Capítulo XXI

De las postas

No fuí yo de los más flojos en este ejercicio, que se adecua para personas de mi estatura, corta y resistente: pero ya lo abandoné porque nos desgasta demasiado para que pueda durar mucho tiempo. Hace un momento leía que el rey Ciro para recibir con mayor facilidad, nuevas de todos los lugares de su imperio, que era de una extensión muy dilatada, informose del camino que un caballo podía recorrer en un día, sin detenerse, y estableció hombres para que los tuvieran prestos y se los entregaran a los que a él se dirigieran. Dicen algunos que la rapidez de la marcha del caballo, con ese andar, es igual a la del vuelo de las grullas.

Refiere César que Lucio Vibulio Rufo, teniendo urgencia de comunicar una noticia a Pompeyo, encaminose hacia él marchando día y noche y cambiando de caballos para no perder un momento. El mismo César, según Suetonio, recorría cien millas por día en un vehículo de alquiler, lo cual no es de maravillar, pues era un corredor furioso; donde los ríos le cortaban el paso, franqueábalos a nado, y no se apartaba del camino más corto para buscar un puente, o el lugar en que el vado fuera más fácil. Tiberio Nerón, yendo a visitar a su hermano Druso, que se encontraba enfermo en Alemania, hizo doscientas millas en veinticuatro horas, sirviéndose de tres vehículos. En la guerra de los romanos contra el rey Antíoco, dice Tito Livio que Sempronio Graco, per dispositos equos prope incredibili celeritate ab Amphissa tertio die Pelam pervenit[980]: y del contexto del historiador se refiere que los caballos estaban de asiento en los sitios donde los tomaba, y no puestos ex profeso para este viaje.

La idea que ocurrió a Cécina de enviar nuevas a los suyos era mucho más rápida. Llevaba consigo golondrinas, las soltaba hacia sus nidos cuando quería comunicar noticias a su familia, tiñéndolas con el color propio a significar lo que quería, según concertara de antemano con sus gentes.

En los teatros de Roma los padres de familia llevaban consigo palomas, que guardaban en el pecho, a las cuales sujetaban las cartas cuando querían comunicar alguna cosa a sus gentes en el domicilio. Estaban hechas estas palomas a comunicar la respuesta. D. Bruto se sirvió de ellas en el sitio de Módena, y otros en distintas circunstancias.

En el Perú iban los correos montados en cargadores que los conducían con velocidad sobre los hombros, y sin detenerse en la carrera colocábanlos sobre otros hombres.

A los valacos, que son los correos del Gran Señor, se les encomiendan comisiones de una diligencia extraordinaria, puesto que les es lícito desmontar al primer jinete que se cruza por su camino, a quien dan su caballo ya rendido. Además, para evitar el cansancio se oprimen bien el cuerpo con una banda ancha, como también algunos otros pueblos acostumbran. Yo no he hallado alivio alguno en la práctica de esta usanza.

Share on Twitter Share on Facebook