Capítulo LIII

De una sentencia de César

Si nos detuviéramos alguna vez en examinarnos, y el tiempo que empleamos en fiscalizar a los demás y en conocer las cosas exteriores lo ocupáramos en sondear nuestro interior, nos convenceríamos presto de que nuestra contextura está formada de piezas insignificantes y deleznables. ¿No constituye, en efecto, un testimonio singular de imperfección la circunstancia de que no podamos detener nuestro contento y nuestra satisfacción en cosa alguna, y que la imaginación y el deseo nos impidan elegir el camino que nos es más adecuado? De ello es buena prueba esa gran disputa que sostuvieron siempre los filósofos a fin de encontrar el soberano bien del hombre, la cual dura todavía y durará eternamente sin que jamás se llegue a una solución o acuerdo:

Dum abest quod avemus, id exsusperare videtur

caetera: post aliud, quum contigit illud, avemus,

et sitis aequa tenet.[420]

Nada nos satisface de lo que disfrutamos y gozamos; marchamos siempre con la boca abierta tras las cosas desconocidas que están por venir, porque las presentes no llenan nuestros deseos; y no precisamente porque existan razones para que no nos satisfagan, sino porque las cogemos con mano débil e insegura:

Nam quum vidit hic, ad victum quae flagitat usus,

omnia jam forme mortalibus esse parata;

divitiis homines, et honore, et laude potentes

affluere, atque bona natorum excellere fama;

nec minus esse domi cuiquam tamen anxia corda,

atque animum infestis cogi servire querelis:

intellexit ibi vitium vas efficere ipsum,

omniaque, illius vitio, corrumpier intus.

Quae collata foris et commoda quaeque venirent.[421]

Nuestros deseos carecen de resolución y son inciertos, nada puede nuestro apetito conservar ni disfrutar convenientemente. Como el hombre estima que su desgracia emana de las cosas que posee, trata de llenarse y saciarse con otras que desconoce y de que no tiene la menor noticia, a las cuales aplica sus esperanzas e ilusiones, considerándolas con honor y reverencia, como César dice: Communi fit vitio naturae, ut invisis, latitantibus atque incognitis rebus magis confidamus, vehementiusque extrerreamur[422].

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