Capítulo XXXVIII De la soledad

Dejemos a un lado la acostumbrada comparación de la vida solitaria con la vida activa. Y por lo que toca a la hermosa sentencia con que se amparan la ambición y la avaricia, o sea: «que no hemos venido al mundo para nuestro particular provecho, sino para realizar el bien común», consideremos sin reparo a los que toman parte en la danza; que éstos sondeen también su conciencia y reconozcan por él contrario que los empleos, cargos, y toda la demás trapacería del mundo, se codician principalmente para sacar de la fortuna pública provecho particular. Los torcidos procedimientos de que se echa mano en nuestro tiempo para alcanzar esas posiciones, muestran bien a las claras que el fin vale tanto como los medios. Digamos que la misma ambición nos hace buscar la soledad, pues aquélla es la que con mejor voluntad huye la sociedad, procurando tener los brazos libres. El bien y el mal pueden practicarse en todas partes; mas sin embargo, si damos crédito a la frase de Bias, quien asegura que «la peor parte de los humanos es la mayor», o a lo que dice el Eclesiastés, «que entre mil hombres no hay uno justo»,

Rari quippe boni: numero vix sunt totidem quot

Thebarum portae, vel divitis ostia Nili[298],

convendremos en que el contagio es inminente en la multitud. En medio de la sociedad hay que imitar el ejemplo de los malos o hay que odiarlos; ambas cosas son difíciles: asemejarse a ellos, porque son muchos, odiarlos mucho porque las maldades de cada uno son diferentes. Los comerciantes que viajan por mar siguen una conducta prudente cuando procuran que los que van en el mismo barco no sean disolutos, blasfemos, ni malos, estimando peligrosa toda sociedad. Por esta razón Bias dijo ingeniosamente a los que sufrían con él el peligro de una fuerte tormenta y llamaban a los dioses en su auxilio: «Callaos, que no se enteren de que estáis en mi compañía.» Otro ejemplo más reciente de la misma índole: Albuquerque, virrey de la India en nombre de Manuel, rey de Portugal, hallándose en inminente peligro en el mar, echó sobre sus hombros un muchacho, con objeto de que en su compañía la inocencia del niño le sirviera de salvoconducto para procurarse el favor divino y no perecer. Sin duda el que es virtuoso puede vivir en todas partes contento; puede estar solo hasta entre la multitud de la corte; mas si reside en su mano la elección, huirá hasta la vista de aquélla; en caso de necesidad absoluta soportará la sociedad palaciega; pero si de su voluntad depende el cambio, escapará a ella. No le basta haberse desligado de los vicios si precisa después que discuta con los de los otros. Carondas consideraba como malos todos los que frecuentaban la mala compañía, y entiendo que Antístenes no satisfizo con su respuesta a quien le censuró su trato con los perversos, cuando dijo que también los médicos viven entre enfermos, pues si ayudan a la salud de éstos, deterioran la propia por el contagio, la vista continua y la frecuentación de las enfermedades.

El fin último de la soledad es, a mi entender, vivir sin cuidados y agradablemente; mas para el logro del mismo no siempre se encuentra el verdadero camino. Créese a veces dejar las ocupaciones, y no se hace sino cambiarlas por otras: no ocasiona cuidados menores el gobierno de una familia que el de todo un Estado. Donde quiera que el alma esté ocupada, toda ella es absorbida; por ser los quehaceres domésticos menos importantes, no dejan de ser menos importunos. Por habernos alejado de la corte y de los negocios, no quedamos en situación más holgada en punto a las principales rémoras que acompañan nuestra vida:

Ratio et prudentia curas,

non locus effusi late maris arbiter, aufert[299];

la ambición, la avaricia, la irresolución, el miedo y la concupiscencia no nos abandonan por cambiar de lugar:

...Et

post equitem sede atra cura[300];

a veces nos siguen hasta los sitios más recónditos y hasta las escuelas de filosofía: ni los desiertos, ni los abismos, ni los cilicios, ni los ayunos sirven a desembarazarnos:

Haeret lateri lethalis arundo.[301]

Como dijeran a Sócrates que un individuo no había modificado su condición después de haber hecho un viaje: «Lo creo, respondió, sus vicios le acompañaron.»

