De la virtud

Después de haber reconocido que la virtud es esta manera de ser moral que nos hace obrar lo mejor posible, y que nos dispo-ne lo más completamente que puede ser para hacer el bien; después de haber reconocido que el bien supremo en la vida consiste en conformarse con la recta razón, es decir, que es lo que ocupa el justo medio entre el exceso y el defecto relativamente a nosotros, es imprescindible reconocer también que la virtud moral es para cada individuo en particular un cierto medio o un conjunto de medios, en lo que concierne a sus placeres y a sus penas, a las cosas agradables y dolorosas que pueda sentir. Unas veces el medio se hallará sólo en los placeres, en que se encuentran igualmente el exceso y el defecto; otras sólo se hallará en las penas, y algunas en los dos a la par.

El hombre que incurre en un exceso de alegría, por esto mis mo siente un exceso de placer, y el que tiene un exceso de pe-na peca en el sentido contrario. Estos excesos, por otra parte, pueden ser absolutos o relativos a un cierto límite, que no deberían traspasar; como, por ejemplo, cuando se experimentan estos sentimientos de distinta manera que los demás, mientras que el hombre bien organizado siente las cosas como deben sentirse.

De otro lado, como hay cierto estado moral que hace que los que se encuentran en él pueden incurrir, respecto de una sola y misma cosa, en el exceso o en el defecto, siendo estos excesos contrarios entre sí y con relación al medio que los separa, necesariamente, estos estados han de ser igualmente contrarios entre sí y contrarios a la virtud. Sucede, sin embargo, que unas veces las oposiciones extremas son ambas muy evidentes, y otras que la oposición por exceso lo es más, y algunas veces también la oposición por defecto.

La causa de estas diferencias consiste en que no siempre nos dirigimos a los mismos grados de desigualdad o de semejanza con relación al medio, sino que a veces se pasa más fácilmente del exceso, y a veces también del defecto al estado medio, y entonces el vicio parece tanto más contrario al medio cuanto está más distante de él. Así, por ejemplo, con respecto al cuerpo, el exceso de fatiga vale más para la salud que la falta de ejercicio, y está más próximo al medio, mientras que, por el contrario, 33 respecto de la alimentación es el defecto, más que el exceso, el que se aproxima al medio. Por consiguiente, los hábitos que se escogen por gusto, por ejemplo, los ejercicios gimnásticos, contribuyen más a la salud en uno y otro sentido, ya se fatigue uno con algo de exceso, ya se trabaje algo menos de lo que sería conveniente.

Obrarán de un modo contrario al justo medio bajo esta rela ción y resistirán a la razón, de un lado, el hombre que nada se fatiga y no hace ejercicio de ninguna de las maneras que acabo de indicar, y de otro, el que prefiere todas las debilidades de la molicie y no espera jamás al hambre. Estas diversidades nacen de que la naturaleza no está en todas las cosas igualmente distante del medio, y de que tan pronto amamos más el trabajo como amamos más el placer. Lo mismo sucede respecto al al ma. Miramos como contrario al justo medio o la disposición que, en general, nos arrastra a cometer más faltas, y que es la más ordinaria; en cuanto a la otra, la ignoramos como si no existiese; y pasa para nosotros inadvertida a causa de su mis-ma debilidad, que nos impide sentirla.

Y así, la cólera nos parece la cosa verdaderamente contraria a la dulzura, y el hombre colérico lo contrario del hombre suave. Y, sin embargo, puede caerse en el exceso de ser demasia-do accesible a la compasión, de reconciliarse con demasiada facilidad, y de no irritarse ni aun cuando abofetean a uno. Es cierto que estos caracteres son muy raros, y que, en general, se peca más bien por el exceso opuesto, no estando la cólera dispuesta a ser aduladora de nadie.

En resumen, hemos formado el catálogo de los modos de ser morales según cada pasión, con sus excesos y sus defectos, y de los modos de ser contrarios que colocan al hombre en el camino de la recta razón, a reserva de ver más adelante lo que es precisamente la recta razón, y cuál es el límite que debe tenerse en cuenta para discernir el verdadero medio, de lo cual es una consecuencia evidente que todas las virtudes morales y todos los vicios se refieren ya al exceso, ya al defecto de los placeres y de las penas, y que los placeres y las penas sólo proceden de los modos de ser y de las pasiones que hemos indicado.

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Por tanto, la mejor manera de ser moral es la que subsiste en el medio en cada caso, y, por consiguiente, es igualmente claro que todas las virtudes, o por lo menos algunas de ellas, no son más que medios reconocidos por la razón.

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