XIII

CAMBIO DE COLOR Y DE ESTADO

¿EL 16 de noviembre de 1885 había en Irlanda —¿qué decimos?— en todas las islas Británicas, en toda Europa, en el Universo entero, un lugar cualquiera, que contuviese mayor dicha que el bazar de «Los pequeños bolsillos» bajo la razón social Little boy and Co.? Nos negamos a creerlo, a no ser que este sitio estuviese en el mejor rincón del Paraíso.

Sissy ocupaba la mejor habitación de la casa. Acababa de reconocer en el dueño al niño que se había escapado por un agujero fuera de la choza de la Hard, ahora un joven vigoroso.

En la época en que se habían separado contaba Sissy siete años escasos; ahora tenía dieciocho. Pero fatigada por el trabajo, herida por las privaciones, ¿llegaría a ser lo que era a no haber vivido en medio de la debilitante atmósfera de las fábricas?

Hacía once años que no se habían visto; y sin embargo, Hormiguita había reconocido a Sissy sólo por la voz, con más seguridad que la hubiera reconocido por el rostro. Por su parte, Sissy encontraba en su corazón todos los recuerdos del niño.

Hablaban de esto cogidos de las manos, mirando este pasado como un espejo de sus miserias.

Kat, junto a ellos, no podía ocultar su ternura. En cuanto a Bob, expresaba su alegría con fuertes interjecciones a las que Birk respondía con guau… guau, no menos extraordinarios. Y sin duda el dependiente mister Balfour hubiera participado de la general emoción a no estar en su escritorio, entregado a las cuentas de la casa Little boy and Co. Todos habían oído hablar tan a menudo de Sissy —tanto como de la familia MacCarthy—, que no tenían necesidad de empezar las explicaciones. Para ellos era una hermana mayor de Hormiguita que volvía al hogar, y parecía que no le hubiese abandonado más que desde la víspera.

Grip era el único que faltaba en esta escena, y se puede afirmar que, a pesar de no haberla visto nunca, hubiera reconocido a la joven al primer golpe de vista. Por lo demás, el Vulcan no tardaría en ser señalado en el canal de San Jorge. La familia estaría entonces completa.

Se adivina lo que había sido la vida de la joven: la de todos esos pobres niños de Irlanda. Seis meses después de la huida de Hormiguita, habiendo muerto la Hard de una borrachera, fue preciso volver a llevar a Sissy a la casa de caridad de Donegal, donde permaneció dos años aún. Pero allí no se la podía tener indefinidamente. ¡Había tantos desdichados que esperaban! Tenía entonces nueve años, y a esta edad preciosa se bastaría a sí misma. Si no podía entrar a servir con un salario que frecuentemente se reduce al alojamiento y comida, ¿no hay trabajo en las fábricas? Enviose, pues, a Sissy a Belfast, donde la fabricación del hilo ocupa a millares de obreros. Allí vivió de algunos peniques ganados al día, en medio del polvillo malsano del lino, golpeada, sin tener a nadie que la defendiera; pero siempre buena, dulce, servicial, y hecha a las brutalidades de la existencia.

Sissy no veía modo de mejorar su estado. Era aquello un abismo en el que se hundía. ¡Y en el momento en que dudaba que nadie pudiera sacarla de él, una mano venía a cogerla, la mano del niño que le debía las primeras caricias, ahora dueño de una casa de comercio! ¡Sí, él la había sacado de aquel infierno de Belfast, y se encontraba en su casa… en la que iba a ser la señora… sí, la señora… él se lo repetía… no una criada!

¿Ella una criada? ¿Es que ni Kat ni Bob ni Hormiguita lo hubieran permitido?

—¿Quieres, pues, que me quede aquí? —dijo Sissy.

—¡Sí, lo quiero!

—Pero por lo menos trabajaré para no ser una carga para ti.

—Sí, Sissy.

—¿Y qué haré?

—Nada.