Quid terras alio calentes

sole mumatus?Patriae quis exsul

se quoque fugit?[302]

Si el cuerpo y el alma no se desligan del peso que los oprime, el movimiento concentrará sólo la carga, como en un navío las mercancías ocupan menos espacio después del viaje. Mayor mal que bien se procura al enfermo haciéndole cambiar de lugar; el mal se comprime con el movimiento, como la estaca se introduce más en la tierra cuanto más se la empuja. No basta dejar el pueblo, no basta cambiar de sitio, es preciso apartarse de la general manera de ser que reside en nosotros, es necesario recogerse y entrar de lleno en la posesión de sí mismo.

Rupi jam vincula, dicas:

nam luctata canis nodum arripit; attanem illi,

quum fugit, a collo trahitur pars longa catenae.[303]

Llevamos con nosotros la causa de nuestro tormento. No poseemos libertad completa; volvemos la vista hacia lo que hemos dejado y con ello llenamos nuestra imaginación:

Nisi purgatum est pectus, quae praelia nobis

atque pericula tunc ingratis insinuandum?

Quantae conscindunt hominem cuppedinis acres

sollicitum curae?, quantique perinde timores?

Quidve superbia spurcitia, ac petulantia, quantas

Efficiunt clades?, quid luxus, desidiesque?[304]

Radica el mal en nuestra alma, y por consiguiente de ella no puede desligarse;

In culpa est animus, qui se non affugit unquam.[305]

Así, pues, es inevitable que aquélla se recoja y se asile en sí misma: tal es lo que constituye la soledad verdadera, que puede gozarse en medio de las ciudades y de los palacios, pero que se disfruta, sin embargo, con mayor comodidad en el aislamiento. Y pues que tratamos de vivir solos, prescindiendo de toda compañía, hagamos que nuestro contentamiento dependa únicamente de nosotros; desprendámonos de todo lazo que nos sujete a los demás; ganemos conscientemente él arte de vivir conforme a nuestra satisfacción.

Habiendo Estilpón escapado con vida del incendio de su ciudad, en el mal perdió mujer, hijos y bienes de fortuna, Demetrio Poliorcetes, viéndole en tan terrible ruina sin manifestar ninguna pena, preguntole si por ventura no había experimentado ninguna pérdida, a lo cual Estilpón respondió que no, que gracias a Dios nada suyo había perdido. La misma idea expresó ingeniosamente el filósofo Antístenes, cuando dijo que él hombre debía proveerse de municiones que flotasen en el agua y que pudieran salvarse con él a nado del naufragio. Y así debe ser en efecto; el verdadero filósofo nada ha perdido si salvó su conciencia y su ciencia. Cuando la ciudad de Nola fue arrasada por los bárbaros, Paulino, su obispo, que perdió cuanto poseía y fue además encarcelado, rogaba así a Dios: «Señor, librame de sentir esta pérdida, pues bien sabes que a nada han llegado todavía de lo que es mío.» Las riquezas que le hacían rico y los bienes que le hacían bueno estaban todavía intactos. He aquí un modo acertado de escoger los tesoros que pueden librarse de la injuria, y de ocultarlos en lugar donde nadie vaya, donde nadie pueda ser traicionado más que por sí mismo. Tenga en buen hora mujeres, hijos, bienes, y sobre todo salud quien pueda, mas no se ligue a ellos de tal suerte que en su posesión radique su dicha; es necesario reservar una trastienda que nos pertenezca por entero, en la cual podamos establecer nuestra libertad verdadera, nuestro principal retiro y soledad. En ella precisa buscar nuestro ordinario mantenimiento moral, sacándolo de recursos propios, de tal suerte que ninguna comunicación ni influencia ajenas alteren nuestro propósito; discurrir y reír cual si no tuviéramos mujer, hijos, bienes ni criados, a fin de que cuando llegue el momento de perderlos no nos sorprenda su falta. Tenemos un alma que puede replegarse en sí misma; ella sola es capaz de acompañarse; ella sola puede atacar y defenderse, puede ofrecer y recibir. No temamos, pues, en esta soledad que la ociosidad fastidiosa nos apoltrone:

In solis sis tibi turba locis.[306]

