De lo voluntario y de lo involuntario

Es preciso estudiar qué son lo voluntario y lo involuntario, y qué es la preferencia reflexiva o libre arbitrio, puesto que la virtud y el vicio resultan determinados por estas condiciones.

Ocupémonos, en primer lugar, de lo voluntario y de lo involuntario. Un acto, al parecer, sólo puede tener uno de estos tres caracteres; o procede del apetito, o de la reflexión, o de la ra-zón. Es voluntario cuando es conforme a una de estas tres cosas; es involuntario cuando es contrario a una de ellas.

Pero el apetito se divide en tres ramas: la voluntad, el cora-zón y el deseo. Por consiguiente, es preciso admitir una divi-sión análoga en el acto voluntario, y considerarle, en primer lugar, con relación al deseo. Ocurre, a primera vista, que todo lo que se hace por deseo es voluntario, porque lo involuntario parece ser siempre una coacción. La coacción, resultado de la fuerza, siempre es penosa, como lo es todo lo que se hace o se padece por necesidad; y como dice muy bien Eveno: Todo acto necesario es un acto penoso.

Y así, puede decirse que si una cosa es penosa, es porque es forzada, y que si es forzada, es penosa. Pero todo lo que se ha-ce contra el deseo es penoso, puesto que el deseo sólo se aplica a un objeto agradable; por consiguiente, es un acto forzado e involuntario. Recíprocamente, lo que se hace según el deseo es voluntario, porque estas afirmaciones son siempre contrarias entre sí; debiendo añadirse a esto que toda acción viciosa hace al hombre peor.

Y así, la intemperancia es ciertamente un vicio; y el intemperante es aquel que, con tal de satisfacer su deseo, es capaz de obrar contra su propia razón, y hace un acto de intemperancia cuando obra según el deseo que le domina. Pero no es uno culpable sino porque quiere, de donde se sigue que el intemperan-te se hace culpable porque obra según lo pide su pasión. Obra, pues, con plena voluntad, y lo que es conforme a la pasión es siempre voluntario. Sería un absurdo creer que al hacerse intemperantes los hombres se hacen menos culpables.

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Resulta de estas consideraciones que, al parecer, lo que es con. forme al deseo es voluntario. Pero he aquí otras que parecen probar lo contrario. Todo lo que se hace libremente, se ha-ce queriéndolo; y todo lo que se hace queriéndolo, se hace libremente.

Nadie quiere lo que cree que es malo; y así, el intemperante, que se deja dominar por su pasión, no hace lo que quiere, porque hacer, para contentar el deseo, lo contrario de lo que se cree mejor, es dejarse arrastrar por la pasión. Resulta, por consiguiente, de estos argumentos contrarios que el mismo hom bre obrará voluntaria e involuntariamente; lo cual es manifiestamente imposible.

De otro lado, el templado obrará bien, y hasta puede decirse que obrará mejor que el intemperante, porque la templanza es una virtud, y la virtud hace a los hombres mejores. Ejecuta un acto de templanza cuando obra según su razón y contra su deseo. De aquí una nueva contradicción, porque si conducirse bien es voluntario, como lo es conducirse mal, y si no se puede negar que estas dos cosas son perfectamente voluntarias, o, por lo menos, que siendo la una voluntaria lo tiene que ser la otra necesariamente, se sigue de aquí que lo que se hace contra el deseo es voluntario, y entonces el mismo hombre hará una misma cosa a la vez voluntaria e involuntariamente.

El mismo razonamiento puede hacerse respecto del corazón y de la cólera, porque también hay templanza e intemperancia de corazón, como la hay respecto al deseo. Lo que es contrario al sentimiento del corazón es siempre penoso, y dominarlo es siempre violento.

Por consiguiente, si todo actos forzoso es involuntario, resulta de aquí que todo lo que se hace por impulso del corazón es voluntario. Heráclito, al parecer, consideraba irresistible este poder del corazón, cuando dice que subyugarle es cosa muy penosa: "Es difícil resistir a la ira, que halaga al corazón, el cual goza con ella.” Pero si es imposible obrar voluntaria e involuntariamente en el mismo momento y respecto de la cosa misma, puede decirse que lo que conforma con la voluntad es más libre que lo que conforma con la pasión o el corazón. La 40 prueba es que hacemos voluntariamente una multitud de cosas sin el auxilio de la cólera ni de la pasión.

Resta, pues que examinemos si son una misma cosa la volun tad y la libertad. Estimamos imposible confundirlas, porque hemos supuesto, y así nos lo parece siempre, que el vicio hace a los hombres peores, y que la intemperancia es un vicio de cierta especie. Pero aquí resultaría todo lo contrario, porque nadie quiere aquello que cree ser malo, y sólo lo hace cuando, arrastrado por la intemperancia, no es dueño de sí mismo. Luego, si hacer el mal es un acto libre, y el acto libre es el que se hace según la voluntad, no se hace tampoco mal cuando uno se hace intemperante, porque se pierde todo dominio sobre sí mismo, y entonces es uno hasta más virtuoso que antes de dejarse llevar por la intemperancia, que nos ciega.

Pero, ¿quién no ve que todo esto es absurdo? Yo concluyo de aquí que obrar libremente no es obrar según el apetito, y que no es obrar sin libertad el obrar contra él; y añado que el acto voluntario no es tampoco el que se hace precediéndole la reflexión, y he aquí cómo lo pruebo. Antes se ha demostrado que lo que es conforme a la voluntad no es forzado, y con más razón que todo lo que se quiere, es perfectamente libre. Pero realmente lo único que hemos demostrado es que se pueden hacer libremente cosas que no se quieren. Ahora bien, hay una infinidad de cosas que hacemos sobre la marcha por el solo hecho de que las queremos, mientras que jamás se puede obrar inme diatamente, si ha de mediar la reflexión.

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