Examen de varios caracteres

De todos los demás caracteres que son laudables o reprensi bles moralmente, puede decirse, casi sin excepción, que son excesos, defectos o medios respecto de los sentimientos que se experimentan; como, por ejemplo, el envidioso y el carácter od-ioso que se regocija con el mal de otro.

Según las maneras de ser de ambos y los nombres que se les dan, la envidia consiste en disgustarse de la felicidad que alcanzan los que la merecen; la pasión del hombre que se regoci-ja con el mal de otro no tiene nombre especial, pero el que siente esta pasión se pone de manifiesto al regocijarse con las desgracias ajenas más inmerecidas. El medio entre estos dos sentimientos es el carácter que siente una justa indignación, llamada por los antiguos némesis, o indignación virtuosa, que consiste en afligirse de los bienes y males de otro cuando no son merecidos, y regocijarse con los que lo son. Y así, no es extraño que de Némesis se haya hecho una diosa.

En cuanto al pudor o respeto humano, ocupa el medio entre la impudencia, que todo desprecia, y la timidez, que por todo se encoge. Cuando uno no se preocupa para nada de la opinión, cualquiera que ella sea, es imprudente; cuando le asusta sin discernimiento toda opinión, es tímido. Pero el hombre que conserva el respeto humano y el verdadero pudor, sólo se preocupa con el juicio de los hombres que le parecen respetables.

La amabilidad ocupa el medio entre la enemistad y la adula ción. El que se apresura a ceder ante todos los caprichos de las personas con quienes trata es un adulador; y el que las contra-dice sin cesar y sin venir a cuento, es una especie de enemigo.

En cuanto al hombre amable y benévolo, no transige ciegamen

te con todos los caprichos de los demás, ni tampoco los comba-te, sino que procura en todas ocasiones practicar lo que tiene por mejor.

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La formalidad y la gravedad son un medio entre el egoísmo, que sólo piensa en sí, y la lisonja, que quiere satisfacer a todo el mundo. El que no sabe ceder nada en sus relaciones con los demás y es siempre desdeñoso es un egoísta. El que concede todo a los demás y se pone siempre por bajo de ellos es un li-sonjero. En fin, el hombre grave que se respeta a sí mismo es el que concede ciertas cosas y otras no, y que sabe conducirse teniendo en cuenta el mérito de los demás.

El hombre verídico y sencillo que, según la expresión vulgar, dice las cosas como son, ocupa un medio entre el disimulado, que todo lo oculta, y el fanfarrón, que charla sin cesar. El uno, que a sabiendas rebaja y achica a todo lo que le concierne, es disimulado; el otro, que todo lo exagera, es el fanfarrón. Pero el que sabe decir las cosas tales como son es hombre verídico y sincero, y, usando las palabras de Homero, es un hombre cir-cunspecto. En general, el uno sólo ama la verdad, mientras que los otros sólo aman la mentira.

También es un medio la cortesía. El hombre cortés ocupa el medio entre el hombre rústico y grosero y el gracioso de mal género. Así como en materia de alimentos el hombre enclenque y delicado difiere del glotón, que todo lo devora, porque el uno come poco o nada y aun con dificultad, y el otro traga sin discernimiento todo lo que encuentra; en igual forma, el hombre rústico y grosero difiere del mal educado y del bufón vulgar. El uno nunca encuentra nada que deba hacerle desarrugar la frente, y recibe con aspereza todo lo que se le dice; el otro, por lo contrario, acepta todo con igual facilidad y con todo se divierte.

El hombre no debe ser ni lo uno ni lo otro, sino que tan pron-to debe admitirse esto como desecharse aquello, y siempre conformándose con la razón; el que tal hace es el hombre cor-tés. He aquí la prueba y que es la misma de que nos hemos servido muchas veces. La cortesía que merece verdaderamente este nombre, y no la que se llama así metafóricamente, es, en esta clase de cosas, la manera de ser más digna, siendo este 83 medio merecedor de alabanza, como lo son los extremos de censura.

Ahora bien, la verdadera cortesía puede ser de dos clases.

Tan pronto consiste en saber aceptar las bromas, sobre todo las que se dirigen a uno mismo, y en este caso soportarlas hasta el sarcasmo, como consiste en poder, si llega el caso, embro-mar uno a los demás. Estos dos géneros de cortesía son dife rentes, y, sin embargo, ambos son medios; porque el que sabe llevar las cosas hasta el punto de causar placer al hombre de gusto, podrá, cuando alguien se ría a su costa, mantenerse en el justo medio entre el palurdo que insulta y el hombre frío que no sabe nunca decir una gracia.

Esta definición me parece mejor que si se dijese que es preci-so obrar de tal manera que la palabra no sea jamás molesta pa-ra la persona que es objeto de la burla, cualquiera que ella sea; porque lo que más bien debe intentarse es complacer al hombre de gusto, que permanece siempre en una justa imparciali dad, y que es, por lo mismo, un buen juez en estas cosas.

Por lo demás, todos estos medios, aunque laudables, no son, sin embargo, virtudes, lo mismo que los contrarios no son vicios, porque en todo esto no hay intención ni voluntad reflexiva.

A decir verdad, no son más que divisiones secundarias de sentimientos y de pasiones, y todos estos matices de carácter, que acabamos de analizar, no son más que sentimientos diversos.

Como son todos naturales y espontáneos, se les puede hacer entrar en la clase de virtudes naturales.

Además, cada virtud, como se verá en el curso de este trata do, es, a la vez, natural y de otra cierta manera, es decir, que va acompañada de prudencia y de reflexión. Y así, la envidia de que hemos hablado puede relacionarse con la justicia, porque los actos que ella inspira van dirigidos contra otro. La indignación virtuosa, que también hemos explicado, puede ser referida a la justicia; y el pudor, que nace del respeto humano, a la prudencia, que templa las pasiones, y he aquí por qué se clasifica también la prudencia entre las virtudes naturales. Añado, para concluir, que del hombre verdadero y del hombre falso puede decirse que el uno tiene prudencia y el otro no la tiene.

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A veces sucede que el medio es más contrario a los extremos que lo son los extremos entre sí. La causa de esto es que el medio jamás se encuentra con ninguno de ellos, mientras que los contrarios marchan frecuentemente a la par, y muchas veces hay hombres que son, a la vez, cobardes y temerarios, pródigos en una cosa y avaros en otra; en una palabra, que están en oposición consigo mismos, cometiendo las acciones más villa nas. Cuando son de este modo irregulares y desiguales para el bien, concluyen por encontrar el verdadero medio, porque los extremos están hasta cierto punto en el medio que los separa y los une, pero la oposición de los extremos en las relaciones de éstos con el medio no resulta siempre igual en ambos sentidos, y tan pronto domina el exceso como el defecto.

Las causas de estas diferencias son las que hemos expresado más arriba; que son, en primer lugar, el corto número de personas que tienen estos vicios extremos; por ejemplo, son pocos los que son insensibles a los placeres; y en segundo lugar, esta disposición de espíritu que nos hace creer que la falta que co-metemos con más frecuencia es también la que más contraria al medio. Puede añadirse, en tercer lugar, que lo que se parece más al medio parece ser lo menos contrario, como sucede con la relación que tienen la temeridad con la prudente confianza y la prodigalidad con la generosidad verdadera.

Hemos hablado hasta aquí de casi todas las virtudes que son dignas de alabanza, y ya es tiempo de que tratemos de la justicia.

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