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Y Barcelona misma. Esta cuidad es la más hermosa de España, y sin duda el día que consiga extenderse del Llobregat á Besós, podrá competir con las mejores de Europa y América. ¿En cuál otra ciudad de mi patria podía celebrarse una Exposición Universal? Seamos francos: calle Madrid; ríndase Bilbao: en ninguna. Ella es la única donde el espíritu comercial y cierto simpático cosmopolitismo hicieron posible esta solemnidad moderna. Con mucha razón lo afirma uno de nuestros más discretos escritores, mi amigo Pepe Ixart, que ha consagrado al Certamen Barcelonés muy lindos estudios. «Mientras nuestras viejas capitales de provincia—dice Ixart—están vueltas de espaldas al mundo, mirando á la corte, Barcelona se vuelve al Pirineo, y por encima de él atisba á Europa. Casi todos los progresos materiales que ésta nos trajo, entraron en España por aquí. Francia, particularmente, ejerce directo influjo en nuestra ciudad, y los barceloneses se hallan quizá en mayor contacto con ella que con el resto de la Península, gracias á sus frecuentes viajes y á su activa correspondencia, ¡Esa España, la clásica España que imaginan aún hoy algunos, ya austera y activa, hidalga y devota como el viejo castellano, ya chispeante y alegre, con su falda de colorines y la repiqueada pandereta en alto como una flamenca, es casi ajena á nosotros! Cuando llega el extranjero, se asombra de encontrarse en una ciudad que recuerda todavía el último departamento francés; cuando el barcelonés se corre hacia el Mediodía, advierte que la verdadera España está fuera de su casa; á la puerta, sí, pero fuera. Sólo al pasar el Ebro comprendí lo que era realmente la nación española, y sólo al llegar á Madrid convencíme de que aquella era su verdadera capital, la vieja corte de la España de los libros. Barcelona, que dejaba á mi espalda, apareció en mi recuerdo como algo distinto, algo continental y no peninsular, con sus negras chimeneas de suburbio inglés, con sus restaurants y sus librerías de bulevar parisiense; con sus jarcias y velas sobre un mar de puerto italiano. ¡En este marco, sólo en éste, encuadra una Exposición cosmopolita, que parecería desentonada y sobrepuesta mancha en cualquier otro paisaje típico de nuestra nación.»

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