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No obstante este sentimiento, ya tradicional, en España existe hoy una corriente de simpatía hacia Francia, que nace de los partidos liberales avanzados, los cuales ven en la nación vecina el antemural del infeliz sistema que tan malparados nos tiene, y la única carta favorable al advenimiento de una solución republicana en nuestro país. La República, no obstante el terreno que lleva perdido por la conciliadora y transigente conducta de la Regencia, sería inminente aquí si Francia preponderase en Europa. Sábenlo bien los republicanos de todos colores, y no perdonan ocasión de inclinarnos á la peligrosa aventura de una alianza interpirenaica. La amistad del rey Alfonso con la familia imperial de Berlín: su uniforme de hulano; la grosera silba que aguantó al pasar por París; la manifestación realmente popular y calurosa con que le acogió á su regrese el pueblo de Madrid, siempre aborrecedor de cuanto á francés trascienda; la buena armonía entre Cánovas y Bismarck: el incidente de las Carolinas, que provocó en las masas una reacción en sentido opuesto, es decir, contra Alemania, empujándolas al extremo de hollar y pisotear el escudo del Imperio germánico; todos estos episodios, que no ha olvidado nadie y que revisten tan significativo carácter, delatan la lucha secreta entre los conservadores, inclinados á la política alemana, y los liberales, que tienen con Francia una especie de tácito compromiso.

Así es que al ponerse sobre el tapete la cuestión de Exposición Universal, si el Gobierno no se atrevió á singularizar se adoptando una actitud que desdijese de la de las grandes potencias, en cambio la mayoría liberal indicó explícitamente tendencias muy favorables á Francia, y á despecho de nuestra penuria votóse un crédito de los millones de reales para auxiliar á las Cámaras de Comercio que han de representarnos, si no oficial, oficiosamente, en París. Castelar y Martos se señalaron en esta campaña, y mi desconfianza ó escama perpetua respecto á los franceses no ha de impedirme decir que hicieron bien, pues tratándose de Exposiciones y no mediando causas especiales como las que dictan el proceder de Alemania, la mejor política es presentarse bien y lucidamente, hacer airosa figura.

De todo lo indicado resulta que, en general, las naciones se han mostrado con Francia reservadas y frías, concediéndole tan sólo lo que dentro del derecho internacional no podían negarle. La misma Bélgica, especie de retoño, rabo ó prolongación del Estado francés, con el cual lleva excelentes relaciones y sostiene el comercio mas activo, no se atrevió á salirse del campo de la neutralidad, y trató de quedar bien echando un requiebro á la bandera francesa, á la cual llamó arco iris del progreso. Holanda imitó la conducta del país belga; Suecia torció el gesto; Rumanía, por no ser menos, tampoco quiso enviar representación oficial; y ¿que más? hasta China se mostró para Francia remilgada y desdeñosa. El activo de adhesiones explícitas quedóse reducido á los Estados jóvenes, impúberes casi, como Grecia, Servia, Mónaco; jóvenes algunos de puro viejos, y otros resueltamente viejos ya y sin esperanzas de renovación—por ejemplo, Marruecos y Egipto:—al revolucionario Japón, que no pierde coyuntura de asomarse á Europa, y á todas las Repúblicas de la América meridional. La del Norte no ha sido tan franca: á despecho de su papel de centinela avanzado, manifestó una diplomática reserva, á fin de no desafinar en el manoseado concierto de las naciones.

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