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La justicia obliga á declarar que tampoco merece plácemes la del Ministerio. sobre que el deber de un Gobierno republicano es abrir pase franco á la opinión pública y respetar la popularidad, no sienta bien llevar á los Tribunales á personas simpáticas como Déroulede, y perseguir á la Liga de los patriotas en concepto de sociedad secreta ó ilegal, después de haberla tolerado tácitamente por espacio de siete años; ni puede eximirse de la nota de inoportuno y desacertado el Gobierno que, en vísperas de una Exposición Universal, cuando sólo deben resonar los himnos de la paz y verse por de quiera la unión y tranquilidad más absolutas, adopta medidas perturbadoras, exaspera los ánimos y encona más las discordias civiles. ¿Es razón que el Senado francés juegue á la Convención revolucionaria declarándose constituído en alta Cámara de justicia para examinar un crimen de Estado, lo mismo que si hoy, á la vuelta de estas imponentes ceremonias, estuviese el hacha del verdugo ó la carreta de la guillotina? ¿Caben hoy crímenes de Estado? ¿Serán capaces de sentenciar á muerte á Boulanger? Claro que no. Tratase cínicamente de arrastrarle por el fango, por ese fango político del cual, como del fango salubre de los establecimientos balnearios alemanes, sale la gente más vigorosa.

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