IV

LOS LAGOS DE KILLARNEY

COMO se había decidido, la partida se efectuó la mañana del 3 de agosto. Los dos criados, la doncella de la marquesa y el ayuda de cámara del marqués, tomaron asiento en el interior del ómnibus, que transportaba el equipaje a la estación, distante tres millas.

Hormiguita les acompañaba a fin de vigilar más especialmente el de su joven amo, conforme a las órdenes que había recibido.

Marion y John estaban de acuerdo para dejar que se las compusiere como pudiese aquel hijo de nadie y de nada, como se le llamaba en la antecámara. El hijo de nadie se comportó inteligentemente, y el equipaje del conde Asthon fue dispuesto con sumo cuidado.

Hacia el medio día llegó el carruaje, después de haber sorteado el río Allo. Lord y lady Piborne se apearon. Como algunas personas salían de la estación para mirar a los augustos viajeros, claro es que muy respetuosamente, el conde Asthon aprovechó la ocasión para jugar con su groom. Le llamó boy, siguiendo la costumbre, puesto que no se le conocía otro nombre. El boy avanzó hacia el coche, y recibió en pleno pecho la manta de viaje, lo que causó mucha risa a los curiosos.

El marqués, la marquesa y su hijo entraron en el departamento que se les había reservado en un vagón de primera clase. John y Marion se instalaron en uno de segunda, sin invitar al groom a que fuese con ellos. Éste ocupó otro que estaba vacío, sin sentir disgusto alguno por hacer solo el principio del viaje.

El tren partió en seguida. Hubiérase dicho que no esperaba más que la llegada de los nobles señores de Trelingar.

Una vez ya había viajado Hormiguita en ferrocarril en los brazos de Miss Anna Waston; pero como fue dormido todo el tiempo, apenas si lo recordaba. Él había visto el tren en Galway y Limerick. Hoy iba verdaderamente a realizar su deseo de ser arrastrado por una locomotora, ese poderoso caballo de acero y de cobre, que lanzaba silbidos y torbellinos de vapor.

Lo que más excitaba su admiración no eran los coches de viajeros, sino los furgones de mercancías que la industria y el comercio expedían de una comarca a otra.

Hormiguita miraba por la ventanilla, cuyo cristal estaba bajado. Aunque el tren no iba a gran velocidad, parecíanle una cosa extraordinaria aquellas casas y aquellos árboles que corrían en sentido contrario a lo largo de la vía, aquellos hilos telegráficos tendidos de un poste a otro, y por los cuales los despachos corren más rápidamente aún que los objetos, aquellos convoyes que el tren arrastraba y de los que no entreveía más que la masa confusa y mugidora. ¡Qué impresiones para su sensible imaginación!

Durante cierto número de millas el tren siguió la ribera izquierda del río Blackwater a través de lugares pintorescos. Hacia las dos, después de haberse detenido en algunas estaciones intermedias, hizo un alto de veinticinco minutos en la estación de Millstreet.

La noble familia no se apeó del coche-salón, al que Marion fue llamada para el servicio de su señora. John se puso junto a la portezuela a disposición de su amo. El groom recibió la orden del conde Asthon de comprarle algún libro interesante que se pudiera leer durante una o dos horas. Se dirigió, pues, al puesto de libros de la estación, y se comprende lo perplejo que estaría. En fin, es de presumir que consultó más bien su propio gusto que el del joven Piborne. Así ¡qué mala acogida tuvo cuando llegó llevando la Guía del viajero en los lagos de Sillarney! El heredero de Trelingar-Castle no se preocupaba de estudiar su itinerario. Iba a aquel lugar porque se le llevaba. Y la Guía tuvo que ser sustituida por un periódico de caricaturas insípidas con pies sin ingenio, que parecieron hacer sus delicias.

