa para comer, ¡qué alegría sentía Hormiguita al oír referir al marinero sus viajes, los incidentes en que había tomado parte, las tempestades que había pasado a bordo del Guardián, las hermosas y rápidas travesías de los navíos!… ¡Lo que sobre todo le interesaba era los ricos cargamentos transportados por cuenta de la casa Marcuard y el embarque de las mercancías cargadas con destino a Europa! Sin duda alguna la parte comercial de estas cosas era la que más conmovía su espíritu práctico. En su pensamiento, el armador era antes que el capitán.

—Entonces —preguntaba a Pat— ¿esto es lo qué se llama el comercio?

—Sí; se embarcan los productos que se fabrican en un país y se venden en otro donde no se fabrican.

—¿Más caros que se han comprado?

—Naturalmente… para ganar. Después se importan los productos de otras comarcas para revenderlos.

—¿Siempre a más precio, Pat?

—Siempre… ¡Cuándo es posible!…

Pat fue preguntado cien veces sobre este asunto durante su estancia en la granja de Kerwan. Por desgracia, y con gran disgusto de todos, llegó el momento de abandonar la granja y volver a Liverpool.

El 30 de septiembre fue el día de la despedida. Pat iba a separarse de todos los que amaba. ¿Cuánto tiempo pasaría sin que le volviesen a ver?… No se sabía. Pero prometió escribir con frecuencia. ¡Con qué emoción le abrazaron todos!… La abuela lloraba. ¿La encontraría al regreso ante el hogar hilando en medio de sus hijos?…

Aunque era muy anciana, al menos la dejaba en buen estado de salud, como a toda la familia. Además, el año había sido favorable para los labradores del condado. No había nada que temer para el invierno que ya se dejaba sentir. Pat dijo a su hermano mayor:

—Te querría ver menos inquieto, Murdock. Con energía y voluntad todo se consigue.

—Sí… Pat… Pero ya ves… trabajar en una tierra que no es de uno, que jamás lo será… y estar a merced de una mala cosecha… ¡para esto, ni la energía ni la voluntad sirven de nada!

Pat no supo qué responderle, y sin embargo, en el momento en que le dio el último apretón de manos.

—Ten confianza —murmuró.

El marinero fue llevado en coche hasta Tralée. Iba acompañado de su padre, de sus hermanos y de Hormiguita. El tren le llevó hacia Dublín, desde donde el paquebote debía llevarle a Liverpool.

En la granja hubo gran trabajo durante las semanas que siguieron. Recogida la cosecha, después, llegado el momento oportuno, Martin recorrió los mercados a fin de venderla, no conservando sólo el grano necesario para la siembra.

Estas ventas interesaban en el más alto grado a Hormiguita. Por lo que el labrador le llevaba consigo.

Que no se acuse a este niño de ocho años de mostrarse apegado al interés… No… él era así y su instinto le llevaba al comercio. Por otra parte, se contentaba con el guijarro que Martin MacCarthy le entregaba todas las noches, conforme a lo convenido, y se felicitaba de ver aumentar su tesoro.

Conviene observar además que el deseo del lucro es innato en la raza irlandesa. Gustan de ganar dinero, con tal que sea honradamente. Y cuando el labrador terminaba un buen negocio en el mercado de Tralée o en los pueblos vecinos, Hormiguita mostrábase tan contento como si redundara en provecho suyo.

Transcurrieron octubre, noviembre y diciembre en buenas condiciones.

Hacía ya tiempo que los trabajos habían concluido cuando el cobrador de las granjas llegó, la víspera de Nochebuena. El dinero estaba presto, y una vez cambiado por un recibo en regla, aquél sobraba en la granja. No queriendo ver marchar este dinero tan penosamente arrancado del suelo, Murdock se apresuró a salir cuando vio llegar al cobrador. Sentía siempre inquietud por el porvenir. Felizmente el invierno estaba seguro, y las reservas permitirían comenzar las labores sin gastos suplementarios.

