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¡Y ahora caigo! Yo que me felicito de haber dejado á Madrid por no o ir hablar del famoso crimen y su juicio oral (único asunto de las discusiones en círculos y cafés, sin que pueda eclipsarle el Congreso católico); yo que respiro ávidamente la brisa que sube de las márgenes del Garona, sólo por verme libre de preguntas acerca de la señora de Borcino, Millán Astray, Montero Ríos (da la casualidad de que todas las personas cuyos nombres figuran en esta notable causa, menos Higinia, son gallegas como yo), estoy hace media hora tratando también del resobado y antipático crimen, lo mismo que si no solicitase mi atención otro asunto universal alegre, civilizador: la Exposición que va á abrirse, y que ya nos llama.

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