La virtud se conforma consigo misma, sin necesidad de echar mano de disciplinas, palabras ni otros auxilios. Entre todas las acciones que practicamos, de mil no hay siquiera una sola que nos interese realmente. Ese que ves escalando las ruinas de esa fortificación, furioso y fuera do sí, expuesto a recibir el disparo de los arcabuces, ese otro cubierto de cicatrices, transido y pálido por el hambre, decidido a morir antes que abrirle la puerta, ¿crees que tales proezas las realizan por sí mismos? Las llevan a cabo por un hombre a quien jamás vieron, el cual no se cura siquiera de que existan en el mundo; por un hombre sumido en la ociosidad y en los deleites. Ese otro que ves abandonar el estudio a media noche, legañoso, acometido por la tos y mugriento, ¿piensas acaso que busca en los libros el medio de mejorar su condición moral, de alcanzar vida más satisfecha y prudente? Nada de eso; llegara su última hora, y reventará, o habrá enseñado a la posteridad la medida de los versos de Plauto y la recta ortografía de una palabra latina. ¿Quién no cambia gustoso la salud, el reposo y la vida por la reputación y la gloria, que es la moneda más inútil, vana y falsa que exista para nuestro provecho? Como si nuestra propia muerte no bastara a darnos miedo, preocupámonos también de la de nuestras mujeres, de la de nuestros hijos y la de todos nuestros servidores. Como si nuestros asuntos peculiares no nos ocasionaran sobrados cuidados, echamos sobre nuestros hombros los de nuestros vecinos y amigos para atormentarnos Y rompernos la cabeza.

Vah!, quemquamne hominem in animum instituere, aut

parare, quod sit carius, quam ipse est sibi?[307]

Paréceme más adecuada la soledad para aquellos que han consagrado al mundo su vida más activa y floreciente, conforme al ejemplo de Thales. Bastante se ha vivido para los demás; vivamos en lo sucesivo para nosotros, al menos lo que nos resta de existencia; dirijamos a nosotros y a nuestro sabor nuestras intenciones y pensamientos. No es cosa nimia la de buscar acertadamente su retiro; éste es por sí solo ocupación sobrada sin que con él mezclemos otras empresas. Puesto que Dios nos da lugar para disponer de nuestra partida del mundo, preparémonos, hagamos nuestro equipaje, despidámonos con tiempo de la sociedad, desprendámonos de todo lo ajeno a nuestra determinación, y le todo lo que nos aleja de nosotros mismos.

Es indispensable desposeerse de toda obligación importante; y bien que se guste de esto o de aquello, no inquietarse más que de sí mismo; que si alguna cosa nos interese no sea en tal grado que esté como pegada a nuestra naturaleza, de tal suerte que no pueda separársela sin arrancarnos la piel y llevarse consigo alguna parte de nuestro ser. La primera de todas las cosas de este mundo es saber pertenecerse a sí mismo. Tiempo es ya de que nos desatemos de la sociedad, puesto que nada podemos procurarla, y quien no puede prestar, impóngase el sacrificio de no pedir prestado. Los alientos nos faltan, retirémonos y concentrémonos en nosotros. Aquel que pueda echar por tierra, sacándolas de sus propias fuerzas, las obligaciones de la amistad y de la sociedad, que lo haga. En el período del decaimiento que convierte al hombre en ser inútil, pesado o importuno a los demás, librese a su vez de ser importuno a sí mismo, pesado o inútil. Alábese y acariciese, y sobre todo gobiérnese, respetando y temiendo su razón y su conciencia hasta tal punto que no pueda, sin que padezca su pudor, tropezar en presencia de ellas. Rarum est enim, ut satis se quisque vereatur308. Decía Sócrates que los jóvenes debían instruirse; los hombres ocuparse en la práctica del bien, y los viejos apartarse de toda ocupación civil y militar, viviendo libres, sin obligación ninguna determinada. Hay naturalezas que son más propicias que otras a estas condiciones del retiro. Aquellos cuya percepción es débil y floja, cuya voluntad y facultades afectivas son delicadas y no se pliegan fácilmente, a los cuales pertenezco yo por natural complexión y raciocinio, se avendrán mejor con la soledad que las almas activas y laboriosas, que todo lo abrazan y a todo se ligan, se apasionan por todas las cosas, se ofrecen y se hacen visibles en toda circunstancia. Es preciso servirse de estas cualidades accidentales, que no dependen de nosotros, en tanto que su ejercicio nos sea grato, mas sin hacer de ellas nuestra principal ocupación; la razón y la naturaleza se oponen a ello. ¿Por qué contra sus leyes hacer depender nuestra calma y tranquilidad del poder y voluntad de otro? Adelantad además los accidentes de la fortuna; privarse de las comodidades que se tienen a la mano, como algunos hicieron por religiosidad y los filósofos por principio; privarse de servidores, tener por lecho las piedras, saltarse los ojos, arrojar al agua las riquezas, buscar el dolor, los unos con el designio de alcanzar por el tormento de esta vida la dicha en la otra, los otros porque estando colocados en la condición más baja quieren asegurarse contra nueva caída, acciones son todas éstas que acusan una virtud excesiva. Las naturalezas más fuertes y mejor templadas, hasta con su alejamiento del mundo realizan un acto ejemplar y glorioso:

