De la coacción

Si es imprescindible, como ya hemos visto, que el acto libre y voluntario se refiera a una de estas tres cosas, al apetito, a la reflexión, a la razón, y si no se refiere a ninguna de las dos primeras, sólo queda que el acto voluntario consista en hacer alguna cosa después de haber aplicado a ella de cierta manera el pensamiento y la razón. Llevemos un poco más adelante estas consideraciones, antes de llegar a la definición que queremos dar de lo voluntario y de lo involuntario.

Paréceme que lo que caracteriza propiamente estas dos ide as es que en un caso se obra por fuerza o coacción, y que en el otro no se obra de este modo. En el lenguaje ordinario todo lo que es forzoso es involuntario, y lo involuntario siempre es forzoso. Es preciso, por tanto, examinar en primer lugar qué es la fuerza o la coacción, cuál es su naturaleza y cuáles sus relaciones con lo voluntario y lo involuntario.

Lo forzoso y lo necesario parecen, lo mismo que la fuerza y la necesidad, opuestos a lo voluntario y a la persuasión, en lo que se refiere a las acciones que el hombre puede ejecutar. En general, la fuerza y la necesidad pueden aplicarse igualmente a las cosas inanimadas; y así se dice, por ejemplo, que la fuerza y la necesidad hacen que la piedra suba y que baje el fuego.

Por lo contrario, cuando las cosas conforman con su natura leza y siguen su dirección propia, no se dice que son violentadas por la fuerza; aunque es cierto que tampoco se dice que en este caso sean conducidas voluntariamente; oposición que no ha recibido nombre particular Pero cuando son arrastradas contra esta tendencia natural, decimos que se mueven por fuerza. Lo mismo sucede con los animales y con los seres vivos, que hacen y padecen muchas cosas por la fuerza, cuando una causa exterior llega a moverlos en sentido contrario a su tendencia natural.

En los seres inanimados el principio que los mueve es simple; pero en los seres animados puede ser múltiple, porque el instinto y la razón no están siempre perfectamente de acuerdo. La fuerza obra de un modo absoluto en los animales, con excepción del hombre, precisamente como obra de las cosas

42 inanimadas, porque en ellos la razón y el instinto no se combaten, y estos seres sólo viven conforme al instinto que los domina. En el hombre, por lo contrario, se encuentran los dos móviles, y funcionan en él en aquella edad en que suponemos que tiene la facultad de obrar. Y así no decimos que el niño obra, hablando propiamente, como no obra el animal; y el hombre no obra verdaderamente sino cuando obra con su razón.

Todo lo que es forzado siempre es penoso, como ya hemos di cho, y nadie obra por fuerza con placer. Esto es lo que da lugar a tanta obscuridad en la cuestión relativa al templado y al intemperante. Ambos obran sintiendo cada cual en si tendencias contrarias; el templado obra por fuerza, según se pretende, li-brándose de las pasiones que lo solicitan, y ciertamente padece al resistir al deseo que le arrastra en un sentido opuesto. Por su parte, el intemperante obra también por la fuerza al luchar contra la razón, que querría ilustrarle. Sin embargo, el intemperante, debe padecer menos a lo que parece, porque el deseo siempre tiende al placer y se le presta siempre obediencia con cierta alegría.

Por consiguiente, el intemperante obra más voluntariamente, y con menos razón puede decirse de él que obra por fuerza, puesto que no obra con pena y sufrimiento. En cuanto a la persuasión es por completo lo opuesto a la fuerza y, a la necesidad; el hombre templado sólo ejecuta las cosas respecto de las que tiene convicción, y obra, no por fuerza, sino muy voluntariamente; mientras que el deseo arrastra sin haber persuadido antes, porque no participa ni aun en pequeña parte de la razón.

Se ve, pues, que en este sentido es en el que puede decirse que sólo los intemperantes obran por fuerza e involuntariamen-te, y se comprende bien el porqué; es que en ellos se verifica una cosa que se parece a la coacción y a la fuerza que observa-mos en los objetos inanimados.

Pero si se relaciona esto con lo que se ha dicho antes en la definición propuesta, tendremos precisamente la solución que se busca. Y así, cuando una cosa exterior impulsa o detiene un cuerpo cualquiera en sentido opuesto a su tendencia, decimos que es movido por la fuerza, y en el caso contrario decimos que 43 no es movida por la fuerza. Ahora bien, al hombre templado y al intemperante la tendencia que cada uno tiene en sí es la que los arrastra; tienen en sí mismos los dos principios, y, por consiguiente, ni uno ni otro obran por fuerza, porque ambos obran libremente a virtud de estos dos móviles, sin necesidad de que se los fuerce.

Llamamos, en efecto, necesidad al principio exterior que im pulsa o que detiene un cuerpo contra su tendencia natural, co-mo si alguno cogiese vuestra mano para pegar a otro a pesar de vuestra resistencia y contra vuestra voluntad y deseo. Pero desde el momento que el principio es interior, ya no hay violencia, puesto que entonces el placer y la pena pueden producirse en los dos casos.

En efecto, el que se domina y permanece templado experi menta cierto dolor al obrar contra su deseo; pero goza, al mismo tiempo, con el placer que le produce la esperanza de sacar ulteriormente ventaja de su comportamiento, o la seguridad de conservar actualmente su salud. Por su parte, el intemperante goza gustando, a causa de su intemperancia, del objeto de su deseo; pero siente dolor por las consecuencias que prevé, porque sabe muy bien que ha cometido una falta.

