El acto y la intención

Después de haber fijado todos estos puntos, veamos si la virtud hace infalible la referencia y bueno el fin a que aspira, de tal manera que la preferencia sólo escoja con intención lo que de-be de hacerse, o bien si como por algunos se pretende, es la ra-zón la que ilustra a la virtud. A decir verdad, esta virtud es el dominio de sí mismo, la templanza, la cual no destruye, al parecer, la razón.

Pero la virtud y el dominio de sí mismo son dos cosas diferentes, como se probará más tarde, y si se admite que es la virtud la que nos da una razón recta y sana, es porque se supone que el dominio de sí es la virtud misma, y que, por tanto, es verdaderamente digna de las alabanzas que se le tributan.

Pero antes de hablar de esto, examinemos algunas cuestio nes preliminares. En muchos casos es muy posible que el fin que uno se propone sea excelente, y, sin embargo, que se en gañe en los medios que conducen a él. Puede suceder, por lo contrario, que el fin sea malo, y que los medios que se emplean sean muy buenos. En fin, puede suceder que unos y otros sean igualmente erróneos. ¿Es la virtud la que forma el fin? ¿Hace solamente las cosas que conducen a él? Creemos que es ella la que constituye el fin, puesto que el que nos proponemos no es consecuencia ni de un silogismo ni de un razonamiento. Supongamos, pues, que el fin es, en cierta manera, el principio y el origen de la acción.

Por ejemplo, el médico, al parecer, no examina si es preciso o no curar al enfermo, y sí sólo si el enfermo debe andar o no. El gimnasta no examina si es preciso o no tener vigor, sino tan só lo si es preciso o no que tal discípulo luche. Lo mismo sucede con todas las demás ciencias; no hay ninguna que se ocupe del fin mismo a que aspira, y así como las hipótesis iniciales sirven de principios en las ciencias de pura teoría, así el fin que se busca es el principio y como la hipótesis de todo lo demás en las ciencias que tienen que producir alguna cosa. Para curar tal enfermedad se necesita precisamente tal remedio, a fin de conseguir la curación: en la misma forma que en el triángulo, 57 si sus tres ángulos son iguales a dos rectos, necesariamente ha de salir tal consecuencia de este principio, una vez admitido.

Y así, el fin que nos proponemos es el principio del pensam iento, y la conclusión misma del pensamiento es el principio de la acción. Luego, si la razón o la virtud son las verdaderas causas de toda rectitud, sea en los pensamientos, sea en los actos, desde el momento que no es la razón será preciso que sea la virtud la que hace que el fin sea bueno. Pero carecerá de influencia sobre los medios que se empleen para llegar al fin. El fin es aquello porque se obra, puesto que toda intención, toda preferencia, se dirige a una cierta acción y tiene siempre en vista una cierta cosa.

El fin que se quiere realizar con el auxilio del medio es producido por la virtud, que consiste en escoger este fin con preferencia a cualquier otro; pero la intención o preferencia no se aplica, sin embargo, a este fin mismo, sino que se aplica tan só lo a los medios que pueden conducir a él. Y así, otra es la facultad a la que pertenece revelarnos todo lo que es preciso hacer para alcanzar el fin a que aspiramos. La virtud es la que hace que el fin que se propone nuestra intención sea bueno, y ella es la única causa de esto.

Ahora se debe comprender cómo por la intención se puede juzgar del carácter de alguno, es decir, cómo debe mirarse al porqué de su acción más bien que a su acción misma. Por una especie de analogía debe decirse que el vicio no hace su elec-ción, ni dirige su intención sino en vista de los contrarios. Basta, pues, que uno, que es libre de hacer buenas acciones y de no hacerlas malas, haga todo lo contrario, para que sea evidente que este hombre no es virtuoso.

De aquí resulta como consecuencia necesaria que el vicio es voluntario, lo mismo que la virtud, porque nunca hay necesidad de querer el mal. Por esta razón, el vicio es reprensible y la virtud es digna de alabanza. Las cosas involuntarias, por malas y vergonzosas que puedan ser, no son reprensibles, ni las buenas son laudables, porque sólo lo son las voluntarias. Atendemos más a la intención que el acto para alabar o reprender a los hombres, por más que el acto sea preferible a la virtud, porque 58 se puede hacer el mal como resultado de una necesidad, y no hay necesidad que pueda violentar nunca a la intención.

Pero como no es fácil ver directamente la intención, nos ve mos forzosamente obligados a juzgar del carácter de los hom bres por sus actos. El acto vale ciertamente más que la inten-ción, pero la intención es más laudable. Eso es lo que resulta de los principios que hemos sentado; y además, esta consecuencia está perfectamente conforme con los hechos que se pueden observar.

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