LA SOCIEDAD CIVIL Y POLÍTICA

Entre las amistades pueden distinguirse las del parentesco, la del compañerismo, la de la asociación, y por último, la que puede llamarse civil y política. La amistad de familia o de parentesco tiene muchas especies: la de los hermanos, la del padre, la de los hijos, etc. La una, que es la del padre, es proporcional; la otra, la de los hermanos, es puramente numérica. Esta última se aproxima mucho a la afección de los compañeros, porque en aquella como en ésta se reparten con igualdad todos los beneficios.

La amistad civil y política descansa en el interés, en cuya vista principalmente se ha formado. Los hombres se han reunido porque no podían bastarse a sí mismos en el aislamiento, si bien el placer de vivir juntos ha sido capaz por sí solo de fundar la sociedad. La afección que los ciudadanos se tienen mutuamente bajo un gobierno de forma republicana y de las derivadas de ésta tiene el privilegio de descansar, no sólo en la amistad ordinaria, sino en que los hombres se reúnen en este caso como amigos verdaderos, mientras que en las otras formas de gobierno hay siempre una jerarquía de superior a inferior.

Lo justo debe establecerse, sobre todo, en la amistad de los que están unidos por interés, y esto es, precisamente, lo que realiza la justicia civil y política. De una manera muy distinta se reúnen el artista y el instrumento; por ejemplo, la sierra en manos del operario. Aquí no hay, a decir verdad, un fin común, porque su relación es la que tiene el alma con el instrumento, y viene únicamente en interés del que emplea el instrumento.

Esto no impide que, por otra parte, se cuide el instrumento hasta donde sea necesario, para realizar la obra que ha de ejecutarse, porque el instrumento sólo existe en consideración a esta obra. Así, en el barreno pueden distinguirse dos elementos, siendo el principal el acto mismo del barreno, es decir, la perforación; y en esta clase de relaciones puede colocarse el cuerpo y el esclavo, como ya hemos dicho.

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Indagar cómo debe uno conducirse con un amigo es, en el fondo, indagar lo que es la justicia. De una manera general, la justicia sólo se aplica a un ser amigo. Lo justo se refiere a ciertos seres, que están asociados por cierto motivo; y el amigo es un asociado, primero a causa de la raza y de la especie, y después mediante la vida común. Y esto es porque el hombre no sólo es un ser político y civil, sino también miembro de una familia. No se empareja el macho con la hembra por un tiempo dado, como los demás animales que lo hacen al azar, permaneciendo después en el aislamiento, sino que, para su unión, necesitan condiciones precisas … , como sucede con los cañones de una flauta.

El hombre es un ser formado para asociarse con todos aquellos que la naturaleza ha creado de la misma familia que él, y habría para él asociación y justicia, aun cuando el Estado no existiese. La familia, el hogar, es una especie de amistad, mientras que entre el dueño y el esclavo hay la misma amistad y unión que la que existe entre el arte y los instrumentos, y entre el alma y el cuerpo. Indudablemente, éstas no son precisamente amistades, ni esto es justicia, sino que es cierta cosa análoga y proporcional, el remedio que cura al enfermo, que nada tiene de normal ni de sano precisamente, sino que es cierta cosa análoga y proporcional a su estado.

La afección entre el hombre y la mujer es, a la vez, una utilidad y una asociación; la del padre por el hijo es como la de Dios respecto del hombre, como la del bienhechor respecto del favorecido, en una palabra, como la del ser que manda por naturaleza respecto del ser que debe naturalmente obedecer. El afecto entre los hermanos descansa, sobre todo, como el de los compañeros, en la igualdad: "Sí, mi hermano es tan legítimo como yo; "Nuestro Padre común es Júpiter, mi rey." Estos versos del poeta se ponen en boca de los que sólo quieren la igualdad. Por consiguiente, en la familia es donde se encuentra el principio y el origen del amor, del Estado y de la justicia.

Recuérdese que hay tres especies de amistad; primero, amistad por virtud; después, por interés, y, en fin, por placer. Se ha visto también que hay dos grados en todas ellas, porque cada una descansa, o en la igualdad de los dos amigos, o en la

118 superioridad de uno de ellos. El género de justicia, que se aplica a cada una, debe surgir claramente de todas nuestras discusiones precedentes.

Cuando uno de los dos es superior, debe dominar la proporción. Pero esta proporción no puede ser ya la misma, sino que el superior debe figurar en ella en sentido inverso, de tal manera que la relación que se da entre él y el inferior se reproduzca, invirtiéndose entre todo lo que viene de éste inferior a él y todo lo que va de éI a éste inferior, siendo siempre esta relación la de un jefe que manda respecto de un súbdito que obedece. Si no existe esta relación entre ellos, habrá una igualdad puramente numérica, porque, en este caso, sucederá aquí lo que sucede ordinariamente con las demás asociaciones, que tan pronto reina en ellas la igualdad numérica como la proporcional.