Con el nuevo año siguieron los fríos rigurosos. No se salía de la granja. Verdad es que en el interior no faltaba trabajo ¿No era preciso dedicarse a la alimentación y al cuidado del ganado? Hormiguita estaba encargado especialmente del corral. Los pollos y polluelos estaban tan bien tratados como registrados. En sus ocios no olvidaba que tenía una ahijada ¡Qué alegría experimentaba al tener a Jenny en sus brazos, en provocar su sonrisa sonriéndole, en cantarle canciones, en mecerla para dormirla cuando su madre estaba ocupada! Un padrino casi es un padre, y miraba a la niña como a una hija. Con este motivo formaba proyectos ambiciosos para el porvenir. Ella no tendría más maestro que él. La enseñaría primero a hablar, después a leer y a escribir, a ser «ama de su casa» más tarde.

Hormiguita había aprovechado las lecciones de Martin y de sus hijos, sobre todo las que le daba Murdock. Había, pues, adelantado mucho desde que dejó a Grip, aquel pobre Grip que seguía ocupando su pensamiento, y cuyo recuerdo jamás debía borrarse.

Sin gran retraso reapareció la primavera, después de un invierno bastante crudo. El joven pastor, acompañado de su amigo Birk, volvió a su trabajo habitual. Bajo su guarda, los carneros y cabras volvieron a los prados, a una milla en torno a la granja. Deseaba que su edad le permitiese tomar parte en los trabajos del campo, que exigían un vigor que, a despecho suyo, le faltaba aún. Algunas veces hablaba de esto con la abuela, que le respondía sacudiendo la cabeza:

—Paciencia. Ya llegará.

—¿Pero entretanto, no podría sembrar un poco?

—¿Te daría eso placer?

—Sí, abuela. Cuando veo a Murdock y a Sim arrojar el grano, balanceando sus brazos, y andando a paso regular, tengo grandes deseos de imitarles. ¡Es un trabajo tan hermoso y tan interesante! ¡Pensar que ese grano va a germinar en la tierra, convirtiéndose en espiga larga… larga! ¿Cómo sucede eso?

—Yo no sé nada, hijo mío, pero Dios lo sabe y es suficiente.

De esta conversación resultó que algunos días después se vio a Hormiguita arrojar la avena en una parcela preparada por el arado, con una precisión perfecta, lo que le valió los plácemes de Martin MacCarthy.

Así, cuando las hierbecillas empezaron a brotar, ¡qué obstinación puso en defender su futura cosecha contra los cuervos, levantándose al alba para perseguirlos a pedradas! No olvidemos decir que al nacer Jenny, él había plantado un pequeño abeto en el patio con la idea de que crecieran a la par el arbusto y la niña.

Y no dejaba de costarle trabajo librar a este arbolillo de los malditos pájaros. Decididamente, Hormiguita y los representantes de esa gente devastadora jamás serían buenos amigos.

Aquel verano de 1880 se trabajó duramente en los campos del oeste de Irlanda. Por desgracia las circunstancias climatológicas se mostraron poco favorables para el rendimiento del suelo. Sin embargo, el hambre no era de temer, porque la cosecha de patatas prometía ser abundante, aunque tardía; trigo apenas hubo; y en cuanto al centeno, la cebada y la avena, se tenía que reconocer que iban a ser insuficientes para las necesidades del país Sin duda subiría el precio de estos cereales. ¿Mas en qué aprovecharía el alza a los labradores, si nada podían vender teniendo que conservar lo poco que recolectaran para la próxima siembra? Así es que los que tenía ahorros se verían en la necesidad de sacrificarlos para pagar los impuestos y para el pago de las granjas hasta el último chelín desaparecería.