Y no decía más. Lo cierto fue que ocho días después —y por su formal voluntad— Sissy estaba instalada tras el mostrador, después de haber sido puesta al corriente de las ventas. Y fue un atractivo más para la clientela, aquella graciosa joven que revivía ya por su nueva existencia, y dotada de tan simpática fisonomía como convenía a la dueña de Little boy and Co.

Uno de los más ardientes deseos de Sissy era ver aparecer en el umbral de la puerta al primer fogonero del Vulcan. Conocía la conducta de Grip en los años pasados en la Ragged-School. Sabía que había ejercido las funciones de protector con el niño escapado a las brutalidades de la Hard. Cuanto ella había hecho por defender a Hormiguita contra esta horrible mujer, Grip lo había hecho para defenderle de Carker y su banda. Además, sin la abnegación de aquel valiente mozo, el pobre niño hubiera perecido en el incendio de la escuela. Grip podía, pues, contar con una buena acogida cuando regresase. Pero las necesidades comerciales prolongaron el viaje, y el año 1886 terminó sin que el Vulcan hubiese tocado los parajes del mar de Irlanda.

Por lo demás, la fortuna seguía. El inventario de 31 de diciembre dio resultados superiores a los precedentes. El haber de la casa era de más de dos mil libras, lo que fue reconocido como exacto por mister O’Brien. El honrado comerciante felicitó al joven dueño, recomendándole que procediese siempre con extrema prudencia.

—Con frecuencia, es más difícil conservar que adquirir —dijo devolviéndole el inventario.

—Tiene razón —respondió Hormiguita—; y crea que no me dejaré arrastrar. Lamento, no obstante, que el dinero depositado en el Banco de Irlanda no tenga un empleo más lucrativo. Es dinero que duerme, y cuando se duerme no se trabaja.

—No, se reposa, y el reposo es tan preciso al dinero como al hombre.

—Sin embargo, mister O’Brien, si se presentase alguna ocasión…

—No bastaría que fuese buena; preciso sería que fuera excelente.

—Conformes; y en ese caso, estoy seguro que usted sería el primero en aconsejarme…

—¿Aprovecharla? Ciertamente; a condición que entrara en el género de tus negocios.

—Así es como yo lo entiendo, mister O’Brien, y jamás se me ocurrió la idea de arriesgarme en operaciones de las que nada entiendo. Pero obrando con prudencia, se puede buscar el modo de extender el comercio.

—Y en tales condiciones yo lo aprobaría. Y si tengo noticias de algún negocio de toda seguridad… Sí… Tal vez… En fin, veremos.

Y en su prudencia, el antiguo comerciante no quiso decir más.

El 23 de febrero fue una fecha que merecía ser marcada con una cruz de lápiz rojo en el calendario del bazar «Los pequeños bolsillos». Aquel día Bob estaba subido en lo alto de una escalera, en el fondo de la tienda, cuando se oyó interpelar de esta suerte.

—¡Eh! Plumas de papagayo.

—¡Grip! —exclamó Bob dejándose caer a lo largo de la escalera.

—Yo mismo, And Co. ¿Hormiguita está bien? ¿Kat está bien? ¿mister O’Brien, está bien? Me parece que no olvido a nadie.

—¿A nadie? ¿Y yo?

¿Quién acababa de pronunciar estas palabras? Una joven radiante de alegría que avanzó hacia Grip y le dio con desembarazo un beso en cada mejilla.

—¿Cómo? —exclamó Grip desconcertado—. Señorita… Yo no la conozco. ¿Se besa aquí a la gente sin conocerla?

—Entonces voy a comenzar de nuevo, hasta que nos conozcamos…

—¡Pero si es Sissy, Grip!… ¡Sissy… Sissy! —repitió Bob estallando de risa.

