BARRABA Y LA ISLA MISTERIOSA

«Ya que querés saber algo más del comisario, te contaré algunas cosas, pocas, porque no tengo tiempo: hay epidemia de tifoidea, y a cada rato viene gente a la botica.

¡Ya sabés que Barraba le cobra coima al Rengo, dueño de la casa de juego del Mirador; pues también le cobra a Laucha, el de la pulpería de La Polvareda, al del reñidero de gallos, a otro que tiene un billar de choclón a media cuadra de la plaza, y como si esto no bastara, es socio de la dueña de una casa pública, en la que ha hecho trabajar de albañiles y peones a vigilantes y presos!

¡Es tan angurriento y tan raspa este animal, que no te podés imaginar todo lo que hace para juntar plata! Así, Pago Chico es, gracias a Barraba, el asilo de todos los cuatreros de la provincia que quieran trabajar con él en completa impunidad. Su compadre, Romualdo Cejas es el que capitanea la cuadrilla, esconde y negocia la hacienda robada.

Es un chino santiagueño, bastante alto y grueso, de ojos atravesados, que cuando cae al pueblo viene de botas de charol, en un caballo macanudamente aperado, con su rico poncho de vicuña hasta la rodilla, tapándole el tirador en el que trae facón y trabuco, lo mismo que Juan Moreira.

Tiene el rancho a dos leguas del pueblo, en una isla que rodea un cañadón siempre lleno de agua y pantanoso. El rancho, o más bien los ranchos, porque son varios, están en un albardón y atrás tienen un corral de palo a pique. Allí vive él y toda su familia, además de los cuatreros que lo ayudan.

Después se pasa otro bañado hondo y de agua muy cenagosa que no se seca nunca, y hay otro albardón, muchísimo más grande, donde meten la hacienda robada. Nadie sabe por dónde la meten, ni nadie puede llegar allí, porque el diablo de Cejas hace pisotear bien toda la orilla, para que no se acierte con el paso.

De allí salen las haciendas y los cueros que se roban, allí se hacen perdiz los padrillos de raza, los toros finos, -miles de pesos que van a parar al matadero, como cualquier vaquillona o cualquier novillo criollo. Allí se «planchan» las marcas que, como sabés, es la operación de quemar medio cuarto trasero al pobre animal, o se «agrandan» las mismas marcas, desfigurándolas con otros fierros. En fin, las picardías conocidas.

La mitad de lo que saca Cejas es para Barraba, que sino no lo dejaría trabajar. Naturalmente, el otro le birla gran parte de la ganancia, porque para eso es un bribón desorejau, y el que roba a otro ladrón tiene cien días de perdón. Pero donde no lo puede estafar, porque el comisario lo fiscaliza, es en una carnicería que han puesto en las afueras del pueblo para vender la carne robada. ¡Qué pensás de esto, ché!

Pero, como ya te digo, no se harta, y aunque en la policía se come qué sé yo cuántos vigilantes, nunca hay un nacional ni para el rancho de los agentes y los presos, ni nadie le quiere fiar nada para cosas del servicio.

Ayer mandó buscar una carrada de leña, dándole un vale al sargento que se anduvo todas las carbonerías una por una, sin que le quisieran vender sino con la platita en la mano. Cuando lo supo Barraba, por no soltar sus realitos, hizo que hicieran fuego en la comisaría con las patas de unos catres.

¡Se come hasta la alfalfa de los pobres patrias! Esto no te lo explicarás, pero es así: la Intendencia le pasa una mensualidad para el forraje de los caballos, que sin embargo tienen que contentarse con el verdín del patio hasta que se mueren de alegría.

¡Y cómo es de bruto! Figurate que a don Juan Dozo, municipal, le robaron el otro día unos cuatrocientos pesos. Dozo, hizo su denuncia a Barraba, y los milicos y los oficiales se echaron a nadar, sin encontrar, naturalmente, ni la plata ni el ladrón.

Pues ¿qué te parece que hace Dozo? Se va a consultar a una adivina que tenemos que llaman misia Dorotea, y ésta probablemente por alguna venganza le hace sospechar de uno de sus peones, llamado Sayús.

Dozo le cuenta la cosa a Barraba y éste, sin más ni más hace prender al peón, y allí en un cuarto que hay en el fondo de la comisaría, comienza a ahorcarlo y descolgarlo, para que confiese... ¿Crees que es mentira? Pues la denuncia ha ido al ministro de gobierno, que no ha hecho nada, porque Barraba es hombre de la situación «un perro fiel», como él mismo dice.

Hacé públicas estas cosas. ¡Es preciso! ¡Hacelas públicas, para que no vuelvan a suceder!

Por las que te cuento al correr de la pluma puedes imaginar las que sucederán, pues estas fechorías son como la tifoidea que tenemos actualmente: nunca son casos aislados en pueblos de este corte. Las que yo sé son tremendas, pero ¿cómo serán las que no sé?

Dejame que te lo repita: Publicá esto para que no se haga más. Yo no encuentro otro remedio...»

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