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¡Qué lejos ando de la inauguración! Todo lo anterior venía á cuento de que Francia, en interés de su certamen, otorga mayor atención que de costumbre á los dichos y hechos del Presidente, y le forma una especie de aureola, y hasta ha descubierto la existencia de madama Carnot, señora hasta hoy oscurecida, y que estos días jugó á la Reina con bastante distinción y aplomo. Uno de los clavos de las fiestas actuales fué el traje lucido por la Presidenta en la ceremonia oficial. El tal traje merece especial mención, porque era algo más que unos metros de tela bien plegados: era un símbolo.

La moda, que después de recorrer un ciclo secular vuelve hoy al punto de partida é impone los atavíos de la época María Antonieta y Directorio, ha permitido á la Presidenta de la República francesa adoptar una toilette emblemática y significativa, luciendo, con las hechuras del año III ó IV de la República una é indivisible, los matices de la escarapela tricolor. El fondo del precioso traje es seda azul viejo (tono azul algo apagado, pero limpio). El blanco lo señalan guarniciones de riquísimo encaje de Alençeon, aplicadas sobre las solapas rojo viejo, ó rojo pálido. El arte soberano del modisto Félix ha conseguido combinar tres tonos á primera vista rabiosos y charros—blanco, encarnado y azul—de tal manera, que su conjunto es suave y armónico, y no riñe con la edad y la figura de la esposa de Carnot, señora que habrá sido guapa, pero está algo pasada. El sombrerillo, donde los encajes velan discretamente el fondo rojo, tiene una forma de las que ahora, por fortuna, empiezan á prevalecer: modesta, sencilla y gallarda. A la distancia en que he visto á madama Carnot, no pude apreciar si, en efecto, su aderezo era de turquesas, coral rosa y perlas blancas, como me aseguraron. Lo que sí temo es que la combinación tricolor dé en llevarse mucho este año, y que cuando no la realice Felix, sea un banderín.

La Presidenta debe su éxito al acierto con que eligió sus galas semi-regias y á la afabilidad de sus saludos: el Presidente, al pistoletazo de Perrin. No es que nadie haya tomado el pistoletazo por lo serio, pues los oposicionistas no se recatan para decir que el atentado dichoso es mero reclamo, y que no tenía carga el cartucho. De todos modos, la serenidad de Carnot ha producido buen efecto, y el tiro del desgraciado náufrago del Venezuela realza más la función que el estampido de los cañonazos y el retumbo de las bombas y cohetes.

Perrin se declara agriado y desesperado por adversidades ó infortunios de los cuales echa la culpa á la sociedad, al Gobierno, á todos, en suma. Quéjase de haber estado en Gayena un día entero expuesto á un sol de justicia, en compañía de sus tres hijos y de su mujer, que criaba al más pequeño. ¡Cruel situación ciertamente! Pero á quien hizo el caldo gordo su exaltación es á las Agencias telegráficas y al Certamen nacional, anunciados y encomiados una voz más con motivo del supuesto peligro que corrió la vida del Presidente.

Excuso decir que trabajo me costó descubrir un sitio de preferencia para presenciar la ceremonia. Sabidos son los aprietos que cuesta, en cases tales, colocarse bien y sortear el oleaje de la multitud. Yo, que tengo miedo á muy pocas cosas, temo más que al fuego á los empellones; me repugna, no ya que me estrujen, sino sólo el contacto forzoso de otras personas, por ejemplo, en una diligencia ó en un ascensor, y hago milagros de habilidad y sangre fría para colarme donde quiero sin tener que incrustarme entre un mosaico de brazos y piernas ajenas, Salí, pues, resuelta á sortear peligros que, con ser menores que en mi patria—porque aquí se conserva más el orden y está mejor montado el servicio de policía—siempre juzgo formidables.

Un poco antes de las doce, París presenta un aspecto deslumbrador.

Cientos de miles de personas inundan las calles; todo el mundo emperejilado, ebrio de alegría ó con esa excitación de la curiosidad que entona las fibras del espíritu y le abre horizontes amplios y risueños. Los edificios también se han vestido de gala: han salido á relucir las guirnaldas y festones de papel de oro y plata, las flámulas y gallardetes de colorines, los famosos lampionsel aparato estruendoso de los días de fiesta nacional, sólo que más brillante, con más lucimiento, porque el case lo requiere. Haces de banderas de gayos tonos disputan su azul al cielo, despejado ya después de algunos conatos de lluvia, y en la Avenida de la Opera, una ramilletera ofrece ramitos de rosas y claveles rojos atados con cintas azules y blancas. Le compro uno y me lo prendo en el pecho: ésta no es ocasión de tener opiniones políticas, y para gozar de la fiesta hay que ponerse á compás del sentimiento que anima á esta multitud, que se vuelve enloquecida de entusiasmo hacia la plaza de la Concordia, hecha un bosque de banderas palpitantes al bese de la brisa, y hacia el gigante Eiffel, que toman por guía, cual la columna de fuego las tribus de Israel. Me agrada, antes de buscar un coche que me lleve al Campo de Marte, empaparme en la alegría popular, y en la burguesa también, pues hoy el burgués parisiense, de ordinario atareado y poco expansivo, derrama la satisfacción á chorros. Están persuadidos de que Francia tiene de huésped al mundo entero, y cada parisiense se cree colaborador en la obra colosal de la Exposición, lo mismo que si del hierro de su sangre hubiese algunas partículas en la famosa torre.

—Ya verán (entiéndase los extranjeros), si aquí se trabaja ó no, dice un barbudo pálido á su vecino, patilludo y rechoncho.

—Exito completo! responde éste, porque hasta está hermoso el tiempo, y las iluminaciones y los fuegos artificiales saldrán que ni de encargo. El Dios de las buenas gentes se ha puesto de nuestra parto. Que rabien los monárquicos; que se fastidien.

—¿Qué dirá Wilhem mientras despacha su bock de cerveza?

—¿Y Boul entre las nieblas del Támesis?

—La jeta (gueule) que sería gracioso ver, es la de Crispi en su serrallo.

—Los diplomáticos han tomado las de Villadiego. ¿No sabías?

—¡Bah! Cuando el gato se ausenta, los ratones bailan.

Así comenta el pueblo parisiense su triunfo; y así, en este mismo tono de blague de grosera chunga, realizó hace un siglo la metamorfosis social más completa y más profunda que ha sufrido.

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