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De todas maneras, y acaso por lo mismo que Francia se encuentra metida en el atolladero, en la Exposición tendrá fijos los ojos el mundo; ¡y quien sabe si al cerrarse el concurso, el país republicano y revolucionario por excelencia, que os en el fondo el más partidario de la autoridad y la jerarquía, obedecerá al dictador, al amo con quien sueña en secreto, como apasionada é indómita chula que suspira por el amante capaz de señorearla y regirla, sin miramiento ni piedad!

¿Quién lo duda? La Exposición resultará: París rebosará de gente y harán su agosto los hosteleros, los tenderos, las cortesanas y las modistas. (Ya saldrán á relucir en estas páginas las cuatro importantes clases parisienses, oscuras abejas ó moscas de cloradas y verdes alas, que chupan la sustancia al incauto viajero.) Yo sé que en París todo resulta, porque conozco aquella capital. Varios inviernos he pasado en el cerebro del mundo, haciendo hasta las cuatro de la tarde la vida del estudiante aplicado, y de cuatro á doce de la noche la del incansable turista y observador, relacionada con las duquesas legitimistas del barrio de San Germán, lo mismo que con la pléyade literaria: novelistas, poetas, dramaturgos y sabios. He arrostrado la crudísima temperatura del Enero parisiense yéndome con mi cartera de apuntes bajo el brazo á pisar la nieve endurecida de las calles ó á contemplar las estalactitas de hielo que adornaban con mágicos aderezos de ópalo y brillantes las monumentales fuentes del barrio latino y de la plaza de los Inocentes, ó los secos árboles del Jardín de Plantas.

Jamás recuerdo que me arredrase el agua, la nevada ni el granizo; jamás, porque hiciese mal tiempo , dejé de bregar con los libros y los manuscritos en la Biblioteca Nacional de la calle de Richelieu, ni perdí función en la Grande Opera, ni pasé día sin recorrer el tentador y deslumbrante Boulevard.

La ardiente curiosidad que despierta París, pocos la habrán satisfecho con más detenimiento y holgura que yo. Sola y libre, segura de ser respetada como mujer, porque aquél es un país culto, y bastante conocedora de la topografía física y moral de los barrios parisienses para no exponerme con frecuencia á ser robada ó asesinada miserablemente en algún rincón de la inmensa capital, la he recorrido sin perdonar callejuela, y he realizado—hecha excepción de algunos lugares que mi decoro me vedaba—aquel famoso periplo de la heroína de la extraña etopea de Péladan, titulada Curiosa.

He comido en todos los restauranes, desde los que dan la sopa económica por diez céntimos hasta el café Riche y el Inglés, donde el langostino se paga á peso de oro y un racimillo de uvas cuesta un duro. He probado el Johanisberg de treinta años y la agria piquette de las freidurías á orillas del Sena, he comprado fresas en Enero, molones en Junio, castañas asadas á los saboyanos que las venden en la calle, y patatas fritas, que me entregaban envueltas en su cucurucho y que despreocupadamente me zampaba por el Boulevar adelante. He visto fabricar el turrón ó nougat me he enterado de cómo se acaramelan las violetas dobles, de cómo se falsifica el Champagne y de cómo se fabrican artificialmente las trufas. He visitado el vientre de París, según le llama Zola, ó sean los mercados, sin que me lo estorbase el insufrible olor de los quesos, ni el tufo poderoso de los mariscos. He visto desempaquetar, de entre témpanos de nieve, los esterletes del Volga; he compartido el cocido de garbanzos y el bacalao á la vizcaína que comen en París los naranjeros de Murcia, encargados de abastecer de narranca á las fruteras parisienses; he observado cómo volvían del campo los carricoches de las verduleras, atestados de aquellas zanahorias con que aplacó su hambre el infeliz anarquista héroe de la novela de Zola; me he enterado de cómo viajan los gansos de Estrasburgo, con su infarto en el hígado y sus ojos atravesados por cruel punzón; conozco las cocinas italianas, con sus frascos de Chianti y sus ravioli; las cervecerías alemanas donde se ostenta un salchichón más grueso que el tronco de un mediano roble; las fondas rusas, en que abren el apetito la sardina curada y el caviar; las tiendas españolas en que se compra legítima Mansanilla...; en fin, me sé de memoria la bucólica parisiense, y creo que es uno de los ramos mas interesantes que pueden estudiarse en París y una de las cuestiones más vitales para el francés contemporáneo.

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