Si en una asociación han contribuido los asociados con una parte de dinero numéricamente igual, deben tener también en la distribución de beneficios una porción numéricamente igual, y si no contribuyeron con partes iguales, deben participar de una parte proporcional. Pero en la amistad el inferior tuerce la proporción y une en provecho suyo los dos ángulos por una diagonal, en lugar de tener uno sólo de los lados . Pero el superior parece tener entonces menos de lo que le corresponde, y la amistad y la asociación se convierten para él en una carga.

Es preciso, pues, restablecer en este caso la igualdad de otra manera y rehacer la proporción destruida. El medio de restablecer esta igualdad es el honor que, como a Dios, pertenece al jefe llamado por la naturaleza a mandar y que le debe el que obedece.

Es preciso, pues, que el provecho de una parte sea igual al honor de la otra. Pero la afección fundada sobre la igualdad es precisamente la afección civil y republicana. La afección civil sólo descansa en el interés, y así como los Estados sólo son amigos por este motivo, por la misma razón lo son, también, los ciudadanos entre sí: "Atenas detesta a Megara y es ingrata con ella.” Y los ciudadanos no se acuerdan tampoco unos de otros desde el momento en que no se son útiles recíprocamente, co-mo que esta amistad sólo dura el tiempo que dura una relación del momento. Esto nace de que en esta asociación política y republicana el mando y la obediencia no vienen de la naturaleza, 119 ni tienen nada de real: se substituyen alternando. No se manda para hacer el bien, como Dios, y sí sólo para que reine la igualdad en los beneficios que se obtienen y en los servicios que se hacen. Por tanto, la elección política y republicana pide absolutamente descansar en la igualdad.

La amistad por interés presenta también dos especies; una, que se puede llamar legal, y otra moral. La afección política y republicana mira, a la vez, a la igualdad y al provecho, corno sucede, con los que venden y compran, y de aquí el proverbio:

"Las buenas cuentas hacen buenos amigos". Cuando esta amistad política resulta de una convención formal, tiene, además, un carácter legal. Pero cuando se fían pura y simplemente los unos de los otros tiene más bien el carácter de la amistad moral y de la que se da entre compañeros.

Ésta, más que ninguna otra, es la que da lugar a recriminaciones; y la causa es porque todo esto es contrario a la naturaleza. La amistad por interés y la amistad por virtud son muy diferentes, y estos de que venimos hablando quieren unir, a la vez, las dos cosas; no se acercan unos a otros sino por interés; crean una amistad puramente moral, como si sólo les guiase un sentimiento de virtud, y a consecuencia de esta confianza ciega no han tenido el cuidado de contraer una amistad legal.

En general, de las tres especies de amistad, en la de interés es en la que tienen lugar más recriminaciones y mas quejas. La virtud está siempre al abrigo de todo cargo. Los que sólo se unen por placer, después de haber recibido y dado cada cual su parte, se separan sin trabajo. Pero los que están sólo unidos por el interés no rompen tan prontamente, a menos que estén ligados por compromisos legales o por afecto de compañerismo. Sin embargo, en las relaciones que tienen por base el interés, la relación legal es la menos sujeta a disputas. La solución que, en nombre de la ley, concilia a las dos partes tiene lugar en dinero, puesto que por el dinero se mide la igualdad en semejantes casos.

Pero en una relación puramente moral, la solución debe ser completamente voluntaria. En algunos países rige esta ley: los que han contratado amistosamente no podrán acudir a los tribunales para hacer valer las convenciones voluntarias. Esta ley 120 es muy sabia, puesto que los hombres de bien no acuden, naturalmente, a la justicia de los tribunales, y, como hombres de bien, han tratado los que se encuentran en este caso.

En esta especie de amistad es muy difícil saber hasta qué punto pueden ser fundadas las mutuas recriminaciones, porque se han fiado uno de otro moral y no legalmente. Hay gran dificultad entonces en discernir con completa justicia quién tiene razón. ¿Deberá mirarse al servicio que se ha hecho, a su valor y a su cualidad? ¿O será preciso mirar más bien al que lo ha recibido? Porque puede suceder lo que dice Theognis: "Es poco para ti, diosa, y mucho para mí.” Puede hasta acontecer que sea para ambos absolutamente lo contrario y que puede repetirse aquel dicho bien conocido: "Para ti no es más que un juego; mas para mí es la muerte.” He aquí de dónde nacen todas las recriminaciones.

El uno cree que se le debe mucho, porque ha prestado un gran servicio, y en un caso urgente ha servido a su amigo, o bien alega otros motivos, considerando sólo la utilidad del servicio que ha hecho, sin pensar en lo poco que le ha costado. El otro, por lo contrario, no ve más que lo que el servicio ha costado al bienhechor, y no el provecho que él ha sacado. A veces también acrimina el mismo que ha recibido el beneficio, y mientras él recuerda, por su parte, el mezquino provecho que ha sacado, el otro enumera los beneficios enormes que la cosa ha producido; por ejemplo, si exponiéndose a un peligro, se ha sacado a uno de un apuro, arriesgando tan sólo el valor de un dracma, el uno sólo piensa en el peligro que ha corrido, mientras que el otro sólo piensa en el valor del dracma como si sólo se tratase de una restitución pecuniaria.