La consecuencia de todo esto fue que el movimiento nacional tendió acentuarse en los condados. Cosa que llega siempre que una nube de miseria se eleva en el horizonte de la campiña irlandesa. Sonaron las recriminaciones mezcladas a los desesperados gritos de los partidarios de la liga agraria. Fueron proferidas terribles amenazas contra los propietarios del suelo, fuesen o no extranjeros, y no se olvide que los landlords escoceses o ingleses eran considerados como tales. Aquel año, en junio, en Westport las gentes amenazadas por el hambre acababan de gritar: «Hundid de un puñetazo las granjas» y la frase general que se repetía en los campos era «¡La tierra para los campesinos!».

Algunas escenas de desorden estallaron en los territorios de Donegal, de Sligo, de Galway. Kerry no estuvo exento de lo mismo. Con gran temor veían la abuela, Martina y Kitty que a menudo Murdock abandonaba la granja, ya de noche, y que no reaparecía hasta el día siguiente, fatigado por largas jornadas, y más sombrío que nunca. Volvía de esos mítines organizados por los principales colonos, donde se predicaba la rebelión, el levantamiento contra los lores, la huelga universal que obligaría a los propietarios a dejar sus tierras en baldío.

Y lo que aumentaba los temores de la familia con motivo de Murdock era que el lord lugarteniente por Irlanda, decidido a las medidas más enérgicas, hacía vigilar muy de cerca a los nacionales por sus brigadas de policía.

Martin y Sim, experimentando los mismos sentimientos que Murdock, no decían nada cuando éste volvía después de una prolongada ausencia pero las mujeres le suplicaban que obrase con prudencia, y que midiese sus palabras y actos. Querían arrancarle la promesa de no asociarse a las rebeliones en favor del home-rule, que no podían producir más que una catástrofe. Murdock se enfurecía entonces y hablaba y se expresaba como si estuviera en un mitin.

—¡La miseria después de una vida de trabajo! ¡La miseria sin fin! —repetía.

Y mientras Martina y Kitty temblaban ante la idea de que pudieran oírle desde fuera, en el caso de que algún agente rondase la granja, Martin y Sim inclinaban la cabeza.

Hormiguita asistía a estas tristes escenas muy conmovido.

Después de haber pasado por tantas pruebas, ¿no había, pues, llegado al término de sus miserias el día en que fue recogido en Kerwan? ¿El porvenir le reservaba otras más duras aún? Tenía entonces ocho años y medio. Bien constituido para su edad, habiendo tenido la fortuna de escapar a las enfermedades de la infancia, ni los sufrimientos, ni los malos tratos, ni la falta de cuidados habían podido debilitar su organismo.

Se dice de las calderas de vapor que están probadas a tantas atmósferas, cuando se las ha sometido a las presiones correspondientes. Pues bien, Hormiguita había estado probado, ésta es la palabra, al máximo de resistencia. Se veía en sus anchos hombros, en su pecho ya alto, en sus miembros delgados, pero nerviosos y de fuertes músculos. Su cabello se oscurecía y lo llevaba cortado en vez de aquellos bucles que Miss Anna Waston hacía caer sobre su frente. Sus ojos, de un azul oscuro, de pupila resplandeciente, atestiguaban una extraordinaria viveza. Su boca ligeramente apretada, su barbilla fuerte, indicaban la decisión y la energía de su carácter. Esto era lo que más particularmente había atraído la atención de su nueva familia. Los labradores serios y reflexivos son buenos observadores, y no se les había escapado que aquel jovencillo se hacía notar por sus instintos de orden y de aplicación, y ciertamente se educaría si encontraba ocasión de ejercitar sus aptitudes naturales.

Los períodos destinados para los trabajos de recolección presentaron condiciones peores que el año anterior. Hubo un déficit bastante considerable, como se había previsto, en lo que concernía a los granos. El personal de la granja bastó para el trabajo. Sin embargo, la cosecha de patatas fue buena. Era el alimento asegurado en parte para la mala estación ¿Pero esta vez, de dónde se sacaría el dinero necesario para los pagos de arriendo y de impuestos?

