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¿Qué era la Bastilla? Algo más horrible que el cadalso; que por fin el morir es género de libertad, y en la Bastilla se moría, sí, para la luz, para el trato humano, pero se arrastraba una vida desesperada y fúnebre. Alojábanse allí los reos de Estado en mazmorras circundadas por un muro de seis pies de espesor, y la luz les llegaba por angosto ventanillo, guarnecido de triples y negras rejas; y si abajo, en las prisiones subterráneas, la tristeza de las tinieblas era espantosa, arriba, en los calabozos situados en lo más alto de los torreones, el frío en invierno y el horrible calor en verano todavía llevaban más víctimas al sepulcro. Abajo, el pudridero; arriba, el infierno. Silvio Pellico, comparando los Plomos y los Pozos de Venecia, afirmó que estos últimos eran menos intolerables. Bebíase en la Bastilla el agua corrompida; se comía un rancho asqueroso, escaso; se dormía en un camastro, cuando no sobre la piedra; se respiraba el ambiente exhalado por las alcantarillas, y en ciertos calabozos el piso estaba encharcado, lleno de limo fétido, poblado de reptiles; de noche, las feroces ratas se entretenían en dar caza á las narices y las orejas de los prisioneros. En este trágico edificio habían gemido y temblado todos los reos políticos y todos los delincuentes del pensamiento: habían cantado salmos los hugonotes, rezado los jansenistas, retorcídose los convulsionarios de San Medardo, y bostezado de tedio Voltaire. Cuando la Bastilla fué tomada, se encontraron en sus calabozos algunos infelices, ya locos ó imbéciles; en sus negras profundidades, aterradores instrumentos de tortura, y en sus aljibes, esqueletos humanos. Pero los que más horror infundían entre sus medrosos recuerdos, eran los de la Máscara de hierro y de Latude.

Personifica la Máscara de hierro el terror peculiar de la Bastilla, cuyo fundamento es el misterio que conduce á la supresión, á la nada moral. ¿Por qué ese enigma histórico infunde, al par que tan ardiente curiosidad, tan punzadora e inextinguible lástima, que aun hoy, después de dos siglos casi, nos irrita y nos conmueve? Es que la Máscara de hierro representa, como he dicho, el carácter propio de la Bastilla, donde se entraba mediante una orden que recibían en blanco los enemigos de la víctima; donde se caía como en un sepulcro, pues ningún eco de lamentos ni de ayes traspasaba el enorme espesor de las murallas; donde se permanecía años y años hasta morir, olvidado de los libres, sin que nadie, desde fuera, contase las jornadas, que pasaban inflexibles y lentas. «Cien mil horas llevo de sufrir, señora,» escribía Latude á la Pompadour desde la Bastilla, cuando le quedaban todavía por sufrir doscientas mil de cautiverio. Los Parlamentos, aunque severos como toda la justicia de entonces, al menos sentenciaban á la faz del sol y ante un pueblo; enviaban á la rueda ó al cadalso; pero no suprimían entre las sombras de la noche, sin eco ni explicación, por medio de un rescripto sordo y mudo como la fatalidad. A los mártires de la Bastilla se les eliminaba del mundo de los vivos y hasta del de los muertos, puesto que se les hacía desaparecer de la memoria humana. Cuando el alcaide de la fortaleza escribía al Ministro acerca de los detenidos, cuidaba de no nombrarles sino con estas ó parecidas frases: «El prisionero de la torre baja... El hombre consabido... El que lleva aquí veinte años...»

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