A las dos y media salieron de Millstreet. Hormiguita volvió a instalarse junto a la ventanilla del vagón. El tren iba entonces por una comarca montañosa, de accidentado paisaje. El tiempo era bastante claro, con un sol algo ardiente, cosa rara en Irlanda. Lord Piborne podía felicitarse de tener un período seco para su excursión. La sombrilla de la marquesa sería más útil que su waterproof. Sin embargo, la atmósfera no estaba desprovista de cierta ligera bruma fresca, que da más encanto a las cimas, dulcificando sus contornos. Hormiguita pudo contemplar hacia el sur del ferrocarril los altos picos de aquella parte del condado, el Caherbarnagh y el Pass, cuya altura llega a dos mil pies. En los alrededores de Killarney es, en efecto, donde se dan las mayores alturas de Irlanda. El tren no tardó en franquear el monte entre los condados de Cork y de Kerry. Hormiguita, que había guardado la Guía rehusada por su amo, seguía con interés el trazado del ferrocarril. ¡Qué recuerdos traía a su memoria el nombre de Kerry! A unas veinte millas hacia el norte habían transcurrido los más caros años de su infancia, en aquella granja de Kerwan ahora abandonada, de la que el despiadado midleman había arrojado a la familia MacCarthy. Sus ojos se apartaron del paisaje. Era en sí mismo donde miraba, y esta dolorosa impresión duraba aún cuando el tren se detuvo en la estación de Killarney.

Era una fortuna para aquel pueblecillo, fortuna de la que participan algunas ciudades de Europa, estar situado al borde de un magnífico lago. Tal vez a esto debe Killarney su vida fácil y dichosa. Y no es por su palacio donde reside el obispo católico del condado, ni por su catedral, ni por su casa de salud, ni por sus conventos de religiosas, ni por el de franciscanos, ni por su workhouse, por lo que afluyen los turistas en la buena estación. No. Si este pueblo es el punto de los excursionistas, es porque éstos son atraídos por los esplendores naturales del lago.

Que una conmoción geológica lo suprima, que vayan sus aguas a perderse en las entrañas del suelo, y Killarney se olvidará, lo que sería lamentable, sobre todo para la familia Kenmare, pues dicha ciudad forma parte de un inmenso dominio de noventa mil hectáreas.

No faltan fondas, sin contar las que se levantan en Lough-Leane, a menos de un cuarto de milla.

Lord Piborne había buscado una de las mejores. Por desgracia, este hotel estaba entonces boycotté. Este neologismo irlandés viene del nombre de un capitán, boycotté, que, habiendo reclamado la existencia de la policía para guardar su cosecha, los obreros del país se negaron a trabajar en sus dominios. Estar puesto en cuarentena es lo que significa la palabra boycotté. Y si el mencionado hotel la sufría entonces, era porque su propietario había procedido por evicción contra algunos de sus colonos. No había, pues, ni criados, ni cocineros, y los abastecedores no hubieran osado vender nada allí.

El marqués y la marquesa Piborne decidieron quedarse en el hotel, dejando para al día siguiente su partida para los lagos. Después de haberse ocupado del equipaje de su amo, el groom recibió orden de estar a su disposición durante toda la noche; de aquí la prohibición formal de abandonar la antecámara mientras el joven Piborne se las echaba de gentleman en medio de los turistas que leían, hablaban o jugaban en el salón.

Al día siguiente un carruaje esperaba al pie de la escalera del establecimiento. Era un ancho y cómodo landó descapotable, con asientos detrás para John y Marion, y asiento delante en el que se acomodaría el groom, junto al cochero. En los cofres se metió ropa blanca y vestidos, provisiones en cantidad suficiente para proveer a la eventualidad, posibles retrasos, y falta de víveres, pues convenía que la comida de sus señorías estuviese siempre asegurada. Pero ellos no tenían la intención de subir al coche hasta la salida de Killarney.

