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No era empresa tan fácil tomarla. Aunque escasa en número la guarnición, juntaba municiones y artillería suficientes para detener y destrozar á la muchedumbre armada de picas. Pero ¿quién resiste á París entero, despeñado como furiosa catarata? Los muros de la sombría fortaleza, sepultura de vivos, no eran tan robustos como la voluntad popular. Niños, mujeres, clérigos, estudiantes, obreros, estaban allí para rellenar el foso con sus cadáveres (según decían enérgicamente) y facilitar el asalto. Antes del anochecer capitulaba la prisión fatídica, y el pueblo, rompiendo las dobles puertas de las mazmorras, sacaba en triunfo á siete espectros humanos, entre ellos dos á quienes la prisión había vuelto locos. A uno de éstos caíale hasta la cintura luenga barba blanca; temblaba su cabeza, y sus ojos visionarios, extraviados, al volver á contemplar el cielo y el aire libre, derramaban lágrimas abundantes. El mísero creía encontrarse aún bajo el reinado de Luis XV. Preguntáronle cómo se llamaba, y respondió: «Soy el Mayor de la inmensidad.» Después soltó una risa pueril...

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