Tuta et parvula laudo

quum res deficiunt, satis inter vilia fortis:

verum, ubi quid melius contingit et unctius, idem

hos sapere, et solos aio bene vivere, quorum

conspicitur nitidis fundata pecunia villis.[309]

En cuanto a mí, me basta con mucho menos, sin ir tan lejos como esas almas fuertes. Bástame, con la ayuda de la fortuna, prepararme a su disfavor; con representarme, estando en situación grata, la desdicha venidera, tanto como la imaginación puede realizarlo, de la propia suerte que nos acostumbramos a las justas y torneos simulando la guerra en plena paz. No tengo al filósofo Arcesilao como menos ordenado en sus costumbres porque usara utensilios de oro y plata, según que sus medios se lo consentían; al contrario; con mejores méritos le creo porque empleó su fortuna moderada y liberalmente, que si de su riqueza se hubiera privado. Comprendo hasta qué límites puede llegar la necesidad natural, y cuando veo un pobre mendigo a mi puerta, a veces más contento y más sano que yo, me coloco en su lugar e intento aplicar mi alma en la suya; y continuando del propio modo con los otros casos, aunque crea tener la muerte, la pobreza, el desdén del prójimo sobre mí, me determino fácilmente a no horrorizarme por lo que no causa horror a un hombre que vale menos que yo, el cual recibe aquellos males con paciencia; y no me resigno a creer que la bajeza de alma pueda más que el vigor o que el esfuerzo de raciocinio para soportar las desdichas. Conociendo cuán poco valen las comodidades accesorias de la vida, nunca dejo de suplicar a Dios en mis oraciones que siembre el contento en mi espíritu por los bienes que nacen de mí. Yo veo jóvenes gallardos que disfrutan de salud excelente, los cuales se proveen anticipadamente de píldoras para tomarlas cuando el romadizo los moleste, al cual temen tanto menos cuanto que creen tener el remedio a la mano; esa conducta hay que seguir, y mas aún: por si una dolencia más fuerte nos ataca, proveámonos de los medicamentos que adormecen la parte dolorida.

La ocupación que precisa elegir en la vida solitaria, no debe ser de índole penosa ni ingrata; de otro modo, ¿para qué nos serviría haber buscado el reposo? Aquélla depende del gusto particular de cada uno. El mío en manera alguna se acomoda al manejo de los negocios domésticos; los que de ellos gustan, entréguense con moderación

Comentur sibi res, non se submittere rebus.[310]

De lo contrario, practicase un oficio servil, consagrándose con ahínco a la economía doméstica, como la llama Salustio. Esta, sin embargo, incluye algunas cosas que no son indignas, como el cuidado de los jardines, que según Jenofonte ocupaba a Ciro, y puede encontrarse un término medio entre aquella ocupación bajuna y la profunda y extrema desidia, que lo deja caer todo en el abandono, como acontece a muchos:

Democriti pecus edit agellos

cultaque, dum peregre est animus sine corpore velox.[311]

Oigamos el precepto que Plinio el joven da a Cornelio Rufo, su amigo, para vivir en el retiro: «Te recomiendo, le dice, que en esa completa y espléndida soledad en que vivos dejes a tus gentes el abyecto y bajo cuidado doméstico; conságrate al estudio de las letras para sacar de él algo que te pertenezca por entero.» Plinio alude a la reputación, de la cual tenía un concepto análogo al de Cicerón, quien quería emplear su soledad y apartamiento de los negocios en procurarse por sus escritos vida inmortal.