En efecto, con ese buen sentido práctico del que lord Piborne se vanagloriaba siempre hasta en las discusiones de la Cámara Alta, había dividido su itinerario en dos partes; la primera comprendía la exploración de los lagos y se efectuaría por el agua; la segunda, la exploración del condado hasta el litoral y se haría por tierra. Síguese de aquí que el landó no llevaría a los nobles excursionistas más que durante esta última parte del viaje. Así se puso en camino desde por la mañana para esperarla en Brandons-cottage, al extremo de los lagos de Killarney. Como en su sabiduría lord Piborne había fijado en tres días la duración de la travesía de los lagos, la doncella, el ayuda de cámara y el groom no podían abandonar a sus amos durante este tiempo. Júzguese lo que agradó a nuestro joven la idea de que iba a navegar por aquellas aguas resplandecientes.

Esto no era el mar, cierto, el mar inmenso, infinito, que va de un continente a otro. Sólo había lagos que no ofrecían provecho al comercio y por cuya superficie no pasan más que las embarcaciones de los turistas. Pero, en fin, hasta en esas condiciones, el viaje era un motivo de regocijo para Hormiguita. El día antes, por segunda vez, había viajado en ferrocarril; hoy por primera iba a subir a un barco.

Mientras John y Marion, seguidos del joven, hacían a pie la milla que separa Killarney de la ribera septentrional de los lagos, un coche conducía a la marquesa, al marqués y a su hijo. En el ángulo de una plaza, Hormiguita entrevió la catedral, que no había tenido tiempo de visitar. En las calles, poca gente, más bien holgazanes que trabajadores.

En efecto, la animación de Killarney está limitada a algunos meses durante los que diez mil o doce mil excursionistas afluyen a ella de todos los puntos del Reino Unido. Parece entonces que la población está únicamente compuesta de cocheros y barqueros, los cuales se disputan y explotan la clientela del pasaje.

En el embarcadero, una embarcación con cinco hombres, cuatro a los remos y uno al timón, esperaba a sus señorías. Cubríala un toldo para el caso de que el sol fuese demasiado vivo, o la lluvia muy incesante, asegurando la comodidad de los viajeros. Lord y lady Piborne se instalaron en los bancos; a su lado, el conde. Los criados y el groom sentáronse en la parte delantera. Largose la amarra, cayeron los remos simultáneamente y la embarcación se alejó de la orilla.

Los lagos de Killarney cubren veintiún kilómetros cuadrados de esta región.

Son tres: el superior, que recibe las aguas recogidas por los ríos Grenshorn y Doogary; el lago Muckross o Tore, donde van las aguas del Owengariff, después de haber seguido el estrecho canal de Lugh-Range, y el lago inferior, el Lough-Leane, que se drena por el Lewne y otros tributarios, llevados hacia la bahía Dingle, en el litoral del Atlántico. Es preciso observar que la corriente de los lagos es de sur a norte, lo que explica por qué el lago inferior ocupa una posición septentrional con relación a los otros.

Vista en un plano, la unión de estos tres lagos representa con bastante exactitud un grueso palmípedo, pelícano u otro, que tiene por pata el canal Lough-Range, por garra el lago superior y por cuerpo el Muckross y el Lough-Leane. Como la embarcación había partido de la ribera norte del Lough-Leane, la exploración se seguiría al lago inferior primero, al lago Muckross después y, subiendo por el canal Lough-Range, al lago superior. Según el programa de lord Piborne, debía consagrarse un día a la visita de cada lago.

Al sur y al oeste de esta región, los más altos sistemas orográficos de la Verde Erin se cruzan hasta la admirable bahía de Bantry, en la costa del condado de Cork. Allí está el puertecillo de pesca Glengariff, en el que Hoche y sus catorce mil hombres desembarcaron en 1796, cuando la República francesa les envió en socorro a sus hermanos de Irlanda.

Lough-Leane, el más vasto de los tres lagos, mide cinco millas y media de ancho y tres de largo. Sus orillas del este, dominadas por las cadenas del Carn-Tual, tienen como marco verdes bosques, que en su mayoría pertenecen al dominio de Muckross.