Hormiguita y Kat acababan de entrar. Aquel diablo de Grip, muy malo decididamente, no quiso comprender la explicación que se le dio, hasta no devolverle los besos a la señorita. ¡Por San Patricio! ¡Qué encantadora y franca le pareció Sissy! Y como había traído de América un lindo neceser de viaje para hombre, con tirantes, navajas de afeitar y brocha para cuando a Hormiguita le hiciera falta, sostuvo que lo había comprado para ofrecérselo a Sissy, pues tenía el presentimiento de que la encontraría en el bazar de Little boy, y Sissy se vio obligada a aceptar el regalo, por lo que el verdadero destinatario no se mostró ofendido.

El primer fogonero estaba en su puesto.

¡Qué buenos días se pasaron en la tienda de Bedfort-Street! Cuando su obligación no le retenía a bordo, Grip no desamarraba de allí, siguiendo una de sus expresiones. Indudablemente, él tenía en «Los pequeños bolsillos» una atracción cuya influencia se dejaba sentir hasta en los docks, y que le retenía cerca de Sissy después de haberle atraído.

¿Qué queréis? Es difícil resistir a esas leyes de la naturaleza. Hormiguita no había dejado de notarlo.

—¿No es verdad que mi hermana mayor es gentil? —le dijo un día a Grip.

—¡Tu hermana mayor, chiquillo! Yo no sé lo que es… No sé expresarme… Si supiera…

Se expresaba muy bien, por el contrario, al menos según pensaba Kat, y no habían transcurrido tres semanas desde el regreso de Grip, cuando ella dijo a Hormiguita:

—Nuestro Grip está como los animales que mudan. De negro que era está en camino de recobrar su color natural… el blanco, y no creo que permanezca mucho tiempo a bordo del Vulcan.

Ésta era también la opinión que tenía mister O’Brien.

Sin embargo, el 15 de marzo, cuando el Vulcan se disponía a marchar a América, el primer fogonero, al que todos habían acompañado hasta el puerto, estaba en su sitio. ¿Pretendía que el Vulcan no pudiera pasarse sin él?

Cuando volvió el 13 de mayo, después de siete semanas de ausencia, se había acentuado su cambio de color. Hízosele una excelente acogida. Hormiguita, Kat y Bob le estrecharon entre sus brazos. Pero las demostraciones de él no fueron tantas, y se contentó con dar un solo beso en la mejilla derecha de Sissy, que sólo uno había depositado en su mejilla izquierda.

¿Qué significaba aquella reserva? Grip estaba más grave, Sissy más seria, cuando se encontraban frente a frente. Esto ponía cierta falta de espontaneidad en sus reuniones de la noche. Y a la hora en que Grip se retiraba para regresar a bordo, cuando Hormiguita le decía:

—¿Hasta mañana, Grip? A menudo respondía éste:

—No… mañana hay mucho trabajo… Me será imposible.

Y al día siguiente el bueno de Grip volvía exactamente como la víspera, y hasta una hora más pronto, y —fenómeno extraordinario— su piel blanqueaba de día en día.

Se pensará, sin duda, que Grip se encontraba en un estado psicológico conveniente para aceptar las proposiciones relativas al abandono de su oficio de fogonero, y a entrar como socio en la casa Little boy and Co. Ésta era la opinión de Hormiguita, pero guardose de hablar de ello a Grip. Mejor era dejarle venir.

Algo de esto sucedió en los comienzos del mes de junio.

—¿Qué tal los negocios? ¿Siempre bien? —había preguntado Grip.

—Tú puedes juzgarlo.

—Sí, hay gente.

—Mucha, y sobre todo, desde que Sissy está en el mostrador.

—No me extraña; no comprendo que en todo Dublín y hasta en toda Irlanda, se quiera comprar cualquier cosa que no sea vendida por ella.

—El hecho es que sería difícil ser servido por una joven más amable.

—Y más… y más… —respondió Grip, sin encontrar un calificativo digno de Sissy.

—E inteligente.

—¿De modo que el negocio marcha?

—Ya te lo he dicho.

—¿Y mister Balfour?

Mister Balfour, perfectamente.