Usque adeone

scire tuum nihil est, nisi te scire hoc, sciat alter.[312]

Parece cosa razonable, puesto que se habla de alejarse del mundo, que de él se aparte la vista por completo. Los que se curan de la fama, no la desvían sino a medias; ocúpanse en hacer proyectos para cuando hayan salido de él; mas el provecho de su designio pretenden sacarlo todavía fuera del mundo, del cual están ausentes merced a una contradicción ridícula.

La imaginación de las personas piadosas que por devoción buscan la soledad, llenando su ánimo con la seguridad de las promesas divinas en la otra vida, está más plenamente satisfecha que la de aquéllos. Proponiéndose como norma el servicio de Dios, objeto infinito en bondad y en poder el alma halla siempre medio de aplacar sus deseos bien de su grado; las aflicciones, los dolores, conviértense para ellas en cosas provechosas empleadas en la conquista o la salud y dicha eternas; la muerte las procura el paso de la salud y dicha eternas, la muerte las procura el paso a un estado tan perfecto; la rigidez de su regla de vida se atenúa al punto por la costumbre, y los apetitos carnales se ven enfriados y adormecidos por la inacción, pues nada los aumenta más que el uso y ejercicio. Este solo fin de otra vida dichosamente inmortal, merece lealmente que abandonemos las comodidades y dulzuras de este mundo; y el que puede abrasar su alma con ardor de fe tan viva y esperanza tan grande por modo real y constante, créase en la soledad una existencia llena de goces y delicias muy por cima de toda otra suerte de vivir.

Ni el fin ni los medios del consejo que daba Plinio a Rufo me satisfacen; diríase que recaemos siempre de fiebre en calentura. La ocupación del estudio es tan penosa como cualquiera otra, e igualmente que las demás enemiga de la salud, que es cosa esencialísima, razón por la cual no hay que dejarse adormecer por el placer que aquél procura. El gusto que su pasión nos comunica es semejante al que pierde a los emprendedores, a los avariciosos, a los voluptuosos y a los ambiciosos. Los filósofos nos enseñan de sobra a guardarnos de la traición de nuestros apetitos, a distinguir los verdaderos placeres de los que van mezclados y entreverados con mayor trabajo; pues la mayor parte de nuestros goces, dicen aquéllos, nos cosquillean y nos abrazan para luego estrangularnos, como hacían los ladrones que los egipcios llamaban filistas. Si el dolor de cabeza se apoderase de nosotros antes de la borrachera, nos guardaríamos de beber demasiado; mas el deleite, a fin de engañarnos, va delante y nos oculta las consecuencias. Los libros son gratos pero si a causa de su frecuentación perdemos la alegría y la salud, que son nuestros mejores atributos, echémoslos a un lado; yo soy de los que creen que el fruto del estudio no puede compensar aquella pérdida. Del propio modo que los hombres que de antiguo se sienten debilitados por alguna indisposición concluyen por echarse en brazos de la medicina, y hacen que se les ordene un régimen de vida para practicarlo religiosamente, así quien se retira disgustado y aburrido de la vida común debe acomodar su vivir a los preceptos de la razón, ordenarlo premeditada y discursivamente. Debe despedirse de toda suerte de trabajo, de cualquier naturaleza que sea, y huir en general las pasiones enemigas de la tranquilidad del cuerpo y del alma, «eligiendo el camino que mejor se avenga con su carácter»,

Unusquisque sua noverit ire via.[313]

En el gobierno doméstico, en el estudio, en la caza, en cualquiera otro ejercicio, puede llegarse hasta el último límite del placer y cuidar de no tocar más adentro, allí donde la pena comienza a tomar parte. En cuanto a ocupación y trabajo, bastan sólo los suficientes para mantenernos en vigor y librarnos de las incomodidades que acompañan a los que caen en el extremo de una ociosidad cobarde y adormecida. Hay ciencias que de suyo son estériles y espinosas; la mayor parte de ellas han sido forjadas para el mundo, y deben dejarse a los que al servicio del mundo se consagran. Para mi uso no gusto más que de libros agradables y poco complicados, que me regocijen, o de los que me consuelan y contribuyen a ordenar mi vida y a disponerme a una buena muerte:

Tacitum silvas inter reptare salubres

curantem, quidquid dignum sapiente bonoque est.[314]