En su superficie se destacan algunas islas, Brown, Lamb, Heron, Mouse, entre las que la isla Rosas es la más importante, e Innisfallen la más bella.

Hacia ésta se dirigió primero la embarcación. El tiempo era soberbio; el sol derrochaba sus rayos, de los que tan avaro se muestra a menudo con estas provincias. Una ligera brisa rizaba la superficie de las aguas. Hormiguita aspiraba aquellos salutíferos efluvios, al mismo tiempo que admiraba los encantadores lugares que se veían desde el barco. Se guardó bien de expresar estos sentimientos con interjecciones intempestivas. Se le hubiera mandado callar.

Y en verdad, lord y lady Piborne hubieran podido asombrarse de que un ser sin educación y sin nacimiento fuese sensible a aquellas bellezas naturales, creadas para regocijo de ojos aristocráticos. Además, no hay que olvidar que sus señorías hacían aquella excursión porque convenía que gentes de su rango la hubiesen hecho, y probablemente nada de lo que veían quedaría en su memoria. En cuanto al conde Asthon, aquello no le interesaba. Había llevado algunos sedales, y tenía el pensamiento de pescar, mientras sus augustos padres iban por deber a visitar las ruinas de los alrededores.

Esto fue lo que disgustó a Hormiguita. En efecto, cuando la embarcación llegó a Innisfallen, el marqués y la marquesa desembarcaron, y a la propuesta que hicieron a su hijo para que les acompañase, éste respondió:

—Gracias. Prefiero pescar durante vuestro paseo.

—Sin embargo —replicó lord Piborne—, allí hay vestigios de una célebre abadía, y mi amigo lord Kenmare, a quien pertenece esta isla, no me perdonaría…

—Si el conde lo prefiere… —dijo negligentemente la marquesa.

—Cierto… Lo prefiero… —respondió el conde Asthon—, y mi groom se quedará aquí para preparar mis anzuelos.

El marqués y la marquesa partieron, pues, seguidos de Marion y de John, y he aquí por qué, a pesar suyo, obligado a obedecer los caprichos de su amo, Hormiguita no vio nada de las curiosidades arqueológicas de Innisfallen. El marqués y la marquesa no trajeron de ellas ninguna impresión, ni seria ni duradera. ¿Qué podían decir a su espíritu indiferente las bellezas de aquel monasterio, cuya fundación se remonta al siglo VI, la disposición de los cuatro edificios que lo componen, la capilla románica con sus finas cinceladuras; todo aquel conjunto perdido bajo una exuberante vegetación, en medio de grupos de acebos, tejos, fresnos, madroñeras, y cuyas más hermosas muestras parecen pertenecer a esta isla, la isla de los Santos, a la que mademoiselle Bovet ha llamado justamente la joya de Killarney?

Pero si el conde Asthon había rehusado acompañar a sus señorías durante el tiempo que consagraran a explorar Innisfallen, no se crea que perdió el tiempo. Una hermosa trucha había escapado, y su despecho se había traducido en una interminable serie de reproches groseros a su groom. Verdad es que dos o tres anguilas cogidas con su anzuelo le parecían preferibles a aquellas ruinas imbéciles que nada le importaban.

Y creyó esto tan digno de ocuparle, que no quiso recorrer la isla Ross, donde la embarcación se detuvo una hora más tarde. Echó de nuevo el sedal en las límpidas aguas, y Hormiguita tuvo que estar allí, a su disposición, mientras lord y lady Piborne paseaban su majestuosa indiferencia bajo los hermosos paseos de lord Kenmare.

La isla Ross forma parte del magnífico dominio de aquel nombre: tiene una superficie de ochenta hectáreas, y su propietario la ha unido por una calzada a la orilla oriental del lago, no lejos de su castillo, vieja fortaleza feudal del siglo XIV. Lo que tal vez extrañó al marqués y a la marquesa, es que la isla Ross y el parque están liberalmente abiertos a los habitantes del país, a los excursionistas, y cualquiera gusta de los verdes tapices esmaltados de mentas, asfodelos, entre las espesuras arborescentes de las azaleas, bajo las ramas de árboles seculares.