—No es de su salud de lo que hablo —respondió Grip con viveza—. ¿Qué me importa de ella?

—Pues nos es muy útil. Un excelente tenedor de libros.

—¿Y entiende su trabajo?

—Perfectamente.

—¡A mí se me antoja algo viejo!

—No, no lo parece.

—¡Hum!

Y este hum, parecía indicar que mister Balfour no tardaría en llegar a los límites de la extrema vejez.

La conversación no pasó más adelante. Cuando Hormiguita se lo refirió a Kat y a mister O’Brien, ambos sonrieron.

Hasta el pequeño Bob preguntó a Grip, cinco o seis días después.

—¿No va el Vulcan a partir pronto?

—¡De ello se habla! —respondió Grip, cuya frente se cubrió de nubes, como la mar por una brisa suroeste.

—Y entonces —replicó And Co—, ¿vas a encender la caldera nada más que mirándola?

El hecho es que los ojos del fogonero resplandecían. Pero esto obedecía sin duda a que Sissy atravesaba la tienda, graciosa y sonriente, parándose alguna vez para decir:

—Grip, ¿quiere usted cogerme esa caja de chocolate? Yo no llego.

Y Grip cogía la caja.

O bien:

—¿Quiere usted bajarme ese pilón de azúcar? Yo no tengo fuerzas.

Y Grip lo bajaba.

—¿Y será muy largo tu viaje? —preguntó Bob, que con un aire malicioso parecía burlarse de su amigo Grip.

—Muy largo, según pienso —respondió el otro sacudiendo la cabeza—. Por lo menos cuatro o cinco semanas.

—¡Bah! ¡Cinco semanas pasan pronto! Creí que ibas a decir cinco meses.

—¿Cinco meses? ¿Por qué no cinco años? —exclamó Grip, agitado como un pobre diablo condenado a cinco años de prisión.

—¿Entonces eres feliz, Grip?

—¿Quieres que lo sea? Sí. Yo soy…

—Tú eres un animal.

Y Bob se alejó haciendo un gesto significativo.

La verdad es que Grip no vivía, pues no es vivir pasar el tiempo dándose de cabezadas por su partida, puesto que no se decidía a quedarse. Así llegó el 22 de junio.

Durante esta nueva ausencia de Grip, la casa Little boy realizó cierto negocio, aprobado por mister O’Brien, que debía reportar grandes beneficios; se trataba de un juguete que un inventor acababa de fabricar y del que Hormiguita adquirió la exclusiva. Este juguete tuvo tanto más furor, por ser la casa Little boy and Co., es decir nuestros dos jóvenes, los que habían monopolizado la venta.

En el momento de partir para los baños de mar, todos los niños quisieron tener este regalo, que era bastante costoso, y Bob no se bastaba a las impaciencias de su clientela. Sissy tuvo que venir en su ayuda y la venta no fue peor por ello. Como todo esto eran ingresos en la caja, el cajero no mostró disgusto. El capital se acrecentó en algunos centenares de guineas. Probablemente, si el negocio seguía añadiendo los beneficios ordinarios de Pascua, el inventario de fin de año arrojaría tres mil libras.

Así pues, el joven dueño de «Los pequeños bolsillos» podría dar una linda dote a la dueña de Little boy and Co. si algún día experimentaba deseos de casarse. Y ¿por qué no confesar que Grip, un buen muchacho, que haría un excelente marido, le agradaba, aunque nada hubiera querido decir de esto? Verdad es que en la casa lo sabían todos. Pero era preciso que Grip se decidiera. ¿Se podrían pasar sin él en la marina mercante? ¿Funcionarían los aparatos si él no estaba en su puesto? ¿No se había reído a mandíbula batiente cuando Hormiguita le había dicho que tal vez le viniera el deseo de casarse?

