Enumeración de algunas virtudes y de los dos vicios extremos

Sentado esto, es preciso recordar que en todo objetó continuo y divisible se pueden distinguir tres cosas: un exceso, un defecto y un medio. Estas distinciones pueden considerarse, ya con relación a las cosas mismas, ya con relación a nosotros; por ejemplo, se puede estudiar en la gimnástica, en la medicina, en la arquitectura, en la marina o en cualquier otro desenvolvimiento de nuestra actividad, sea o no científico, sea conforme con las reglas del arte o contrario a ellas.

El movimiento, en efecto, es una continuidad, y la acción no es más que un movimiento. En todas las cosas, el medio, con relación a nosotros, es lo mejor y lo que nos prescriben la ciencia y la razón. Siempre y en todas las cosas, el medio tiene la ventaja de producir el mejor modo de ser, lo cual puede demostrarse, a la vez, por la inducción y por el razonamiento. Y así, los contrarios se destruyen recíprocamente, y los extremos son, a la vez, opuestos entre sí y opuestos al medio, porque es-te medio es uno y otro extremo relativamente a cada uno de ellos; por ejemplo, lo igual es más grande que lo más pequeño, y más pequeño que lo más grande. De aquí que, como consecuencia necesaria, la virtud moral debe consistir en ciertos medios y en una posición media. Resta, pues, que indaguemos qué término medio es la virtud y a qué medios se refiere.

Para tener ejemplos a la vista, tomémoslos del siguiente cuadro, en el cual podremos estudiarlos: Irascibilidad, impasibilidad, dulzura; Temeridad, cobardía, valor; Impudencia, embara-zo, modestia; Embriaguez, insensibilidad, templanza; Aborrecimiento … , indignación virtuosa; Ganancia, pérdida, justicia; Prodigalidad, avaricia, liberalidad; Fanfarronería, disimulación, amistad; Complacencia, egoísmo, dignidad; Molicie, grosería, paciencia; Vanidad, bajeza, magnanimidad; Fastuosidad, mezq-uindad, magnificencia; Picardía, tontería, prudencia.

Todas estas pasiones u otras análogas se encuentran en el al-ma, y todos los nombres que se les da se toman del exceso o del defecto que cada una representa. Y así, el hombre irascible 28 es el que se deja llevar de la cólera más o más pronto de lo que debe, o en más casos de los debidos.

El hombre impasible es el que no sabe irritarse contra quien, cuando y como debe irritarse. El temerario es el que no teme lo que debe temer como y cuando es preciso temer; el cobarde es el que teme por lo que no debe temer como y cuando no debe temerse. Y lo mismo pasa con el hombre de costumbres relaja das y con aquel cuyos deseos traspasan toda medida, siempre que puede abandonarse sin freno a sus extravíos, mientras que el insensible carece de los deseos que es bueno tener y que au-toriza la naturaleza, y no es más sensible que una piedra.

El hombre codicioso es el que sólo quiere ganar sin reparar en los medios y el hombre que podía llamarse hombre abando nado, que pierde, es el que no sabe ganarlo, o, por lo menos, que hace ganancias miserables. El fanfarrón es el que se alaba de tener más que tiene; y el disimulado es el que finge, por lo contrario, tener menos que posee. El adulador es el que alaba a otros más de lo que merecen; el hombre hostil es el que les alaba menos de lo que conviene.

La complacencia busca con excesivo cuidado el placer para otro; y el egoísmo consiste en no hacer esto, sino raras veces y con dificultad. El que no sabe soportar el dolor, ni cuando con-vendría soportarlo, es un hombre flojo. El que soporta todos los sufrimientos sin distinción no tiene precisamente nombre especial, pero por metáfora se le puede llamar un hombre duro, grosero, hecho para sufrir la miseria y el mal.

El vanidoso es el que aspira a más que merece; el hombre de corazón bajo es el que se atribuye menos que lo que le corresponde. El pródigo es el que es exagerado en toda especie de gastos; el ruin, extraño a la liberalidad, es el que, incurriendo en el defecto opuesto, no hace ninguno. Esta observación se aplica también a los avaros y fastuosos. Éste va mucho más allá de lo conveniente; y aquél, por lo contrario, queda muy atrás.

El bribón es el que intenta siempre ganar más de lo que debe ganar; el tonto es el que no sabe ganar cuando debe ganar legítimamente.

El envidioso es el que se aflige con la prosperidad de los otros con más frecuencia de la debida, porque, por muy digno que uno sea de la felicidad que disfruta, esta felicidad misma excita el dolor del envidioso. El carácter contrario a éste no ha 29 recibido nombre particular, pero consiste en incurrir en el exceso de no afligirse al ver la prosperidad de los que son indignos de ella y de manifestarse fácil en esto, a la manera que lo son los glotones en materia de alimentos. El otro carácter extremo es implacable a causa del odio que le devora.

Por lo demás, inútil sería definir cada uno de los caracteres y demostrar que estos rasgos no son en ellos accidentales, porque, ninguna ciencia teórica ni práctica dice ni hace cosa análo-ga para completar sus definiciones; pues nunca se toman tales precauciones, como no sea contra el charlatanismo lógico de las discusiones. Nos limitaremos, pues.. a lo que acabamos de decir, y daremos explicaciones más detalladas y precisas cuando hablemos de las maneras de ser morales que son opuestas entre sí. En cuanto a las especies diversas de estas pasiones, reciben sus nombres de las diferencias que presentan estas pasiones mismas, por el exceso de duración, de intensidad o de cualquier otro de los elementos que las constituyen.

Me explicaré. Se llama irascible al que experimenta el sentimiento de la cólera más pronto de lo que conviene; se llama duro y cruel al que lo lleva demasiado lejos; rencoroso al que gusta conservar la ira; violento e injurioso el que llega hasta la sevicia a que conduce la cólera. Se llamarán tragones, borra-chos o glotones a aquellos que en todos los goces a que provocan los alimentos se dejan arrastrar hasta las cosas más grose-ras, que reprueba la razón.

No debe olvidarse, además, que ciertas denominaciones de los vicios no nacen de tomarse las cosas de tal o de cual manera, ni de que se las tome con más furor del que conviene. Y así no es uno adúltero, porque trate más de lo justo con mujeres casadas, ni se entiende en este sentido el adulterio; sino que el adulterio mismo es una perversidad, y basta un sólo acto para dar este nombre a la pasión que conduce a este crimen y al ca-rácter del que se entrega a él.

Observación análoga puede hacerse respecto de la insolenc ia, que conduce hasta el ultraje. Pero en tales circunstancias nunca faltan motivos de disculpa, y se dice que se ha

30 cohabitado con la mujer, en vez de decir que se ha cometido un adulterio; se dice que no se sabía quién era la mujer que se amaba, o que se ha visto uno forzado a hacer lo que ha hecho.

Lo mismo se alega respecto a la insolencia, diciendo que es posible golpear a alguno sin ultraje; y siempre se encuentran excusas análogas para todas las demás faltas que se pueden cometer.

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