Después de una exploración de dos horas con frecuentes paradas, sus señorías volvieron al puertecillo, donde la embarcación les esperaba. El conde Asthon estaba regañando a su groom, a quien el marqués y la marquesa no dudaron en reprender, sin dignarse escucharle. El regaño de Hormiguita provenía de que la pesca había sido poco provechosa, pues los peces no habían mordido los anzuelos del gentleman. De aquí el mal humor de éste, que debía durar hasta la noche.

Volvieron a embarcarse, y los barqueros se dirigieron al medio del lago, con el objeto de visitar la cascada de O’Sullivan, en la costa occidental, antes de ganar la desembocadura del Lough-Range, cerca de la que se encontraba Dinish-cottage, donde lord Piborne contaba pasar la noche.

Hormiguita había ocupado de nuevo su sitio en la parte de delante, con el corazón oprimido por las injusticias de que era objeto.

Pero olvidolas pronto, dejando vagar su imaginación por aquellas aguas durmientes. Había leído en la Guía esta curiosa leyenda relativa a los lagos de Killarney, Allí, en tiempos pasados, se desarrollaba un valle feliz, que una compuerta protegía contra las avenidas del agua. Un día, la joven que guardaba esta compuerta la bajó imprudentemente, y las aguas se precipitaron en torrente. Pueblos y habitantes fueron devorados con su jefe, el «Thanist». Desde esta época viven en el fondo del lago, y aplicando el oído se les puede oír celebrar sus fiestas en ese reino de las anguilas y de las truchas, bajo la sábana inmóvil del Lough-Leane.

Eran las cuatro cuando sus señorías desembarcaron en Dinish-cottage, cerca de la boca de Lough-Range, en la orilla izquierda al fondo de la bahía de Glena. Dispusiéronse a acostarse. Mas cuando a las nueve Hormiguita fue despedido, recibió orden formal de volver a su habitación y no tuvo más que algunas horas de libertad.

El día siguiente fue consagrado a la exploración del lago Muckross. Este lago, de dos millas y media de ancho y menos de la mitad de largo, no es más que un vasto estanque de forma regular, en medio de un dominio que sus propietarios no habitan y en el que sus magníficos bosques no pierden nada de su encanto por haber vuelto al estado de la naturaleza.

Esta vez el conde Asthon se dignó acompañar al marqués y a la marquesa. Y si el groom fue de la partida se debió a que su amo le había cargado con su fusil y su morral. En otra época estos bosques alimentaban numerosos jabalíes. Al presente estos animales han desaparecido casi todos, dejando el sitio a esos grandes gamos rojos cuya raza no tardará en faltar en los bosques del Reino Unido.

Así pues, el conde Asthon hubiese hecho alguna proeza innegable si esos gamos hubiesen querido ir. Gran decepción, a pesar de que dos barqueros habían hecho el oficio de ojeadores y Hormiguita el de perro de caza; razón por la que éste no vio la pintoresca cascada de Tore, ni la vieja abadía de franciscanos del siglo XIV con su iglesia y ruinoso claustro, que sus señorías hubiesen hecho mejor en no visitar.

En efecto, este claustro posee un tejo de un tamaño extraordinario, puesto que tiene quince pies de circunferencia. Obedeciendo a no se sabe qué fantasía, tal vez para conservar un recuerdo de su paso por la abadía de Muckross, la marquesa tuvo la idea de arrancar una hoja de este tejo; Ya tendía la mano hacia el árbol cuando un grito del guía la detuvo.

—Tenga cuidado su señoría.

—¿Cuidado? —repitió lord Piborne.

—Sin duda, milord. Si la señora marquesa hubiera cogido una de esas hojas…

—¿Es que está prohibido por el propietario de Muckross-Castle? —preguntó el marqués en tono altivo.

—No, señor marqués —respondió el guía—. Pero el que coge una de esas hojas muere dentro del año…

—¿Hasta una marquesa?

