Capítulo IX

De las armas de los partos

Considero como una costumbre viciosa y afeminada el que la nobleza de nuestra época no se decida a tomar las armas sino cuando a ello la obliga una necesidad extrema, y el que las deponga tan pronto como el peligro dé alguna muestra de desaparecer, por ligera que sea. Nacen de aquí varios inconvenientes y desórdenes; cada cual grita y corre a buscar las armas en el momento mismo de a batalla, mientras unos se ocupan en sujetarse la coraza, sus compañeros están ya derrotados. Nuestros padres daban a guardar sólo su celada, sus guantes y su lanza, pero no abandonaban el resto de su equipo mientras la guerra no era concluida. Hoy en nuestras tropas reinan el desorden y la desorganización por la confusión de los bagajes y por los criados que no pueden apartarse de sus amos, de quienes cuidan las armas. Tito Livio, hablando de nuestras antiguas tropas, dice: Intolerantissima laboris corpora vix arma humeris gerebant[513]. Muchas naciones van todavía a la guerra, e iban también en lo antiguo, sin ninguna armadura, o se resguardaban sólo con defensas insignificantes.

Tegmina queis capitum, raptus de subere cortex.[514]

Alejandro, el capitán más arrojado que hayan visto los siglos, casi nunca, usó de armaduras en los combates. Los que entre nosotros las desdeñan no ponen con ello su vida en grave riesgo, pues si hay quien muere por hallarse desprovisto de arnés, no es menor el número de aquellos a quienes perdió el embarazo de las armas, al hallarse imposibilitados de movimiento bajo el peso de la coraza. En verdad, al ver el espesor de las nuestras y su peso, diríase que en ellas no buscamos sino la defensa; la opresión es mucho mayor que el resguardo que nos procuran. Sólo con soportar tal cargamento tenemos labor sobrada para el empleo de todas nuestras fuerzas, cual si el combate quedara reducido al choque de las armaduras, como si no tuviéramos la misma obligación de defenderlas que ellas de defendernos a nosotros. Tácito pinta con tonos burlescos a los guerreros galos, quienes iban armados de tal suerte que sólo podían sostenerse, pues no había medio de que atacaran ni de que fueran atacados, ni tampoco podían levantarse cuando se les derribaba. Viendo Luculo a los soldados medas, que formaban la vanguardia del ejército de Tigranes, agobiados bajo el peso de los arneses, y careciendo por tanto de desenvoltura, encerrados como estaban en una prisión de hierro, juzgó por ello que los derrotaría sin dificultad, y, en efecto, por ellos comenzó el ataque, que fue el principio de la victoria. Al presente que los mosqueteros preponderan, me parece que se hallará a mano algún invento con que emparedarnos para librarnos de sus disparos e iremos a la guerra embutidos en baluartes, semejantes a los que los antiguos hacían llevar a sus elefantes.

Esta manera de combatir se aparta bastante del procedimiento que practicaba Escipión el joven, el cual censura duramente a sus soldados por haber esparcido trampas bajo el agua, en el lugar del foso, por donde los moradores de una ciudad que sitiaba podían salirles al encuentro; decíales que los sitiadores debían preocuparse de atacar; no de temer; y suponía razonablemente que tal precaución, podía adormecer su vigilancia para resguardarse. A un soldado romano que hacía ostentación de la hermosura y solidez de su escudo, díjole: «En efecto, es hermoso, pero el soldado romano debe tener mayor confianza en la mano derecha que en la izquierda.»

La costumbre de no llevar puestas las armaduras constantemente, hace que no podamos soportar su peso

L'usbergo in dosso aveano, e l'elmo in testa,

dui di questi guerrier, dei quali io canto,

ne notte o di, doppo ch'entrato in questa

stanza, gli aveano mai messi da canto;

che facile a portar come la vesta

era lor, perche in uso l'avean tanto.[515]

El emperador Caracalla marchaba a pie, armado de todas armas, al frente de sus tropas. La infantería romana llevaba no sólo el morrión, la espada y el escudo (según Cicerón estaba tan habituada a llevar las armas, que éstas la molestaban tan poco como las piernas y los brazos), arma enim, membra militis esse dicunt516, sino también los víveres de que había menester para pasar quince días, y cierto número de estacas para construir las fortificaciones hasta sesenta libras de peso. Los soldados de Mario, así cargados, iban al combate y eran capaces de recorrer cinco leguas en cinco horas, o seis cuando estaban de prisa. Su disciplina militar era mucho más ruda que la nuestra, así que los resultados eran también mejores. Escipión el joven, al reformar el ejército que operaba en España, ordenó a sus soldados que no comieran sino de pie y nada cocido. A propósito de lo aguerrido de los antiguos ejércitos merece citarse el rasgo siguiente: encontrándose en campaña, un soldado lacedemonio fue censurado por haberle visto bajo cubierto en una casa. Estaban tan hechos a la fatiga que era vergonzoso encontrarlos bajo otro techo que no fuera el del firmamento, sea cual fuese el tiempo que hiciera. Nuestros soldados serían incapaces de soportar tales pruebas.

Amiano Marcelino, hombre habituado, a las guerras romanas, advierte la manera cómo se armaban los partos, con tanto mayor interés cuanto que se apartaba mucho de lo acostumbrado en aquéllas. «Llevaban, dice, unas armaduras tejidas a la manera de plumas pequeñas, que en nada impedían los movimientos del cuerpo; y sin embargo eran de solidez tal que repelían los dardos cuando chocaban con ellas.» (Eran los caparazones de que nuestros antepasados acostumbraban a servirse.) En otro lugar añade: «Sus caballos eran fuertes y resistentes, iban cubiertos de cuero grueso, y los jinetes estaban armados de pies a cabeza con espesas planchas de hierro, dispuestas de tal modo que les permitían entera libertad en sus movimientos. Hubiérase dicho al verlos que eran hombres de hierro, pues usaban caretas tan bien ajustadas, y que representaban tan al natural los rasgos del semblante, que no había posibilidad de herirlos sino por dos agujerillos redondos que correspondían a los ojos, por los cuales recibían una poca luz, o por las rendijas que correspondían a las ventanas de la nariz, por donde respiraban con bastante dificultad.»

Flexilis inductis animatur lamina membris,

horribilis visu; credas simulacra moveri

ferrea, cognatoque viros spiraro metallo.

par vestitus equis: ferrata fronte minantur,

ferratosque movent, securi vulneris, armos.[517]

He ahí una descripción que se asemeja mucho al equipo de un guerrero francés, cubierto y recubierto de pesado hierro. Refiere Plutarco que Demetrio mandó hacer para él y para Alcimo, el primer capitán que tenía a sus órdenes, dos armaduras que pesaban ciento veinte libras cada una. Las entre ellos generalmente usadas no pesaban más que sesenta.

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