Toda expresión suprema de belleza es un divino centro que engendra infinitos círculos.
EL AMOR NACE DE LA ENTRAÑA CRISTALINA DEL DÍA. Los ojos que pudiesen aprisionar de una vez en sus cristales á todos los rayos del sol, serían centros como esos divinos corazones clavados de espadas. Ya Máximo de Efeso en sus disputas con los cristianos, explicaba que la luz es el Verbo. El Empíreo, en aquella teodicea alejandrina un poco candorosa, obscura y llena de símbolos, no era solamente la última de las doce esferas donde moran, entre espíritus angélicos, las almas desencarnadas de los filósofos y de los héroes, era también el centro de la llama inma incorruptible, y el arcano del primer móvil. Todo el gnosticismo enseña que la materia sólo se actuó como sujeto de las formas, después de la luz, y que en la luz está la Universalidad. Para aquellos iniciados, como para los neoplatónicos que llevaron á los mitos helénicos la última interpretación sabia, el sol es el Logos. ¡Los infinitos caminos de amor, se abren en la clara entraña del día!
Recuerdo un caso de mi vida en que me sentí lleno de luz y de emoción musical, como si todo hubiese cambiado de repente en la percepción de mis sentidos. Yo estaba en la era llena de sol, y el viejo cachicán me trajo un puñado de trigo, que con grandes encomios del agosto, trasegó en la palma de mi mano, vertiéndolo en ramales por entre los dedos. Me cegó un tumulto de sangre y sentí en su latido la hermandad de mi carne con la tierra. La vía sacra del mundo se abría para mí, y me colmó el alma tan beato amor por aquel puñado de fruto tendido al sol en la palma de mi mano, tan mística intuición, tan gozosa eucaristía, que cada grano se me reveló distinto, con otra promesa de simiente, con otra gracia de color y de forma. Un lostrego de sangre encendida me había puesto en los ojos la mirada inefable, la visión gnóstica que aun pide á mi ciencia de las palabras expresión distinta por cada grano. Y cuando al caer la tarde abandoné la era, de tornada por el sendero del monte, aún me estremecía aquel conocimiento místico que había tenido sobre una almuerza de trigo, y cavilaba que, logrado igual sobre todas las cosas del mundo, sería amoroso aniquilamiento en el numen solar que pauta el círculo de nuestras vidas. La beata visión tenía el vértigo de los abismos, mi carne sentía la voz obscura de su hermandad con el barro del mundo, y mi alma vislumbraba presente en todo cuanto existe, aquel instante genesiaco que hizo conceptos sensibles en la clara entraña del día, las Divinas Ideas.
Es enorme y difusa la memoria con que el limo se reconoce y se junta á través de las infinitas metamorfosis. En vano la larva angélica cautiva al mirar, cautiva al conjeturar, siempre cautiva, quiere romper la ley geométrica y fatal que impuso al barro el Demiurgo. La lontananza que abarcan los ojos, ésta regula de la tierra que pisan los pies. Como á la piedra y al árbol me aprisionan el paraje donde reposo, y el camino por donde peregrino. Alma mía, para estar en todas las cosas como la imagen en el fondo del espejo, que no puede ser separada, ama tu cárcel y todas las cárceles, ama tu enigma y todos los enigmas. Alumbra en ti la triple llama, junta la voz sagrada del barro y la voz genética de la forma, con el gemido de tu conciencia angélica. Interpreta el símbolo trino del mundo con la clave trina de tu humanidad, según enseña la palabra fragante de misterio, guarda en la Tabla de Esmeralda. ¡Alma, si quieres sentirte creada y gozar la gracia edénica del primer instante, amada Idea del Mundo en la Mente Divina y en el Verbo del Sol!