—¡Hasta una marquesa!

Impresionose tanto lady Piborne que se sintió mal. Un instante más y hubiera arrancado la hoja fatal. En la isla Esmeralda se da crédito a estas leyendas, y se cree en ellas como en el Evangelio entre esos descendientes de las antiguas razas no menos supersticiosas que los Paddys de las ciudades y de los campos.

Lady Piborne volvió, pues, muy emocionada a Dinish-cottage, pensando en el peligro que había corrido. Así pues, aunque no fuesen más que las dos de la tarde, lord Piborne quiso dejar para el día siguiente la exploración del lago superior.

En cuanto al joven Asthon, estaba muy fatigado, como también su perro, su groom, queremos decir, al que no había concedido punto de reposo. Pero los perros no se quejan, y además Hormiguita tenía mucho orgullo para quejarse.

Al día siguiente, después de almorzar, sus señorías se embarcaron.

Los barqueros trabajaron bien para subir al Lough-Range. En la desembocadura forma torbellinos de agua con violencias de torrente.

Los pasajeros fueron duramente sacudidos, y si esto proporcionó un placer a nuestro héroe, lord y lady Piborne no participaron de él.

El marqués iba ya a dar la orden de volver atrás, pues el espanto de la marquesa era grande y el conde Asthon no se encontraba a gusto. Pero algunos buenos golpes de remo permitieron franquear las rompientes y la embarcación se encontró en un agua relativamente calmada entre las riberas de nenúfares. Milla y media más lejos se destacaba una montaña de mil ochocientos pies, frecuentada por las águilas, llamada Eagle’s Nest.

Los barqueros previnieron a sus señorías que si sus señorías se dignaban dirigir la palabra a esta montaña, ella se apresuraría a responderles. Hay allí, en efecto, fenómenos de eco muy admirados por los turistas. El marqués y la marquesa consideraron sin duda como indigno de ellos entrar en conversación con aquel eco «que no les había sido presentado». Pero el conde Asthon no podía perder tan hermosa ocasión de lanzar dos o tres frases estúpidas, de lo que resultó que, tras preguntar quién era:

—¡Un imbécil! —respondió la Eagle’s Nest por boca de algún paseante oculto tras los espesos bosques de la montaña.

Sus señorías, muy mortificados, declararon que este eco hubiera sido castigado como se merecía por su insolencia en los tiempos en que los castellanos ejercían alta y baja justicia en sus dominios feudales. Los barqueros dieron a la embarcación un paso más rápido, y hacia la una llegaba al lago superior.

El área de este lago es casi igual a la del Muckross. Adopta una forma más irregular que lo hace más bello. Al sur se destacan los taludes de Cromaglans. Al norte los montes Tomie y la Montagne-Pourpre, tapizados de encarnados matorrales. La orilla meridional está llena de esos hermosos árboles que sombrean el valle de Killarney. Mas por muy encantador que fuese el aspecto de este lago, no interesó más que medianamente a sus señorías; y a excepción de a Hormiguita, a nadie le produjo placer esta exploración. Así, lord Piborne dio orden de dirigirse hacia la desembocadura de la Gleanhmeen, ganando Brandons-cottage, donde se debía descansar antes de visitar la región del litoral.

Después de tantas fatigas, era natural que sus señorías tuviesen necesidad de reposo. Para ellos una travesía por los lagos había sido igual a una travesía por el océano. Los dos criados y el groom se quedaron en el hotel; y si Hormiguita no recibió veinte órdenes incoherentes, fue porque el conde Asthon se había dormido profundamente a las diez.

Al día siguiente fue preciso madrugar, pues el itinerario de lord Piborne comprendía una jornada bastante larga. La marquesa se hizo de rogar. Marion la encontraba un poco pálida. De aquí la discusión de continuar el viaje, o de volver el mismo día a Trelingar-Castle. Lady Piborne se inclinaba por esto último, pero lord Piborne hizo valer que sus íntimos amigos el duque de Francastar y la duquesa de Wersgalber habían llegado en su excursión hasta Valentía, y se decidió que el itinerario no se modificase. Gran satisfacción para Hormiguita, que temía regresar al castillo sin haber visto el mar.