Volvió el invierno, muy precoz. Desde las primeras semanas de septiembre empezaron los grandes fríos. Después cayó la nieve en abundancia. Fue preciso volver el ganado al establo. La costra blanca era tan espesa, tan resistente, que ni los carneros ni las cabras hubieran podido pastar. De aquí el temor muy fundado de que los forrajes fueran insuficientes hasta la vuelta de la primavera. Los más prudentes, o al menos los que tenían medios para ello, y Martin fue de este número, tomaron precauciones, comprándolos; pero lo hicieron a precios elevados, por lo de la mercancía, y tal vez hubiera valido más deshacerse de aquellos animales cuyo sostenimiento sería difícil en un largo invierno.

Es una circunstancia muy enfadosa esos fríos que hielan la tierra a muchos pies de profundidad, sobre todo cuando es ligera y silícea como en Irlanda y retiene mal el poco abono que se le ha podido echar. Cuando el invierno se prolonga con una tenacidad que desarma al cultivador, es de temer que la congelación se prolongue más allá de los límites corrientes. ¿Qué puede el arado contra la dureza del terreno? ¡Y si la siembra no ha hecho a tiempo, la miseria está en perspectiva! Mas no es dado al hombre modificar los azares climatológicos de una estación. Queda reducido a cruzarse de brazos, muchas de las reservas se consumen de día en día, y los brazos cruzados no son los que trabajan.

A fin de noviembre empeoró la situación. A las nieves sucedió una temperatura de las más rigurosas. El termómetro llegó a veinte grados bajo cero.

La granja, cubierta de una caperuza dura, recordaba a esas cabañas groenlandesas perdidas en la inmensidad de los países polares. En verdad, aquella inmensa costra de nieve conservaba en el interior el calor de los hogares, y no se sufría mucho por el exceso de frío. Pero fuera, en medio de aquella atmósfera en calma cuyas moléculas parecían estar heladas, era posible aventurarse sin tomar ciertas precauciones. En esta época, Martin y Murdock se vieron obligados a vender algunos animales para pagar el arriendo de la finca: vendieron un gran número de carneros. Era preciso no retrasarse para encontrar dinero entre los mercaderes de Tralée.

Era el 15 de diciembre. Como el carruaje no hubiera podido rodar más que muy difícilmente por aquel terreno helado, el labrador y su hijo tomaron la resolución de hacer el viaje a pie. No dejaba de ser tarea muy penosa recorrer veinticuatro millas con una temperatura de 20 grados bajo cero. Probablemente su ausencia duraría dos o tres días.

Al alba partieron, no sin que en la granja quedaran inquietos.

Aunque el tiempo era muy seco, espesas nubes que se esparcían hacia oeste amenazaban modificarlo próximamente.

Habiendo Martin y Murdock partido el 15, no se debía esperarles hasta el 17.

Hasta la tarde, el estado atmosférico no cambió de una manera visible. El termómetro bajó aún uno o dos grados.

La brisa se levantó al mediodía, y esto fue otro motivo de ansiedad, pues el valle del Cashen se conmueve con extraordinaria violencia con los vientos del mar.

Durante la noche del 16 al 17, la tempestad se desencadenó furiosamente, acompañada de espesos turbiones de nieve. A diez pasos de la granja nada se hubiera visto bajo el espeso manto. ¿Se habrían puesto Martin y Murdock ya en camino después de terminar sus negocios en Tralée? Se ignoraba. Lo cierto fue que el 18 por la noche aún no habían regresado.

La noche fue huracanada. Se comprenderá cuál sería la angustia de la abuela, de Martina de Kitty, de Sim y de Hormiguita. ¿Tal vez el labrador y su hijo andarían perdidos entre remolinos de nieve? ¿Tal vez ha caído a algunas millas de la granja, moribundos de hambre y de frío?

