A todo esto, Juan encontrábase de nuevo en su habitación. Entonces se propuso visitar detenidamente su palacio, que en medio de tantas emociones, no habia visto antes. Componíase, la habitación de cinco piezas, todas comunicadas; el dormitorio, la biblioteca-despacho, el cuarto de vestir, la salita de juego, y un pequeño salón de recibo. En el dormitorio notó una puertecita cuidadosamente cerrada, que debia dar sin duda al departamento de su esposa; acercóse á ella, y escuchó atentamente, pero nada se oía: la punta era muy gruesa y debia estar cubierta de colgaduras por el otro lado. En cuanto á su habitación, era más sencilla que la de su mujer, aunque no menos rica: muebles de maderas finas, cuadros dignos de un museo de pintura, sedas, tapices pintorescos, colgaduras espléndidas ... Todo lo miró Juan atentamente, aunque algo distraido, preocupado como estaba de la suerte de sus hijos. Por fin, conociendo ya un poco la manera de componerse en el palacio, agitó la campanilla. Presentóse el mismo criado anciano, que, no tranquilizado todavia, ó más bien más temeroso por las noticias que recibiera de lo que habia acontecido en las habitaciones de la señora, manteniase á respetuosísima distancia.
- ¿Dónde están mis hijos? preguntó Juan bruscamente.
El criado dió instintivamente dos pasos atrás.
- Están almorzando, contestó con voz temblorosa.
- Quiero verlos.
- Imposible; su aya les dá al propio tiempo la lección de inglés, y no quiere ser interumpida.
Juan hizo un gesto de disgusto.
- ¡Bien! ¿y yo no almuerzo? preguntó.
-Esperaba la indicacion del señor ... porque mientras el señor no lo dice... por no enojar al señor.... porque quizas el señor no tiene apetito .. no servimos al señor ... hasta que el señor quiera ....
Y á cada una de estas frases iba dando un nuevo paso atrás.
- Pues la indicación del señor está hecha, porque el señor lo ha dicho, y el señor no se enoja, y el señor tiene un hambre de doscientos mil demonios, y el señor quiere que lo sirvan ¡caramba! ...
El criado dió un salto, abrió la puerta cuan grande era, salió casi corriendo, miró hácia atrás, y como vió que nadie lo seguia se detuvo; secóse la frente empapada de sudor, y murmuró agitando la cabeza:
- ¡Está loco, está loco, decididamente está loco! ...
Luego, algo más tranquilizado, volvió hácia el cuarto, sacó la cabeza por el hueco que dejaba la puerta entreabierta, y preguntó, sin abandonar su actitud de retirada.
- ¿El señor almorzará aqui?
- ¡Si! dijo Juan adusto y cejijunto.
Todo marchó bien de allí adelante; el carpintero almorzó como un príncipe -no en su modo de sentarse á la mesa, se entiende, sinó en los manjares que devoró con apetito asombroso- y los criados iban ya perdiéndole el miedo. Al terminar estiró los brazos, bostezó, sirvióse un nuevo vaso de vino que bebió de un sorbo como buen gañán, y dijo:
- Quiero ver á mis hijos. Tráiganmelos al momento.
Los criados miráronse unos á otros, con gesto de asombro, y el anciano, como más caracterizado, se atrevió á murmurar:
- El señor conoce bien las costumbres de los niños; esta es la hora en que dan sus lecciones de equitación y esgrima, y no se hallan en el palacio.
- ¡Llévenlos dos mil quinientos demonios, hombres inservibles! ¿Es esta casa ó es asilo de dementes? ¡Yo quiero ver á mis hijos, caramba!...
Nueva fuga, y esta vez más pronunciada, se produjo en la servidumbre. Juan quedó solo.
- ¡Vaya, vaya, vaya! exclamó sentándose y dando un gran suspiro. Esta no es vida: esto es martirio.
Y trató de dormirse, cuando un criado, introdújose medrosamente, y dijo:
- En la porteria hay un hombre que desea hablar á Vd.; dice que ha sido vecino suyo, y que se llama Lúcas, que es curtidor de suelas y que el señor es su amigo.
- Hágalo Vd. entrar.
- Es que ... está tan súcio ... huele tan mal.
- ¡Ah! ¿huele mal? Si es el oficio que tiene, que le obliga á andar con malos olores ... Que entre.
El criado salió refunfuñando. Poco después volvió acompañado por un hombre fornido, de gesto bondadoso apesar de la barba descuidada y espesa que le cubria casi todo el rostro, y cuyo vestido miserable, y no oliendo á rosas ni mucho menos, dábale un aspecto de infinita pobreza.
En cuanto vió á Juan, lanzóse á él con los brazos abiertos, queriendo abrazarlo sin duda, pero éste puso entre su demostrativo ex-compañero de infortunios y él, como muralla insalvable para el proletario, un rico canapé dorado, que logró detenerle.