El coche estaba enganchado desde las nueve de la mañana. El marqués y la marquesa se sentaron en el fondo; el conde, junto a la ventanilla. John y Marion ocuparon los asientos traseros y el groom junto al cochero. Alejose el coche descubierto, para cerrarlo en caso de mal tiempo. Al fin, los nobles viajeros, después de recibir los respetuosos homenajes del personal de Brandons-cottage, se pusieron en camino.

Durante un cuarto de milla, los dos vigorosos caballos siguieron la orilla izquierda del Doogary, uno de los afluentes del lago superior, y continuaron después a lo largo de las empinadas cuestas de la cadena de los Gillyenddy-Reeks. A cada vuelta se ofrecían nuevos paisajes, que sólo Hormiguita admiraba. El carruaje iba al paso por aquellos abruptos parajes. Atravesaban entonces la parte más accidentada del condado de Kerry y hasta de toda Irlanda.

A nueve millas al sureste, por encima de los Gillyenddy-Reeks, el Carrantouhill erguía su cima perdida a tres mil pies entre las nubes. Al pie de las montañas, montones de rocas, bloques acumulados.

A mediodía, dejando los montes Tomie y Montagne-Pourpre a la derecha, el landó se dirigió por la rampa de una estrecha cortadura de los Gillyenddy-Reeks. Es una brecha célebre en el país, la brecha de Dunloe, y el valeroso Roldán no hubiera hendido de un golpe más formidable el macizo pirineo. Aquí y allá bellos lagos varían el aspecto de aquellas salvajes comarcas, y por poco que esto interesara a sus señorías, Hormiguita hubiera podido contar las leyendas del país, pues había tenido cuidado de estudiar su Guía antes de partir.

Más allá de esta brecha, el coche descendió con rapidez las pendientes del noroeste. A las tres llegaba a la orilla derecha del Lawne, cuyo lecho sirve de desagüe a los lagos de Killarney, dirigiendo sus aguas a la bahía Dingle. Este río fue seguido a lo largo de cuatro millas, y eran las seis cuando los viajeros hicieron alto en el pueblecillo de Kilgobinet, fatigados por una jornada de nueve millas.

Noche de calma en un hotel donde lo confortable e insuficiente fue reemplazado por atenciones múltiples y respetuosas, recibidas con esa indiferencia que da la costumbre a un alto prócer. Después, con extrema inquietud de Hormiguita, nuevas dudas relativas a la dirección que tomaría el coche al día siguiente, ya a la derecha para volver a Killarney, o a la izquierda para ganar la ensenada de Valentía. Pero habiendo afirmado el fondista que dos meses antes el príncipe y la princesa de Kardigan habían recorrido este último camino, lord Piborne hizo comprender a lady Piborne que convenía seguir las huellas de tan augustos personajes.

Partiose de Kilgobinet a las nueve de la mañana. Aquel día el tiempo estaba lluvioso, por lo que fue preciso echar la capota del landó. Sentado junto al cochero, el groom no podía defenderse del huracán. ¡Bah! Estaba acostumbrado.

Nuestro héroe no perdió nada de los paisajes que merecían ser admirados; las cordilleras brumosas del este, las profundas cuestas del oeste, bajando hacia el litoral. El sentido de las bellezas de la naturaleza se desarrollaba gradualmente en su alma, y no perdería el recuerdo de las mismas.

Por la tarde, a medida que las montañas dominadas por el Carrantouhill quedaban al este, los montes Yveragh se levantaron en el horizonte opuesto. Más allá había, recordando la Guía, un camino más fácil que descendía hasta el puertecito de Cahersiveen.