Pero hasta en esto mismo hay motivos de disputa, porque el uno sólo da a las cosas el valor que tenían anteriormente, y el otro las aprecia por lo que valen de presente, y en este terreno no tienen trazas de entenderse, a menos que exista una convención precisa.

La amistad o relación civil atiende únicamente a la convención expresa a la cosa misma; y la amistad o relación moral mi-ra a la intención. Sin contradicción, esto es mucho más justo, y esta es la verdadera justicia de la amistad. La causa de que 121 haya luchas y discusiones entre los hombres consiste en que, si la amistad moral es mas bella, la relación de interés es mucho más obligatoria y exigible.

Los hombres comienzan a entrar en relación como amigos puramente morales, y como si no pensasen en la virtud; pero tan pronto como el interés particular de uno de ellos llega a encontrar oposición, dejan ver muy claramente que son muy distintos de lo que creían ser. Los más de los hombres sólo buscan lo bello como por añadidura y por lujo, y así buscan también esta amistad, que es más bella que todas las demás.

Ahora conviene ver con claridad las distinciones que conviene hacer entre estos diversos casos. Si se trata de amigos morales, sólo deben mirar a la intención para asegurarse de que es igual por ambas partes, sin que tengan nada más que exigir el uno del otro. Si son amigos por interés o por lazos puramente civiles, pueden resolver la dificultad según se hayan entendi-do al principio sobre sus intereses. Si el uno afirma que la convención ha sido puramente moral y otro afirma lo contrario, no está bien el insistir, ya que sea inevitable que haya esta diferencia, y debe guardarse la misma reserva en uno que en otro sentido.

Pero, aun cuando los amigos no estén unidos por un lazo moral, debe creerse que ninguno de ellos ha querido engañar al otro, y, por consiguiente, cada uno debe contentarse con lo que la suerte le ha proporcionado. Lo que prueba que la amistad moral sólo descansa en la intención es que, después de haber recibido uno grandes servicios, si no continúa el otro prestándolos igualmente a causa de la impotencia en que está de hacerlo, pero presta los que buenamente puede, es indudable que cumple con su deber. Dios mismo acepta los sacrificios que se le ofrecen, teniendo en cuenta los recursos del que los hace.

Pero, en cambio, al mercader que vende no bastaría decirle que no se le puede dar más, como tampoco al acreedor que ha prestado su dinero.

Los cargos y recriminaciones son muy frecuentes en las amistades que no son perfectamente claras y rectas, y no es

122 fácil discernir entonces cual de los dos tiene razón. Es cosa im-propia aplicar una medida única a relaciones tan complejas, co-mo sucede particularmente en las relaciones amorosas. El uno busca al que ama, sólo porque tiene placer en vivir con él; el otro a veces sólo acepta al amante porque es útil a sus intereses. Cuando uno cesa de amar, como se hace diferente, el otro no se hace menos diferente que él, y entonces regañan a cada paso. En este caso se encuentra la disputa de Pitón y de Pam-menes y también la del maestro con el discípulo, porque la ciencia y el dinero no tienen una medida común.

Esto sucedía a Pródico, el médico, con el enfermo que le daba un mezquino salario; y, en fin, al tocador de cítara con el rey. El uno, al acoger al artista, sólo buscaba el placer, y el otro sólo buscaba su interés al ir a la corte, y, cuando llegó el caso de pagar, el rey, como sólo debía al artista el placer que había disfrutado, le dijo: "Todo el placer que me habéis proporcionado cantando os lo he pagado ya por el placer que os han producido mis promesas". Sea lo que quiera de este chasco, puede verse sin dificultad, aun en esto mismo, cómo deben arreglarse las cosas.

Es de necesidad referirlas siempre a una sola y única medida, no precisamente encerrándolas en un límite fijo, sino pro-porcionando las unas a las otras. La proporción es aquí la verdadera medida, en la misma forma que es la medida en la asociación civil y política. En efecto, ¿cómo podrá el zapatero mantener relaciones sociales con el labrador, si no se igualan sus trabajos mediante la proporción que se establezca entre ellos?

En todos los casos en que no pueda hacerse un cambio directo, la única medida posible es la proporcionalidad.

Por ejemplo, si uno promete dar ciencia y sabiduría y el otro dinero en cambio, es preciso examinar cuál es la relación que media entre la ciencia y la riqueza y en seguida cuál es el valor que dan uno y otro contratante, porque si el uno ha dado la mitad de su pequeña fortuna, y el otro ha dado sólo una parte mínima de una propiedad mucho mayor, es claro que el segundo ha perjudicado al primero. Aquí también la causa de la disidencia está en el principio respecto de los dos amigos; el uno sostiene que sólo están unidos por interés, mientras que el otro sostiene que es lo contrario y que en esta relación ha tenido al-gún otro motivo distinto de aquel.

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