De aquí resultó que al regreso del Vulcan, el 29 de julio, el fogonero estuvo más disgustado, más triste, más sombrío; en fin, más infeliz que antes. Su navío debía volver a hacerse a la mar el 15 de septiembre. ¿Partiría Grip también en aquella ocasión? Era probable, puesto que Hormiguita —¿podía suponerse tan malévola intención?— estaba firmemente resuelto a no apresurar un desenlace, inevitable por otra parte, hasta que Grip no hubiera hecho una demanda oficial. Después de todo, tratábase de su hermana mayor, que dependía de él, y tenía el deber de asegurar su dicha. La primera condición que había de imponer, sine qua non, era que Grip abandonase su oficio de marino y consintiera en entrar en la casa como socio. Si no, no.

Esta vez Grip fue puesto entre la espada y la pared. Un día que daba vueltas en torno de Kat, ésta le dijo:

—¿No ha notado que Sissy está cada vez más encantadora?

—No —respondió Grip—. No lo he notado… ¿y por qué? Yo no me fijo…

—¡Ah! No se fija. Pues abra los ojos y verá qué linda hija tenemos. ¿Sabe que va a cumplir diecinueve años?

—¿Ya? —respondió Grip que conocía la edad de Sissy—. Debe equivocarse, Kat.

—No me equivoco. Diecinueve años… Pronto será preciso casarla… Hormiguita le buscará un buen mozo, de veintiséis a veintisiete años… ¡Calle! Como usted… Queremos que sea un hombre en quien se pueda tener toda confianza… y no de la marina, no. Los que viajan que no se presenten. ¡Marinos no! Además, como Sissy tendrá una buena dote…

—No tiene necesidad de eso —dijo Grip.

—Es verdad… una muchacha tan buena. Así pues, nuestro amo no tardará en encontrarle un pretendiente.

—¿Y hay ya alguno?

—Creo que sí.

—¿Qué viene al bazar con frecuencia?

—Con bastante.

—¿Le conozco?

—No… parece que no le conoce —respondió Kat mirando a Grip, que bajaba los ojos.

—¿Y es del agrado de la señorita Sissy? —preguntó con la voz alterada.

—¡Qué se yo! Con individuos que no se deciden a hablar…

—¡Dios mío! ¡Es que hay gente bestia! —dijo Grip.

—¡Ésa es mi opinión! —respondió Kat.

Y esta respuesta, directamente dirigida al fogonero, no impidió a éste volver a partir el 15 de septiembre, ocho días después. En fin, cuando volvió el 29 de octubre comprendiose que había tomado una gran resolución, solamente que se guardó de formularla.

Tenía tiempo. El Vulcan iba a permanecer lo menos dos meses en puerto. Había que hacer importantes reparaciones, modificar la máquina, cambiar las calderas…

Dos meses era más de lo necesario, sobre todo cuando no hay más que pronunciar una palabra.

—¿La señorita Sissy no se ha casado? —había preguntado a Kat al entrar.

—Todavía no, pero no tardará —había respondido la buena mujer.

Claro es que desde el momento en que el Vulcan había sido desarmado, el fogonero nada tenía que hacer a bordo. No es de extrañar, pues, que estuviese a menudo, casi siempre, en el bazar de Little boy. A menos de vivir allí, no podía estar más. Durante este tiempo, las cosas no adelantaron un paso.

En el término indicado habían concluido las reparaciones del Vulcan. Se fijó la partida para una semana después. Y el tonto de Grip no había abierto aún la boca, al menos para decir lo que de él se esperaba.

En la primera semana de diciembre se produjo un incidente inesperado.

Una clarta dirigida desde Australia a mister O’Brien, en contestación a la última que éste había escrito, contenía esta noticia:

Mister y mistress Martin MacCarthy, Murdock, su esposa y su hija, Sim y Pat, que se habían reunido a ellos, acababan de abandonar Melbourne para volver a Irlanda. La fortuna no les había sonreído, y regresaban al país tan miserables como en la época en que lo habían abandonado. Embarcados en un navío de emigrantes, un barco de vela, el Queesland, cuya travesía sería indudablemente larga y penosa, no llegaría a Queenstown antes de tres meses.

