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sobre el firmamento, donde centellean con serenidad las pálidas constelaciones, eclipsadas hoy por la industria humana, surgen de improvise millares de cohetes tricolores. Una lluvia de lágrimas azules, rojas y blancas cae del cielo á la tierra como enorme canastillo de claveles y no me olvides, volcado por los serafines sobre la cabeza de los hijos de los hombres.

Al verlas y al oir el clamoreo de la ebria multitud, acudieron á mi memoria los rezos del inválido, ó al mismo tiempo las palabras que oí á un discípulo de Maistre, enemigo, por consiguiente, de la Revolución, y de la Exposición también: «París danzará sobre la fosa de su gloria y sobre el calabozo en que tiene encerrada la Cruz. Este centenario es la apoteosis del ateísmo, la sanción de cuantas iniquidades lleva cometidas el siglo XIX.

—¿Será verdad—medité mientras el azul oscurísimo del cielo se despejaba al esplendor de los fuegos artificiales;—será verdad que el Dios amoroso que nos ha creado y nos ha impuesto la ley del trabajo, puede mirar con malos ojos el esfuerzo titánico del hombre para cumplir esta santa ley?

Con tales pensamientos y dudas, y por el exceso riel cansancio, me sentí incapaz de dormirá mi vuelta al hotel. Tomé un libro, el que más pronto encontré en mi maleta, y por casualidad era el precioso volumen de los hermanos Goncourt, Historia de la sociedad francesa durante la Revolución, edición ilustrada. Su cubierta tricolor trajo una vez; más á mi espíritu vivas reminiscencias de la solemnidad que acababa de presenciar; y al abrirlo por la página que contiene el rico grabado de la toma de la Bastilla, leí este párrafo:

«Después de la toma de la Bastilla, una libra de sus piedras se vende tan cara como la mejor libra de carne... Palloy es el sumo mercader de piedras de la fortaleza: organiza el tráfico en gran escala, y envía por el mundo adelante, para despachar este linaje de reliquias, comisionistas que son misioneros. Tiene secretarios, agentes, embajadores, y forma compañías de mozos, que distribuye por toda Francia, y que van con los bolsillos atestados de materiales de demolición y la boca llena de ensayados discurses. A todas las capitales de provincia remite el modelo de la Bastilla, ejecutado con piedras de la Bastilla también... Con sus cadenas acuña medallas patrióticas, destinadas «á reposar sobre el seno de hombres libres...»

Hoy, en vez de modelitos de la Bastilla, se venden con profusión los de la torre Eiffel. ¡Notable contraste el de ambos monumentos! Comparándolos se podría escribir filosóficamente la historia de los últimos cien años.

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