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Bastilla, bien estás en el suelo. Fué justo que de tus piedras, tus herrajes y tus plomos, penetrados de sollozos humanos, fabricase la Revolución juguetes para los niños y joyas para adornar la garganta de las mujeres; que sobre el emplazamiento que ocupabas, raso ya y sin escombros, el pueblo colocase una inscripción diciendo: «Aquí se baila.» Pero ¿por qué el recuerdo de un hecho inspirado en el sentimiento más noble de piedad y justicia ha de ir unido á memorias tan sangrientas como las que son afrenta del mismo régimen despótico?

Al ponerse el sol de la jornada del 14 de Julio, por las calles de París oran paseadas en picas varias cabezas: una, la del alcaide de la Bastilla, Delaunay. Las almenas del feudalismo habían caído á tierra; pero en cambio la horca descamisada, la famosa linterna de la Grève, colocada sobre la tienda del especiero Delanoue, inauguraba sus funciones odiosas, y en ella se balanceaban tres infelices, á quienes hordas ebrias de furor tiraban de los pies. Arrasada la Bastilla, levantábase el terror del farol y de la guillotina. Pronto el degüello sería institución popular, y la libertad se daría un baño completo de sangre humana; sangre de inocentes, de débiles, de sabios, de honrados, hasta que el último vaso de sangre lo derramase la Poesía, decapitada en la persona de Andrés Chénier.

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