En resumen, se puede afirmar con alguna razón que uno y otro, el templado y el intemperante, obran por fuerza, y que ambos obran en cierto modo a pesar suyo bajo la coacción del apetito y de la razón, porque, como estos dos móviles son opuestos, se rechazan recíprocamente uno a otro; y esto hace que por extensión se atribuya este fenómeno al alma entera, porque se ve que una de sus partes tiene algo de análogo. Esto, sin duda, es exacto si se aplica a sus partes, pero el alma entera del hombre templado y del intemperante obra voluntariamente, sin que ni uno ni otro obren por coacción, siendo sólo uno de los elementos que residen en ellos mismos el que obra por fuerza, puesto que tenemos naturalmente en nosotros los dos móviles a la vez.

La naturaleza quiere que sea la razón la que mande, puesto que la razón debe existir en nosotros cuando nuestra organiza-ción nativa está abandonada a su propio desenvolvimiento y no ha sufrido alteración, lo cual no impide que la pasión y el deseo tengan también en ella su asiento, puesto que las hemos también recibido a la par que la vida. En efecto, por estos dos 44 caracteres determinamos casi exclusivamente la verdadera naturaleza de los seres: de un lado, por las cosas que pertenecen a todos los seres de la misma especie desde que han nacido; y de otro, por las cosas que pasan más tarde en ellos cuando se deja su organización primitiva desenvolverse regularmente, co-mo la blancura de los cabellos, la ancianidad y todos los demás fenómenos análogos.

En resumen, puede decirse que ni el templado ni el intempe rante obran conforme a la naturaleza; pero, absolutamente hablando, el hombre templado y el intemperante obran según su propia naturaleza, sólo que esta naturaleza no es la misma en uno que en otro.

He aquí las cuestiones suscitadas con respecto al hombre templado y al intemperante. ¿Son ambos violentados y forza dos? ¿Obra sólo uno de ellos como resultado de una coacción?

El templado y el intemperante ¿obran sin quererlo? ¿Obran ambos, a la vez, por fuerza y voluntariamente? Y si el acto imp-uesto por la violencia es siempre involuntario, ¿puede decirse que obran, a la vez con plena voluntad y por fuerza? Con las explicaciones que hemos dado se puede, a nuestro parecer, responder a todas estas dificultades.

En otro sentido se dice también que se obra por fuerza y por necesidad, sin que el paetito y la razón estén en desacuerdo, cuando se hace una cosa penosa y mala, pero que, de no hacerla, estaría uno expuesto a ser maltratado, reducido a prisión o condenado a muerte. En todos estos casos se dice que se ha obedecido a una necesidad; ¿acaso esta hipótesis es inexacta?

¿En todo esto no se obra siempre con libre voluntad? ¿Y no puede uno negarse siempre a lo que se exige de nosotros, so portando todos los sufrimientos con que se nos amenaza? Hay aquí ciertos puntos que pueden admitirse, y otros que es preciso realizar.

Siempre que se trata de cosas que depende de nosotros el hacerlas o no hacerlas, desde el momento que se hacen, aunq ue sea no queriéndolas, se hacen libremente y no por fuerza.

Respecto a las cosas que, por lo contrario, no dependen de

45 nosotros, puede decirse que hay una coacción, si bien no una coacción absoluta, puesto que el ser mismo no escoge lo que hace precisamente, sino que sólo escoge el fin en cuya vista obra como obra. Esta diferencia merece que se la tenga en cuenta.

Por ejemplo, si para evitar uno que otro toque a su cuerpo, llega hasta matarle, sería una excusa ridícula el decir que cometió la muerte a pesar suyo y por necesidad. Era necesario que hubiera estado expuesto a un mal más grande y más into lerable, si no hubiese obrado como obró. Entonces es cuando se obedece a la necesidad y se obra por fuerza; o, por lo menos, no se obra naturalmente cuando se causa mal en defensa propia, o en vista de un cierto bien o de un mal mayor que el que se quiere evitar, puesto que estas circunstancias no dependen de nosotros. He aquí porqué con frecuencia se considera el amor como involuntario, lo mismo que otros arrebatos del corazón y ciertas emociones físicas que son, como suele decirse, más fuertes que nosotros.

En todos estos casos se excusan estas faltas, considerándolas provocadas por causas que triunfan generalmente de la naturaleza humana. Podría creerse que hay fuerza y coacción más bien cuando hacemos algo por no experimentar un dolor dema siado fuerte que cuando sólo obramos por evitar uno ligero; co-mo también cuando obramos por evitar un mal cualquiera más bien que cuando lo hacemos para proporcionarnos un placer; porque, en general, se estima que depende de uno lo que su naturaleza es capaz de soportar y se dice que una cosa no depende de uno cuando su naturaleza no puede sufrirla, ni aqué lla es naturalmente conforme con su instinto y con su razón.

He aquí por qué al hablar de los entusiastas y de los adivinos que predicen el porvenir, se afirma, no obstante ser sus juicios un acto de pensamiento, que no depende de ellos decir lo que dicen, ni hacer lo que hacen. Tampoco es uno dueño de sí mismo bajo el influjo de la pasión, y puede asegurarse que hay pensamientos y sentimientos que no dependen de nosotros, co mo tampoco los actos que son resultado de estos pensamientos y de estos razonamientos. Esto es lo que obligó a Filolao a decir con razón que hay ciertas ideas que son más fuertes que nosotros.

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En resumen, si debíamos, para analizar bien lo voluntario y lo, involuntario, relacionarlos con la idea de fuerza y de coacción, nuestro estudio está terminado, y es preciso pararnos aquí, porque los mismos que más vivamente niegan la libertad y que pretenden que sólo obran forzados y cohibidos, no son menos libres al defender su opinión.

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