Al día siguiente, hacia las diez de la mañana, el horizonte se aclaro algo y disminuyó la borrasca. Como consecuencia de un salto del viento hacia el norte, las nieves acumuladas se solidificaron en un instante. Sim declaró que iba a ir en busca de su padre y de su hermano, acompañado, de Birk. Su resolución fue aprobada con la condición de que permitiera le acompañasen Martina y Kitty.

A pesar de su deseo, Hormiguita tuvo que permanecer en casa con la abuela y la niña.

Convínose además en que la exploración se limitaría a unas dos o tres millas, y que en el caso de que Sim juzgara conveniente ir más lejos, Martina y Kitty regresarían antes de la noche.

Un cuarto de hora después, la abuela y Hormiguita estaban solos, Jenny dormía en la alcoba de Murdock y Kitty, contigua a la sala. Una especie de cesta suspendida por dos cordones a una de las vigas del techo según la costumbre irlandesa, servía a la niña de cuna.

El sillón de la abuela estaba ante el hogar, de cuyo fuego de césped y leña cuidaba Hormiguita. De vez en cuando, éste se levantaba e iba a ver si su ahijada se despertaba, inquietándose al menor movimiento que hacía, presto a darle un poco de leche templada, o a volverla a dormir, meciendo dulcemente su cuna.

La abuela, atormentada por la inquietud, prestaba oído a todos los ruidos de afuera, que eran crujidos de la nieve que se endurecía sobre tejado, y de las maderas oprimidas por el peso.

—¿No oyes nada, Hormiguita? —decía.

—No, abuela.

Y después de haber frotado los vidrios escarchados, procuraba echar una mirada por la ventana que daba al patio; todo estaba blanco.

Hacia las doce y media la niña lanzó un grito. Hormiguita se acercó ella, y como no había abierto los ojos, se limitó a mecerla durante un instantes, con lo que fue suficiente para que la niña volviera a dormir

Se disponía a volver junto a la abuela, a quien no quería dejar sola, cuando se oyó ruido fuera. Escuchó con más atención. Era como si arañasen el establo contiguo al cuarto de Murdock. Pero estando separado por un grueso muro, no se preocupó del ruido. Algunas ratas sin duda que corrían bajo la cama. Además, la ventana estaba cerrada y no había nada que temer.

Hormiguita, después de haber cerrado la puerta que separaba los dos cuartos, se apresuró a volver.

—¿Y Jenny? —preguntó la abuela,

—Ha vuelto a dormirse.

—Entonces quédate a mi lado, hijo mío.

—Sí, abuela.

Los dos, inclinados ante el hogar, bien encendido, volvieron a hablar de Martin y de Murdock, después de Martina, de Kitty y de Sim, que habían ido en busca de los primeros.

¡Con tal de que no les hubiera ocurrido ninguna desgracia!… Se producían a veces tan terribles catástrofes en esas tempestades de nieve! ¡Bah! ¡Los hombres enérgicos y vigorosos saben defenderse! Cuando regresaran, encontrarían un buen fuego en el hogar y un grog caliente en la mesa. Hormiguita no tendría que hacer más que arrojar una buena brazada de leña en el hogar.

Hacía dos horas que Martina y los demás habían partido, y nada anunciaba su próxima vuelta.

—¿Quiere que vaya a la puerta del patio y desde allí avance algo para ver a más distancia del camino? —dijo el niño.

—No, no, No es preciso que la casa quede sola; y sola estaría no quedando más que yo para guardarla.

Volvieron a hablar, pero bien pronto la fatiga y la inquietud se reunieron, y la anciana empezó a adormecerse.

Hormiguita, siguiendo su costumbre, le colocó una almohada tras la cabeza, procurando evitar todo ruido que pudiera despertarla, y se acercó a la ventana.

Después de haber quitado el hielo de uno de los cristales, miró.

Fuera, todo estaba blanco, silencioso, como en un cementerio.

