De la magnificencia

No es uno magnífico porque observe una conducta o tenga una intención cualquiera; lo es únicamente en lo relativo al gasto y al empleo del dinero, por lo menos cuando la palabra magnífico se toma en su sentido propio, y no en otro figurado y metafóri-co. No hay magnificencia posible sin gasto. El gasto que co rresponde a la magnificencia es el espléndido, y el verdadero esplendor no consiste en los primeros gastos que ocurren; consiste exclusivamente en hacer gastos necesarios que se extienden hasta el último límite. Aquel que, al hacer un gran gasto, sabe fijar su extensión conveniente y desea mantenerse dentro de estos justos límites, que son de su gusto, es el hombre magnífico.

El que traspasa estos límites y hace más de lo que calcula,

éste no tiene nombre particular. Sin embargo, alguna relación de semejanza tiene con los que se llaman frecuentemente pró digos y manirrotos. Citemos varios ejemplos. Si algún rico cree que para los gastos de boda de su único hijo no debe traspasar el gasto que suelen hacer las gentes modestas que reciben a sus huéspedes, dándoles lo que encuentran, como suele decir se, es un hombre que no sabe respetarse a sí propio y que se muestra mezquino y miserable.

Por lo contrario, el que recibe huéspedes de esta clase con todo el aparato propio de una boda, sin que ni su reputación ni su dignidad lo exijan, puede, con razón, parecer pródigo. Pero el que en estos casos hace las cosas como conviene a su posición y como lo pide la razón, es un hombre magnífico. La con-veniencia se gradúa según la situación en cada caso, y todo lo que se opone a esta relación cesa de ser conveniente. Ante to-do, es preciso que el gasto sea conveniente, para que haya magnificencia, y para ello observar las exigencias que llevan consigo la posición personal y la cosa que ha de ejecutarse.

No es, al parecer, lo conveniente en el matrimonio de un es clavo lo mismo que es en el de una persona que se ama. Lo conveniente varía igualmente con la persona, según que ella hace únicamente lo que debe hacer, sea en cantidad, sea en ca-lidad, y hubo razón para decir que la función hecha en Olimpia por Temístocles no cuadraba con la escasez de su fortuna y que hubiera convenido mejor a la opulencia de Cimón. Por lo

80 menos, éste podía hacer todo lo que exigía su posición, y era el único que se encontraba en un caso en que no se hallaban todos los demás.

Podría decir de la liberalidad lo que he dicho de la magnificencia; es una especie de deber el ser liberal, cuando se ha nacido entre hombres libres.

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