Capítulo XXXVII De cómo reímos y lloramos por la misma causa

Cuando leemos en las historias que Antígono desaprobó completo por que su hijo le presentara la cabeza del rey Pirro, su enemigo, que acababa de encontrar la muerte en un combate contra aquél, y que habiéndola visto vertió abundantes lágrimas; que el duque Renato de Lorena, lloró también la muerte del duque Carlos de Borgoña, a quien acababa de vencer, y que vistió de luto en su entierro; que en la batalla d'Auray, ganada por el conde de Montfort contra Carlos de Blois, rival suyo en la posesión del ducado de Bretaña, el vencedor encontrando muerto a su enemigo experimentó duelo grande, no hay que exclamar con el poeta:

E cosi avven, che l'animo clascuna,
sua passion sotto'l contrario manto

ricopre, con la vista or'chiara, or'bruna.[292]

Refieren los historiadores que, al presentar a César la cabeza de Pompeyo, aquél volvió a otro lado la mirada, cual si se tratase de contemplar un espectáculo repugnante. Había existido entre ambos una tan dilatada inteligencia y sociedad en el manejo de los negocios públicos, tal comunidad de fortuna, tantos servicios y alianzas recíprocos, que no hay razón alguna para creer que la conducta de César fuese falsa y simulada, como estima Lucano:

Tutumque putavit
jam bonus esse socer; lacrymas non sponte cadentes
effudit, gemitusque expressit pectore laeto
[293];

pues bien que la mayor parte de nuestras acciones no sean sino puro artificio, y que a las veces pueda ser cierto que

Heredis fletus sub persona risus est[294],

es preciso considerar que nuestras almas se encuentran frecuentemente agitadas por pasiones diversas y encontradas. De igual suerte que los médicos afirman que en nuestros cuerpos hay un conjunto de humores diferentes, de los cuales uno solo manda en los demás, según la naturaleza de nuestro temperamento, así acontece en nuestras almas; bien que diversas pasiones las agiten, es preciso que haya una que domine; este predominio no es completo sino en razón de la volubilidad y flexibilidad de nuestro espíritu y a veces los más débiles movimientos suelen dominar. Por esta razón vemos que no son sólo los niños los que se dejan llevar por la naturaleza, y ríen y lloran por una misma causa, sino que ninguno de nosotros puede preciarse de que, por ejemplo, al emprender algún viaje, al separarse e su familia y amigos no haya sentido decaer su ánimo; y si las lágrimas no brotan abiertamente de sus ojos, al menos puso el pie en el estribo con rostro melancólico y triste. Por grande que sea la llama que arde en el corazón de las jóvenes bien nacidas, precisa todavía arrancarlas del cuello de sus madres para entregarlas a sus esposos, diga Catulo lo que quiera:

Estne novis nuptis odio Venus?, anne parentum

frustrantur falsis gandia lacrymallis

ubertim thalami quas intra limina fundunt?

Non, ita me divi, vera gemunt, juverint.[295]

No es, pues, de maravillar el que se llore cuando muerto a quien en modo alguno quisiera verse vivo. Cuando yo lanzo alguna fuerte reprimenda a mi criado, lo regaño con todas mis fuerzas, diríjole verdaderas y no fingidas imprecaciones, pero pasado el acaloramiento, si el muchacho tuviera necesidad de mí, hallaríame de todo en todo propicio, pues cambio pronto de humor. Cuando lo llamo bufón y ternero, no pretendo colgarle para siempre tales motes ni creo contradecirme llamándole hombre honrado poco después. Ninguna cosa se apodera de nosotros completa y totalmente. Si no fuera cosa de locos el hablar a solas, apenas habría día en que yo dejara de propinarme recriminaciones a gritos, y sin embargo no siempre me recrimino ni me desprecio. Quien por verme frío o cariñoso con mi mujer estimara que uno de esos dos estados fuese fingido, se equivocaría neciamente. Nerón al separarse de su madre, a quien mandó ahogar, experimentó sin embargo la emoción del adiós maternal y sintió el horror y la piedad juntamente. Dicen que la luz solar no es de una sola pieza, sino que el astro nos envía vivamente, sin cesar, nuevos rayos, unos sobre otros, de suerte que no podemos apreciar el intervalo ni la solución de continuidad. Así nuestra alma lanza sus dardos uno a uno, aunque imperceptiblemente.

Largus enim liquidi fons luminis aetherius sol

inrigat assidue caelum candore recenti,

suppeditatque novo confestim lumine lumen.[296]

Artabano reprendió a Jerjes, su sobrino, por el repentino cambio de su continente. Considerando la desmesurada grandeza de las fuerzas guerreras que mandaba a su paso por Helesponto, cuando se dirigía a la conquista de Grecia, sintiose primero embargado por el contento, al ver a su servicio tantos millares de hombres, y su rostro dio claras muestras de alegría; mas de pronto, casi en el mismo instante, pensando en que tantas vidas se apagarían antes de que transcurriera un siglo, su frente se ensombreció, y se entristeció hasta verter lágrimas.

Perseguimos con voluntad decidida la venganza de una injuria y experimentamos contento singular por nuestra victoria; mas a pesar de ello lloramos, no por la ofensa vengada, pues en nosotros nada ha cambiado, sino porque nuestra alma considera la cosa desde otro punto de vista y se la representa de distinto modo; cada cosa ofrece diversos aspectos y matices diferentes.

El parentesco, las relaciones y amistades antiguas se apoderan de nuestra imaginación y la apasionan según las circunstancias, según la ocasión, mas la sacudida es tan fugitiva que no podemos apreciarla ni medirla:

Nil adeo fieri coleri ratione videtur,

quam si mens fiet propouit, et inchoat ipsa.

Ocies ergo animus, quam res se perci ulla,

ante oculos quarum in promptu natura videtur[297];

por esta razón, pretendiendo de todas estas formas pasajeras deducir una consecuencia, nos equivocamos. Cuando Timoleón llora la muerte que cometiera, después de madura y generosa deliberación, no lamenta la libertad que dio a su patria; tampoco lamenta la desaparición del tirano, sino que llora a su hermano. Una parte de su deber está desempeñada, dejémosle desempeñar la otra.

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