IV

La población se presenta, por lo general, en el campo castellano recogida en lugares, villas ó ciudades, en grupos de apiñadas viviendas, distanciados de largo en largo por extensas y peladas soledades. El caserío de los pueblos es compacto y recortadamente demarcado, sin que vaya perdiéndose y difumándose en la llanura con casas aisladas que le rodean, sin matices de población intermedia, como si las viviendas se apretaran en derredor de la iglesia para prestarse calor y defenderse del rigor de la naturaleza, como si las familias buscaran una segunda capa, en cuyo ambiente aislarse de la crueldad del clima y la tristeza del paisaje. Así es que los lugareños tienen que recorrer á las veces en su mula no chico trecho hasta llegar á su labranza, donde trabajan, uno aquí otro allá, aislados, y los gañanes no pueden hasta la noche volver á casa, á dormir el reconfortante sueño del trabajo sobre el escaño duro de la cocina. Y ¡qué es de ver verlos á la caída de la tarde, bajo el cielo blanco, dibujar en él sus siluetas, montados en sus mulas, dando al aire sutil sus cantares lentos, monótonos y tristes, que se pierden en la infinita inmensidad del campo lleno de surcos!
Mientras ellos están en la labor, sudando sobre la dura tierra, hacen la suya las comadres, murmurando en las solanas en que gozan del breve día. En las largas veladas invernales suelen reunirse amos y criados bajo la ancha campana del hogar, y bailan estos al compás de seca pandereta y al de algún viejo romance no pocas veces.
Penetrad en uno do esos lugares ó en una de las viejas ciudades amodorradas en la llanura, donde la vida parece discurrir calmosa y lenta en la monotonía de las horas, y allí dentro hay almas vivas, con fondo transitorio y fondo eterno y una intra-historia castellana.
Allí dentro vivo una casta de complexión seca, dura y sarmentosa, tostada por el sol y curtida por el frío, una casta de hombres sobrios, producto de una larga selección por las heladas de crudísimos inviernos y una serie de penurias periódicas, hechos á la inclemencia del cielo y á la pobreza de la vida. El labriego que al pasar montado en su mula y arrebujado en su capa os dió gravemente los buenos días, os recibirá sin grandes cortesías, con continente sobrio. Es calmoso en sus movimientos, en su conversación pausado y grave y con una flema que le hace parecer un rey destronado. Esto cuando no es socarrón, voz muy castiza de un carácter muy castizo también. La socarronería es el castizo humorismo castellano, un humorismo grave y reposado, sentencioso y flemático; el humorismo del bachiller Sansón Carrasco que se bate caballerosamente con Don Quijote con toda la solemnidad que requiere el caso, y que acaba tornando en serio el juego. Es el humorismo gravo de Quevedo, el que hizo los discursos de Marco Bruto.
De ordinario suele ser silencioso y taciturno mientras no se le desata la lengua. Recordad aquel viejo Pero Vermuez que vive en el romaz de myo Cid, un fósil hoy, pero que tuvo alma y vida, aquel Pero Vermuez, al cual cate myo Cid y le dice:
Fabla, Pero Mudo, varón que tanto callas,
y entonces
Pero Vermuez conpeço de fablar
Detienes’ le la lengua, non puede delibrar
Mas cuando empieça, sabed, nol da vagar,
y Pero Mudo, al romper á hablar, suelta á los infantes un torrente acusatorio, en que les dice:
« lengua sin manos, ¿cuemo osas fablar? »
Todo Pero Mudo se vierte en este apóstrofe: lengua sin manos, ¿cómo osas hablar?
Es tan tenaz como lento, yendo lo uno emparejado con lo otro. Diríase que es en él largo lo que llaman los psico-fisiólogos el tiempo de reacción, que necesita de bastante rato para darse cuenta de una impresión ó una idea, y que una vez que la agarra no la suelta á primeras, no la suelta mientras otra no la empuje y expulse. Así es que sus impresiones parece son lentas y tenaces, faltándoles el nimbo que las circunda y une como materia conjuntiva, el matiz en que se diluye la una desvaneciéndose antes de dejar lugar la que le sigue. Es cual si se sucedieran tan recortadas como las tintas del paisaje de su tierra (6), tan uniformes y monótonas en su proceso.
Entrad con él en su casa, en cuya fachada os hieren la vista á la luz do un sol entero ringorrangos de añil chillón sobre fondo blanco como la nieve. Sentaos á su mesa á comer con él una comida sencilla y sin gran artificio culinario, sin otro condimento que picantes ó ardientes, comida sobria y fuerte á la vez (7), impresiones recortadas para el paladar.
Si es día festivo, después de la comida asistís al baile, á un baile uniforme y lento, danzado al son de monótono tamboril ó pandereta, ó de chillona dulzaina cuyos sones burilados se os clavan en el oído como una serie de punzadas acústicas. Y les oiréis cantares gangosos, monótonos también, de notas arrastradas, cantares de estepa, con que llevan el ritmo de la labor del arado. Revelan en ellos un oído poco apto para apreciar matices de cadencias y semi-tonos.
Si estáis en ciudad, y hay en ella algunos cuadros de la vieja y castiza escuela castellana, id á verlos, porque esta casta creó en los buenos tiempos de su expansión una escuela de pintura realista, de un realismo pobre en matices, simplicista, vigoroso y rudo, de que sale la vista como de una ducha. Tal vez topéis con algún viejo lienzo de Ribera ó de Zurbarán, en que os salte á los ojos un austero anacoreta de huesosa complexión, en que se dibujan los músculos tendinosos en claros vivos sobre sombras fuertes, un lienzo de gran pobreza de tintas y matices, en que los objetos aparecen recortados. Con frecuencia las figuras no forman un todo con el fondo, que es mero accesorio de decoración pobre. Velázquez, el más castizo de los pintores castellanos, era un pintor de hombres y de hombres enteros, de una pieza, rudos y decididos, de hombres que llenan todo el cuadro.
No encontraréis paisajistas, ni el sentimiento del matiz, de la suave transición, ni la unidad de un ambiente que lo envuelva todo y de todo haga armónica unidad. Brota aquí ésta de la colocación y disposición más ó menos arquitectónica de las partes; muchas veces las figuras son pocas.
A esa seca rigidez, dura, recortada, lenta y tenaz, llaman naturalidad; todo lo demás tiénenlo por artificio pegadizo ó poco menos. Apenas les cabe en la cabeza más naturalidad que la bravía y tosca de un estado primitivo de rudeza. Así es que dicen que su vino, la primera materia para hacerlo, el vinazo de sus cubas, es lo natural y sano, y el producto refinado, más aromático y matizado, que de él sacan los franceses, falsificación química. ¡Falsificación! ¡verificación sí que es! ¡Como si la tierra fuera más que un inmenso laboratorio de primeras materias, al que corrige el hombre, que sobrenaturaliza á la naturaleza humanizándola! No es dogma de esta casta lo que decía Schiller en su « Canción del ponche », que también el arte es don celeste, es decir, natural.

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