El hércules aquel bajó la cabeza, alzóla en seguida, y mirando á Juan con expresión de reproche:
- Cómo se conoce, dijo que los tiempos han cambiado, que ahora ya no vas á pedirme una parte de mis miserables comidas para repartirlas entre tu mujer, y tus hijos ... ¡cómo se conoce que ahora eres millonario, y que yo no tengo un pedazo de pan que llevar á la boca!
- ¡Oh! dijo el carpintero con acento de superioridad. ¡Cómo se atreve esta gente á venir á insultarme, á mentir ante mí tan descaradamente! Buen hombre, yo no te debo servicio alguno, yo no te he visto en mi vida ... ¡Vete al diablo!
- A él irás por desagradecido, contestó el hombre. Pero no, es imposible; tratas de engañarme, de hacerme crecer que has cambiado, que has llegado hasta á olvidarte de mí... Pero eso es cruel, muy cruel. Mira: mi esposa se muere, mi hijo mayor ha huido robándome lo poco que tenía, el trabajo escasea de tal modo que no puedo ganar ni lo suficiente para comprar los remedios que mi mujer necesita ... y la miseria va acercándose, acercándose, cada vez más amenazadora, y mis hijos, que han partido su pan con los tuyos, van á llorar como nunca han llorado ... van á llorar de hambre! ...
Y el hércules lloraba también.
Juan mordíase las uñas por hacer algo, enojado por aquellas palabras que iban á turbarle con recuerdos de su pasada existencia, en medio de la fortuna.
- ¡No sé qué quieres decirme! Vete al diablo, ganapán! exclamó por fin. Creía que venias á admirarme y respetarme en medio de mi espléndida posición ... y á lo que vienes es á llorar miserias que no me importan y que no quiero conocer.
Lúcas lo miró fijamente, durante largo rato, y dijo después:
- ¿Esos son todos los consuelos que me das? Has de arrepentirte de ello en algún dia. Mira que al portarte así, das pruebas de la mas infame ingratitud, y que esas vilezas no quedan sin venganza ... Recuerda que has sido carpintero, y tan pobre que has necesitado mi ayuda; que hoy me niegas la tuya, y que al negármela me condenas, casi, á la muerte; recuerda que has sido un miserable, un obrero, un hombre oscuro,que trabajaba dia y noche para que viviese su familia, como lo hacia yo, como lo hago todavía; que te has olvidado de los lazos de amistad que nos unían, de los deberes que tienes para conmigo, deberes tanto más sagrados cuánto que tu posición es hoy infinitamente superior á la de entonces .... y que todas estas iniquidades merecen un castigo. ¡Juan el carpintero! no olvides jamás que eres merecedor de un castigo, y está siempre preparado para recibirlo! ..
Juan, inflamado de cólera ante aquellas amenazas, esperaba solo una coyuntura para contestar. Cuando Lúcas guardó silencio, exclamó con el rostro encendido, y temblando de enojo:
- ¿Y quién le ha dicho á Vd. que yo he sido carpintero, señor atrevido? ¿De dónde se ha imajinado Vd. que he tenido necesidad de sus servicios para nada? ... ¡Salga Vd. de aquí inmediatamente, ó sinó lo haré arrojar por mis criados!...
Y se sentó majestuosamente en aquel mismo canapé que le sirvió de valla contra los abrazos de su amigo.
- Juan, mira lo que haces, murmuró el curtidor, tratando aún de ablandar al carpintero. ¡Ya sabes cuánto te queríamos, yo, mi mujer y mis hijos pequeños ... del mayor nada digo, porque tiene el corazón de una hiena! .. Y hoy están en la miseria; ella se muere; ellos van á pedirme el pan que no puedo darles; el pan que me falta!... ¡Qué podré hacer, si me niegas tu ayuda!...
Y como el otro no se moviese todavia, exclamó con furor:
- ¡Oh! no eras así, en la época en que trabajabas de carpintero!...
Aquella exclamación hizo subir de punto el enojo de Juan, que señalando á Lúcas la puerta exclamó:
- Vil mendigo, iba á hacerte una limosna, pero tu desfachatez que me crispa los nérvios, me obliga á arrojarte de aqui. ¡Vete enhoramala y el diablo te lleve ¡Y guárdate de que yo vuelva á oir hablar de tí, pues entonces lo pasarás mal!...
Lúcas, inclinada la cabeza, dirijióse á la puerta con paso tembloroso. Pero antes de salir, miró á su amigo, é indicando el cielo con los ojos, exclamó:
- ¡Serás castigado por mal amigo, por ingrato, y por negar tu ayuda al menesteroso cuando nadas en la opulencia! ¡No envidio tu suerte!...
Y salió.