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He aquí por qué no juzgo acertado elegir para celebrar una Exposición Universal la fecha conmemorativa de estos trágicos y solemnes acaecimientos. Es preciso que las Exposiciones no traigan consigo memorias que á nadie puedan lastimar; que gran parte de la opinión, si es antirrevolucionaria, no tenga ningún pretexto para declararse herida, y que los monarcas no vean en el Certamen de la paz y la industria una consagración de la anarquía y de la demagogia. Lo mismo que les individuos, las naciones necesitan tacto, á fin de no enajenarse voluntades y simpatías; y cuando emprenden una obra de concordia, deben atraer suavemente á unos y otros, no alarmar á ninguno. Ha sido una pifia, dicen los prudentes, la ocurrencia del centenario. Todos vemos la diferencia entre la fortaleza del París viejo y la torre Eiffel del nuevo: no era necesario ponerlas en violento antagonismo y contraste. Para no despertar enojosas reminiscencias, le bastaría al Gobierno de la República francesa seguir aquella máxima de Víctor Hugo: «Solo estás en la historia ¡oh titán Noventa y tres! En pos de ti no puede venir nada tan grande como tú.» ¿Por qué no dejaron dormir al Titán?

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