Del hombre considerado como causa

Tomemos ahora, para el estudio que vamos a hacer, otro prin cipio, que es el siguiente: todas las substancias, según su naturaleza, son principios de cierta especie, y esto es lo que hace que cada una de ellas pueda engendrar otras muchas substancias semejantes; así, por ejemplo, el hombre engendra hombres, el animal engendra generalmente animales, y la planta, plantas. Pero, además de esta ventaja, el hombre tiene entre los animales el privilegio especial de ser el principio y la causa de ciertos actos, porque de ningún otro animal puede decirse, co-mo del hombre, que realmente obra.

Entre los principios, lo son en grado eminente los que son el origen primordial de los movimientos, y con razón se da el nombre de principios a aquellos cuyos efectos no pueden ser otros que los que son. Sólo Dios, quizá, es un principio de este último género. Cuando se trata de causas y de principios inmó viles, como los principios matemáticos, no encontramos en ellos causas propiamente dichas; pero se las llama también causas y principios por una especie de asimilación, porque, en este caso, a poco que se trastorne el principio, todas las demostraciones de que es origen, por sólidas que sean, resultan trastornadas con él, mientras que las demostraciones mismas no pueden mudar, destruyéndose las unas a las otras, a no ser que se destruya la hipótesis primitiva y que nos hubiésemos va-lido para la demostración de esta hipótesis primera.

El hombre, por lo contrario, es el principio de cierto movimiento, puesto que la acción, que le es permitida, es un movimiento de cierto orden. Pero como aquí, lo mismo que en todos los demás casos, el principio es causa de lo que existe o se produce por él y como consecuencia de él, podemos decir que en el movimiento del hombre sucede lo mismo que en las demostraciones.

Si, por ejemplo, teniendo el triángulo sus ángulos iguales a dos rectos se sigue de aquí necesariamente que el cuadrilátero tiene los suyos iguales a cuatro rectos, es evidente que la causa de esta conclusión es que los triángulos tienen sus ángulos iguales a dos ángulos rectos. Si la propiedad del triángulo

36 muda, es preciso que el cuadrilátero mude también y si el triángulo, cosa imposible, tuviese sus ángulos iguales a tres rectos, el cuadrilátero tendría los suyos iguales a seis; y si el triángulo tuviese cuatro, el cuadrilátero tendría ocho. Pero si la propiedad del triángulo no muda y subsiste tal como es, la propiedad del cuadrilátero debe igualmente subsistir en la forma que se acaba de decir.

Se ha demostrado con plena evidencia en los Analíticos que este resultado, que no hacemos más que indicar, es absoluta mente necesario. Mas aquí, no podíamos ni pasarlo completa mente en silencio, ni dar más detalles; que los que damos, porque si no hay medio de ascender hasta otra causa que haga que el triángulo tenga esta propiedad, es porque hemos llega-do al principio mismo y a la causa de todas las consecuencias que de ella se desprenden.

Pero como hay cosas que pueden ser lo contrario que ellas son, es preciso que los principios de estas cosas sean igualmente variables, porque todo lo que resulta de cosas necesarias es necesario corno ellas; mientras que las cosas que proceden de esta otra causa designada por nosotros pueden ser de otra manera de como son. En este caso se encuentra muchas veces lo que depende del hombre y que sólo precede de él, y he aquí cómo resulta que el hombre es causa y principio de una multitud de cosas de este orden.

Una consecuencia de esto es que en todas las acciones res pecto de las que el hombre es causa y soberano dueño, es claro que ellas pueden ser o no ser, como que sólo de él depende que estas cosas sucedan o no sucedan, puesto que es dueño de que existan o no existan.

Luego, el hombre es causa responsable de todas las cosas que depende de él hacerlas o no hacerlas, y sólo de él dependen todas las cosas de que es causa. Por otra parte, la virtud y el vicio, lo mismo que los actos que de ellos se derivan son dignos unos de alabanza y otros de reprensión. Ahora bien, no se alaban ni vituperan las cosas que son resultado de la necesidad de la naturaleza o del azar; sólo se alaban y vituperan aquellas de que somos nosotros causa, porque siempre que es otro el causante, sobre él han de recaer la alabanza y el vituperio.

37

Es, pues, muy evidente que la virtud y el vicio sólo se refieren a cosas de que es uno causa principio. Tendremos, por tan-to, que indagar de qué actos es el hombre realmente causa responsable y principio. Estamos todos conformes en que en las cosas que son voluntarias y que resultan del libre albedrío, ca-da cual es causa de ellas y responsables, y que en las cosas involuntarias no es uno la verdadera causa de lo que sucede. Evidentemente, son voluntarias todas aquellas que se han hecho después de una deliberación y elección previas, y, por consiguiente, también es evidente que deben clasificarse entre los actos voluntarios del hombre la virtud y el vicio.

38

Share on Twitter Share on Facebook