Los hombres superiores pueden forjarse un reposo espiritual, puesto que están dotados de un alma vigorosa; la mía es vulgar, y precisa por ello que yo contribuya a mi sostenimiento, ayudándome con las comodidades corporales. La edad me ha desposeído de las que eran de mi agrado, y ahora trato de afinarme para disfrutar aquellas que más convienen a mis años. Es indispensable defender con garras y dientes el uso de los placeres de la vida, que la edad nos va arrancando sucesivamente:

Carpamus dulcia; nostrum est,

quod vivis: cinis, et manes, et fabula fies.[315]

En cuanto a perseguir como fin la gloria, según nos proponen Cicerón y Plinio, mi designio está bien lejos de ello. La disposición de ánimo que más se aparta del retiro, es precisamente la ambición; gloria y reposo son dos cosas que no pueden cobijarse bajo el mismo techo a mi dictamen, aquellos no tienen sino los brazos y las piernas fuera de la sociedad, su espíritu y su alma permanecen más que nunca amarrados al mundo:

Tun, vetule, auriculis alienis colligis escas?[316]

Sólo se han echado atrás para tomar carrera de un modo más seguro, para proveerse de un movimiento más fuerte y abrir así mejor la brecha entre la multitud. ¿Queréis convenceros de que no se apartaron ni un ápice de las vanidades terrenas? pongamos en parangón el parecer de dos filósofos y de dos sectas bien opuestas. Escribiendo el uno a Idomeneo y el otro a Lucilio, sus amigos, a fin de alejarlos del manejo de los negocios y grandezas de la vida: «Habéis vivido hasta ahora, les decían Epicuro y Séneca, nadando y flotando; venid a morir al puerto; habéis consagrado a la luz todo el tiempo que vivisteis; consagrad a la sombra lo que os resta. Es imposible dejar los negocios si al mismo tiempo no se deja el fruto; deshaceos, pues, de todo lo que se llama renombre y gloria, porque es posible que el resplandor de vuestras acciones pasadas os ilumine demasiado y os acompañe hasta vuestra gruta. Dejad con los otros deleites el que produce la alabanza del mundo, y que vuestra ciencia y vuestros merecimientos no os preocupen ya, que no quedarán sin recompensa si vosotros los superáis. Acordaos de aquel a quien preguntaron por qué razón se desvelaba tanto en alcanzar competencia en un arte de que casi nadie podía tener conocimiento: 'Yo me conformo con poca cosa, respondió; con una persona me basta, y con ninguna también me basta', y decía bien. Vosotros y un amigo sois suficiente teatro el uno para el otro, o cada uno distintamente para vivir consigo mismo. Es una ambición cobarde el pretender alcanzar gloria de la ociosidad del retiro; imitemos a los animales que borran la huella que marcaron con sus pasos a la entrada de sus guaridas. Lo que precisa buscar no es que el mundo hable de vosotros, sino que vosotros habléis con vuestras almas respectivas. Recogeos en vosotros mismos mas preparaos previamente a encontraros en disposición de recibiros; sería insensato el fiaros en vosotros si carecéis de fuerzas para gobernaros. Hay ocasión de incurrir en falta lo mismo en a soledad que en el mundo. Hasta, que la perfección resida en vuestras almas de tal suerte que lleguéis a asemejaros a las personas ante quienes jamás osarais incurrir en falta; hasta que poseáis el pudor y respeto de vosotros mismos, obversentur species honestae animo[317]; aparezcan siempre a vuestra mente las figuras de Catón, Foción y Arístides, en presencia de los cuales, hasta los locos ocultarían sus faltas. Sin apartar la vista de ellos examinad vuestros actos; si éstos no son rectos, la reverencia de aquellos varones os conducirá al buen camino; ellos os sostendrán en la dirección verdadera, que no consiste sino en contentaros de vosotros mismos, en no buscar nada que de vosotros no provenga, en detener y sujetar vuestra alma en el recogimiento, donde pueda encontrar su encanto. Y habiendo ya comprendido cuáles son los verdaderos bienes, aquellos que se disfrutan mejor cuanto más rectamente se aprecian, conformarse con ellas, sin acariciar el menor deseo de aumentar el renombre.» He aquí lo que preceptúa y aconseja la filosofía sencilla y verdadera, que en nada se parece a la otra, amiga de la ostentación y la charla, la cual patrocinaban, Cicerón y Plinio el joven.

Share on Twitter Share on Facebook