¡Qué disgusto sintió Hormiguita al recibir estas noticias! ¡Los MacCarthy, siempre desdichados, sin trabajo, sin recursos! Pero, en fin, iba a volver a ver a su familia adoptiva. Él iría en su ayuda. ¡Ah! ¿Por qué no era diez veces más rico, para hacer la situación diez veces más bella?

Después de haber suplicado a mister O’Brien que le confiase aquella carta, la guardó en su cajón, y —cosa singular— a partir de aquel día no hizo más alusión al asunto. Parecía que desde la llegada de la mencionada carta evitaba hablar de los antiguos labradores de Kerwan.

Esta noticia ejerció influjo sobre Grip. ¿Quién lo hubiera esperado? ¡Oh, corazón humano, eres siempre el mismo! Aquellos MacCarthy de vuelta, aquellos dos hermanos, Pat y Sim, que debían ser dos soberbios mozos, y a los que tanto quería Hormiguita, casi sus hermanos, ¿quién sabe si éste no querría dar al uno o al otro aquélla que también era casi su hermana?

Grip llegó a estar celoso, terriblemente celoso, y un cierto 9 de diciembre estaba resuelto a terminar cuando por la mañana Hormiguita, llamándole aparte, le dijo:

—Ven a mi despacho… Grip. Tengo que hablarte.

Grip, pálido —¿tenía el presentimiento de alguna grave eventualidad?—, siguió a Hormiguita.

Cuando estuvieron solos, sentados frente a frente, el dueño de «Los pequeños bolsillos» dijo a Grip secamente:

—Voy probablemente a emprender un negocio de bastante importancia, y tendré necesidad de tu dinero.

—¿De cuánto tienes necesidad?

—De todo cuanto tienes depositado en la Caja de Ahorros.

—Toma lo que te haga falta.

—Ahí tienes la libreta. Firma a fin de que desde hoy pueda disponer de ese dinero.

Grip firmó.

—En cuanto a los intereses, no te hablaré de ellos…

—Esto no vale la pena.

—Porque desde este día formas parte de la casa Little boy and Co.

—¿En qué calidad?

—En calidad de socio.

—Pero… ¿mi barco?…

—Pides licencia…

—¿Mi… oficio?

—Lo abandonas.

—¿Por qué?

—¡Porque te vas a casar con Sissy!…

—¡Yo… voy a casarme con la señorita Sissy! —repitió Grip, que parecía no comprender.

—Sí… ella lo quiere.

—¡Ah!… ¿Es ella quien?…

—Sí… ¡cómo también tú lo quieres!

—¿Yo?… ¿Yo lo quiero?

Grip no sabía lo que respondía, ni entendía palabra de lo que Hormiguita le afirmaba. Tomó su sombrero, se lo puso, se lo quitó, lo dejó sobre una silla, y se sentó encima sin notarlo.

—Vamos —le dijo Hormiguita—. Tendrás que comprar otro para la boda.

Seguramente compraría otro; pero lo que jamás supo fue cómo se había decidido su casamiento. Durante unos veinte días nadie le sacó de su aturdimiento, ni aun Sissy… ¡Bah! Aquello pasaría… después de la ceremonia.

Lo cierto es que la víspera de Navidad, una hermosa mañana, Grip se puso un traje negro, como si fuese a un duelo; Sissy uno blanco, como para un baile. Mister O’Brien, Hormiguita, Bob y Kat sus trajes de los días de fiesta. Después dos coches vinieron a buscarles a todos a la puerta de la tienda, para conducirles a la capilla católica de Bedfort-Street. Y cuando, una media hora más tarde, Grip y Sissy salieron de la capilla estaban casados.

Nada cambió, cuando la alegre reunión volvió al bazar.

Continuó la venta; pues no era en la víspera de Navidad cuando había de cerrarse a su numerosa clientela un bazar tan bien reputado.

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