Toda vez que la abuela dormía, y puesto que Jenny reposaba en el cuarto de al lado, ¿qué inconveniente había en llegar hasta el camino? Esta curiosidad, o más bien este deseo de ver si alguien venía, era muy excusable.

Hormiguita abrió, pues, la puerta de la sala y la volvió a cerrar cuidadosamente. Hundiéndose hasta la rodilla en la nieve llegó al patio.

En el camino, blanco, nadie vio. Ningún ruido en la dirección del camino, Martina, Kitty y Sim no estaban cerca, pues los ladridos de Birk se hubiesen oído desde lejos por esos fríos intensos que llevan la voz a grandes distancias.

El niño avanzó hasta el medio del piso bajo de la casa.

En ese momento, un nuevo crujido llamó su atención; no venía del camino, sino del patio, junto a los establos. Parecía venir acompañad de un aullido sofocado. Hormiguita, inmóvil, escuchaba. El corazón le latía fuertemente. Pero se acercó con valor a la pared de los establos después de rodear el ángulo de este lado, se adelantó a pasos sordos y con precaución.

El ruido venía siempre del interior, tras el ángulo ocupado por la habitación de Murdock y de Kitty.

Hormiguita, presintiendo una desgracia, se arrastró a lo largo muro.

Apenas pasó el ángulo, dejó escapar un grito.

En aquel hogar, la paja había sido separada. En mitad de la pared descubría un ancho agujero, abierto sobre el cuarto en que Jenny dormía.

¿Quién había abierto esta brecha? ¿Era un animal? Sin vacilar Hormiguita penetró en el cuarto.

En aquel momento, un animal de grandes proporciones escapaba, al huir, derribó al joven.

Era un lobo, uno de esos vigorosos lobos que rondan en manadas los campos irlandeses durante los largos inviernos.

Después de haber abierto la brecha, habíase introducido en el cuarto arrancado la cuna de Jenny, cuyos cordones estaban rotos, y se alejaba arrastrándola sobre la nieve.

La niña lanzaba agudos gritos… Hormiguita se puso en persecución lobo, con su cuchillo en la mano y pidiendo socorro con voz desesperada. ¿Mas quién podía oírle, quién iba a venir en su ayuda? ¿Y si el feroz animal se volvía contra él? ¿Pero pensaba él en esto? ¿Se decía que arriesgaba la vida? No… Él no veía más que a la niñita llevada por aquella fiera.

El lobo corría poco, le pesaba la cuna, de una de cuyas cuerdas tiraba Hormiguita corrió unos cien pasos antes de alcanzarlo. Después de haber rodeado los muros de la granja, el lobo se había lanzado al camino y subía hacia Tralée cuando Hormiguita le alcanzó.

Parose el animal, y abandonando la cuna se precipitó sobre el niño.

Éste le esperó a pie firme, con la mano extendida, y en el momento en que el animal saltaba a su cuello, le hundió el cuchillo en el vientre, mas no sin que el lobo le hubiese mordido en un brazo, mordisco tan doloroso, que el niño cayó sin sentido sobre la nieve.

Por fortuna, antes de que hubiese perdido el conocimiento, se oyeron ladridos…

Era Birk. Corrió… Arrojose sobre el lobo, que huyó…

Casi enseguida aparecieron Martin MacCarthy y Murdock, a los que Sim, Martina y Kitty acababan de encontrar sanos y salvos a dos millas de allí.

Jenny estaba salvada. La madre la estrechaba entre sus brazos.

Murdock vendó la herida de Hormiguita. Éste fue después llevado a la granja y colocado en su lecho en el cuarto de la abuela.

Cuando recobró el sentido:

—¿Y Jenny? —preguntó.

—Está aquí —respondió Kitty—, viva… y gracias a ti… bravo niño.

—Querría besarla.

Y después que vio la sonrisa con que ella respondió al beso cerró los ojos.

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