Sus señorías llegaron por la noche al pueblo de Carramore, después de una jornada de diez millas. Como esta región es visitada por los turistas, no faltan buenas fondas, y no se tuvieron que utilizar las reservas del landó.

Al día siguiente el carruaje volvió a partir, con un tiempo lluvioso y un cielo lleno de rápidas nubes que el viento marino agitaba.

Algunos claros permitían filtrarse los rayos del sol. Hormiguita respiraba con ansia aquel aire impregnado de sales marinas.

Un poco antes del mediodía, el landó, dando una brusca vuelta, siguió en línea derecha hacia el oeste. Después de haber franqueado, no sin alguna dificultad, un estrecho paso de los Yveragh, siguió fácilmente hasta la ensenada de Valentía. A las cinco de la tarde se detuvo al término del viaje, ante una fonda de Cahersiveen.

—¿Qué es lo que sus señorías han visto de toda esta naturaleza? —se preguntaba Hormiguita. Ignoraba que mucha gente, y de la más encopetada, sólo viaja por decir que ha viajado.

El pueblo de Cahersiveen está agrupado en la orilla izquierda del Valentía, que en este lugar forma un puerto de parada, al que se le ha dado el nombre de Valentía-harbourd Más allá está la isla de este nombre, uno de los puntos de Irlanda más avanzado hacia el oeste al cabo de BragHead. Ningún irlandés podrá olvidar que el pueblecillo de Cahersiveen es la ciudad natal del gran O’Connell.

Al día siguiente sus señorías se disponen a cumplir hasta el fin su programa, consagrando algunas horas a visitar la isla. El deseo que de disparar a las gaviotas tiene el conde Asthon, hace que Hormiguita reciba con extrema alegría la orden de acompañarle.

Un ferry-boat hace el servicio entre Cahersiveen y la isla, situada a una milla antes de la ensenada. Lord y lady Piborne y su acompañamiento se embarcan después de almorzar, y el ferry-boat les lleva al puertecillo, en el fondo del cual los barcos de pesca van a abrigarse contra las violentas olas.

Muy salvaje, muy ruda, esta isla no deja de tener riquezas minerales, pues posee pizarrales de gran renombre. Hay allí una ciudad donde se ven algunas casas, cuyos muros y techos están hechos cada uno de una sola pizarra. Los turistas pueden vivir en esta villa, pues hay una excelente posada. Pero ¿por qué permanecer cuando se ha visitado, como lo hicieron sus señorías, el viejo fuerte muro construido por Cromwell; cuando han subido al faro que llama a los navíos venidos de alta mar; cuando se han admirado sus dos pirámides, las Skelligs, cuyos fuegos señalan estos terribles pasajes? ¿Por qué continuar en Valentía? No es, en suma, más que una de tantas islas que se cuentan por centenares en la costa oeste de Irlanda.

Sí, pero Valentía goza de una triple celebridad propia. Ha servido de punto de partida al trabajo de triangulación, para medir ese espacio de círculo que se describe a través de Europa hasta los montes Urales.

Es actualmente la estación meteorológica más avanzada al oeste, y está colocada para recibir los primeros golpes de las tempestades americanas.

En fin, ahí está un edificio solitario, donde fueron conducidos lord y lady Piborne. De allí arranca el primer cable transatlántico que hubo entre el antiguo y el Nuevo Mundo. En 1858, el capitán Anderson lo llevó como estela de su buque Great Eastern, y comenzó a funcionar en 1866, sólo entonces, en espera de que cuatro nuevos hilos fuesen tendidos de América a Europa.

De aquí, pues, llegó el primer telegrama cambiado entre ambos continentes, y dirigido por el presidente de los Estados Unidos, Buchanan, en esta forma evangélica:

«¡Gloria a Dios en el cielo, y paz a los hombres de buena voluntad en la tierra!».

¡Pobre Irlanda! ¡No te has olvidado de glorificar al Ser Supremo, pero los hombres de buena voluntad no te han asegurado nunca la paz social, devolviéndote tu independencia!

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