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Volviendo á Edmundo de Goncourt, diré que vive en Auteuil, en un nido de celibatario que es un museo de rarezas y curiosidades. Porcelanas de Sèvres y Sajonia, China y el Japón; grabados, aguas fuertes y libros inestimables, algunos que tienen el recuerdo histórico de haber pertenecido, verbigracia, á la Pompadour ó á María Antonieta; opúsculos y proclamas de períodos revolucionarios; «platos, platos, platos, que destacan sobre la pared sus esmaltados discos; «pipas esculpidas; la cama que fué de la princesa de Lamballe, y donde hoy duerme Edmundo; tapicerías antiguas de Aubusson; monigotes de marfil japonés; floreros de ese bonito Satsuma, que sobre la rancia blancura de la porcelana dibuja personajes negros realzados con oro; Kakemonos ó cuadritos bordados del Japón asimismo; sables que son un poema del cincel de algún desconocido artista oriental; lacas, tapices persas, aguadas, candelabros de bronce dorado y gusto rococó... en fin, ¿quién puede contar las preciosidades que los dos entusiastas coleccionistas han logrado reunir en la casita de Auteuil, empleando tiempo y dinero, porque no les faltaba ninguna de las dos armas indispensables para la conquista de todos los reinos del mundo?

A propósito de esta artística morada, Edmundo de Goncourt dice con efusión: «Cuando uno es joven, nada mas fácil que dormir en un cuchitril. Nos acompaña el grato ambiente de la salud y el luminoso regocijo de los pocos años. Pero al punto que nos volvemos viejos, achacosos, regañones, conviene pensar en arreglar para la enfermedad un gentil alojamiento, donde parezca menos fea á los demás y á nosotros mismos, preparándose á recibir con elegancia y sibaritismo á la muerte que llega.»

La tertulia literaria de Edmundo de Goncourt se celebra en lo que él llama buhardilla ó desván, por ser una pieza del tercer piso, no menos bien decorada que las demás de la casa. Allí he asistido muchos domingos, gozando del doble placer de huir del vulgar, del insufrible domingo parisiense, y de ver y oir á los personajes más elevados de la moderna novela naturalista, y, por consiguiente, lo más vivo y actual de las letras francesas. Recostada en un diván forrado de tela turca, en la esquina de la habitación próxima á la ventana que cae al jardín, yo observaba, aprovechando mi condición de extranjera para hablar poco y enterarme mejor.

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